Ir de tiendas
"?Ah¨ª est¨¢ otra vez ; no quiero verla! Que la atienda la nueva ". Hab¨ªa ternor, desesperaci¨®n, en la voz y el semblante de la encargada de aquella espaciosa boutique de la calle de Serrano. Alc¨¦ la vista y, reflejada en un espejo, apercib¨ª a la mujer que acababa de en trar. Era ella, sin duda. Con el cabello te?ido de otro tono, la vieja falda con brillos y las rozadas botas de diario, con el plum¨ªfero rosa, ya usado 10 a?os atr¨¢s. Al brazo, el bolso de Vuitton que le regal¨¦ por aquellas fechas, cuyo interior hab¨ªa atisbado y me desvel¨® uno de los enigmas metaf¨ªsicos: la nada, el vac¨ªo. Ja m¨¢s llev¨® en ¨¦l cosa alguna, fuera de la llave de su apartamento. Ni l¨¢piz de labios, agenda de direcciones, ni siquiera un kleenex; nunca billetero y tampo co moneda fraccionaria. Nada, la carencia de cosa alguna. Eso, al menos, fue el bolso de aquella mujer, mezquina y peripat¨¦tica, que sembraba el p¨¢nico en tre las j¨®venes vendedoras.Procur¨¦, con ¨¦xito, escabullirme, para no caer otra vez entre sus garras. Un buen rato despu¨¦s, volv¨ª a repasar ante el comercio, cumplida la hora del cierre; continuaba sentada delante del mostrador, sobre el que se derramaban piezas de tela, blusas, prendas de todo tipo, representando la mayor¨ªa de las existencias del establecimiento. Pude distinguir el rostro abatido de la empleada, en cuyos ojos centelleaban reprimidas ansias homicidas.
Recatado tras el cercano quiosco de peri¨®dicos, espi¨¦ su salida, que fue como imaginaba: apretando entre las manos el bolso vac¨ªo y con el desde?oso rictus de quien ha dilapidado el tiempo ajeno.
No es un ejemplar ¨²nico y, tampoco, representativo. Para cierto n¨²mero de se?oras del barrio de Sala manca, en aquella zona opulenta, el asunto no es ir de compras, sino, con una sutil variaci¨®n sem¨¢ntica, "ir de tiendas". Se diferencian, en mucho, de la masa enfebrecida por las rebajas, diestramente despertada la concupiscencia adquisitiva por los herederos de Pep¨ªn Fern¨¢ndez y Ram¨®n Areces. Estas otras da mas, si j¨®venes a¨²n, con los hijos en el colegio; si mayores, en general, desocupadas, pasean por sus dominios, bien vestidas y maquilladas, traspasado el mediod¨ªa. Luego de la media tarde, solas o en Compa?¨ªa de otras cong¨¦neres, van de tiendas, tras un refresco en cualquier cafeter¨ªa. La que aludo, ¨²nicamente entraba en estos lugares invitada por alg¨²n pagano; me consta que asombrando a los curtidos camareros, al embaular dos o tres batidos de fresa con nata, escoltados por varios sandwiches de jam¨®n y queso.
El entretenimiento consiste en ver, sobar, revolver mercanc¨ªas, en ocasiones, previo a una adquisici¨®n. Rara vez en el caso de aquella ciudadana, de cuyo nombre, naturalmente, no quiero acordarme, aunque vuelva a mi vindicativa memoria. El campo de maniobras y entrenamiento en, como digo, esa parcela distinguida de Madrid, donde tiene el domicilio, en casa con portero de uniforme y frigor¨ªfico, tan huero como sus faltriqueras, que siempre fueron de marca registrada, ninguna o rara vez pagado de su peculio.
Una vez fui su forzado tour operator a fondo perdido, en un ocioso viaje a Londres. Parece que el secreto objetivo era desmoralizar a las clases mercantiles del Reino Unido, en el acreditado tr¨¢fico de las prendas de cachemir. Ejerc¨ª de improvisado gu¨ªa, divertido al comienzo y sumamente desalentado al cabo de cuatro horas de infructuosas incursiones por todos los comercios del ramo, tanto en las v¨ªas c¨¦ntricas como en callejas perdidas, cuyas se?as acopi¨® durante largos meses.
Pose¨ªa la prodigiosa intuici¨®n de exigir los jers¨¦is de cuello redondo, donde s¨®lo los ten¨ªan de pico; vueltos, o de cisne, ante la m¨¢s variada y descartada oferta de picudos; sin mangas y escotados cuando la precedente oleada de espa?oles acab¨® con aquel modelo. Dando pruebas de intrepidez, regresaba a la misma tienda para reclamar el g¨¦nero, reci¨¦n devuelto a las estanter¨ªas, a fin de manosearlo, sin la m¨ªnima intenci¨®n de llevar alguno. Sospecho que m¨¢s de una de las personas que la atendieron necesit¨® posterior tratamiento psiqui¨¢trico intensivo.
Intuyo el comprensible y razonable rechazo que el estamento asalariado experimente hacia las damas y caballeros (hay de todo, gente pa t¨®), indolentes, que entran, salen y fisgan, haciendo un zapping de intenciones, rara vez resuelto en la compra firme. Por fortuna, los casos graves, como el descrito, son poco frecuentes; constituyen una especie en v¨ªas de lenta extinci¨®n que, como el lobo mesetario y el oso astur, quiz¨¢ precisen de protecci¨®n. Encierran poco peligro y atacan s¨®lo los nervios de la mesocracia laboriosa. Viven largos a?os: mal, pero muchos, para tard¨ªo beneficio de los herederos.
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