El toreo y el flet¨¢n
?Ole la hip¨¦rbole sevillana! ?Ole con ole la Sevilla taurina y salerosa, que sabe citar con oportunidad e ingenio la m¨¢s rabiosa actualidad! "?Eso es toreo aut¨¦ntico y no el flet¨¢n!", grit¨® un aficionado sevillano, y se qued¨® tan ancho. Fue en ocasi¨®n de que Curro Romero tuvo la amabilidad de dar cuatro pases. Bueno, quiz¨¢ fueran cinco. Los dio, ?c¨®mo dir¨ªa? ?Con arte? ?Con embrujo? ?Con esa grasia que no se pue aguant¨¢? Qui¨¦n sabe c¨®mo los dio. Es el caso que los dio y no deber¨ªan exigirse m¨¢s precisiones. Cuando Curro Romero, con sus 61 a?itos cumplidos -aunque parezca mentira, vi¨¦ndole de azul y oro, hecho un pimpollo-, despu¨¦s de casi tantos entreg¨¢ndose al arte s¨®lo en el caso no muy probable de que las musas bajen a verle y se digne recibirlas, va y da cuatro pases o acaso cinco, los testigos presenciales deben felicitarse: ya tienen qu¨¦ contarles a los nietos.
Torrealta / Romero, Espartaco, Pedrito
Toros de Torrealta, bien presentados excepto 1? (inv¨¢lido) y 5?, con casta y alg¨²n genio.Curro Romero: media perpendicular trasera (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo tras la oreja, dos pinchazos, golletazo, pinchazo en el cuello tirando la muleta, cuatro descabellos y se tumba el toro (protestas). Espartaco: estocada corta trasera tendida (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo, estocada honda trasera y rueda de peones (silencio). Pedrito de Portugal: estocada baja (aplausos y saludos); pinchazo y bajonazo descarado (silencio) Plaza de la Maestranza, 16 de abril. 1? corrida de feria. Lleno.
Pues s¨ª, los dio. El toro era un dije. El toro era un bendito, es cierto. Pero para los dijes benditos se concibi¨® tambi¨¦n el toreo cl¨¢sico, aquel que cre¨® afici¨®n y arrebat¨® a los p¨²blicos durante siglos. Toreo de parar, templar y mandar. Lo expresaba gr¨¢ficamente el viejo maestro en el arte de C¨²chares: ?Qu¨¦ tal est¨¢ usted? Muy bien ?y usted? Vaya con Dios". Y Curro llamaba al toro, lo saludaba, lo mec¨ªa en la muletilla breve carg¨¢ndole la suerte, lo desped¨ªa cortesmente. Eso fue con la derecha y caus¨® la general complacencia, por supuesto. Mas el toreo hondo, el toreo de maravilla, se produjo en un instante fugaz, dir¨ªase m¨¢gico, al rematar las tandas con el ayudado o la trincherilla apenas apuntada -baj¨ªsima la mano de mandar- y el desplante marchoso.
Los cuatro pases (o cinco) se paladearon igual que los vinos a?ejos. Luego vino el flet¨¢n. Compareci¨® Espartaco y ya todo result¨® distinto. Muchos pases con la derecha, varios con la izquierda, la muleta oblicua, all¨¢ que te va el pico vaciando la embestida hacia la lejan¨ªa, pases de pecho empalmados, aires deportivos, p¨²blico reconocimiento a la profesionalidad y, muerto el toro, ya nadie se acordaba de lo que hab¨ªa sucedido. Flet¨¢n congelado, toreo de consumo.
El quinto de la tarde, de escaso trap¨ªo, mostr¨® su mansedumbre desde que salt¨® a la arena y la acorazada de picar lo pas¨® por las armas. Recibido el toro en el peto, el sanguinario m¨ªlite lo acorralaba en tablas y aprovechaba su indefensi¨®n para meterle puya carnicera hasta las entra?as. Pretend¨ªa tapar su verg¨¹enza escondiendo el gesto adusto cabe el castore?ito coquet¨®n, pero no pod¨ªa. A Espartaco tampoco parec¨ªa conmoverle la tortura del torillo y permanec¨ªa ajeno e inhibido. Lleg¨® el toro a la muleta medio ag¨®nico, al embestir se quedaba paradito en el centro de la suerte y entonces Espartaco pon¨ªa expresiones de contrariedad y sufrimiento a duras penas contenidos. No me diga. El lote de Pedrito de Portugal result¨® inc¨®modo. Con genio y ciertas intenciones aviesas su primero, sufri¨® algunos acosones; encastado el sexto, se le fue sin pena ni gloria. A los dos los tore¨® con tanto abuso del pico que se le desangelaban las faenas. Las dobladas con que inici¨® la primera y los pases por bajo con la izquierda que prolog¨® la segunda, sin embargo, resultaron realmente toreros y no se comprende por qu¨¦ deriv¨® despu¨¦s a los suced¨¢neos.
Eso era toreo y no el flet¨¢n, seg¨²n record¨® el aficionado sevillano de principios, para Curro. Por la ley de las compensaciones, el se?or Curro sirvi¨® en el cuarto toro -que ten¨ªa poder y reda?os- no ya flet¨¢n sino pez abisal con espinas envenenadas. Cambiado el tercio, consinti¨® que el individuo del castore?o le apalancara al toro un cuarto varazo destructor, y se encarg¨® personalmente de completar el vil ajusticiamiento peg¨¢ndole una docena de mantazos y varios mandobles en la tabla del cuello, entrando a deg¨¹ello. Ven semejante tropel¨ªa los canadienses y lo meten en las mazmorras, cargado de cadenas y grilletes. Y lo tienen all¨ª un mes, a flet¨¢n y agua.
Babelia
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