Moruchada infame
Miura / Fundi, Valderrama, Higares
Cinco toros de Eduardo Miura, grandes, sospechosos de afeitado, inv¨¢lidos, descastados. Conde de la Maza: 6? con trap¨ªo y bravura, devuelto antirreglamentariamente al romperse un cuerno; primer sobrero, devuelto por cojo. Segundo sobrero de Peralta, sin trap¨ªo y anovillado, manso.
Fundi: metisaca bajo, media, rueda de peones y cinco descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio); bajonazo (oreja).
Domingo Valderrama: dos pinchazos, descabello -aviso-, tres descabellos y bajonazo (algunas palmas); pinchazo, otro hondo tendido, rueda de peones que ahonda el estoque y descabello (silencio).
?scar Higares: pinchazo perdiendo la muleta, tres pinchazos, estocada, rueda de peones, dos pinchazos y bajonazo todo ello sin cuadrar, al hilo de las tablas -aviso- y dobla el toro (silencio); estocada saliendo volteado -primer aviso con dos minutos de retraso-, pinchazo saliendo empitonado, estocada -segundo aviso- y dobla el toro (vuelta); asistido de lesiones de pron¨®stico reservado.
Plaza de la Maestranza, 30 de abril (tarde). 16? corrida de feria. Lleno.
La miurada, un a?o m¨¢s, result¨® ser una sarta de moruchos. Una miurada infame iba chorrando por los chiqueros y los diestros hab¨ªan de hacer de tripas coraz¨®n, jugarse la femoral, sacar la casta que no ten¨ªa la bueyada del hist¨®rico hierro. Y no les serv¨ªa para nada.Fundi, m¨¢s experimentado y en tarde genial, fue el ¨²nico que consigui¨® sacar partido de aquel saldo impresentable e in¨²til. No ya del que abri¨® plaza, ¨²nico que embisti¨® con un remoto parecido al que caracteriza al ganado de lidia, sino del cuarto, un morucho al que prendi¨® un par de banderillas soberano por los terrenos de dentro, y luego lo atropell¨®.
Lo nunca visto: el torero atropellando al toro. Le dio Fundi derechazos y naturales r¨¢pidos, otros m¨¢s lentos, se ech¨® todo el toro por delante en los de pecho. Y a¨²n se permiti¨® el lujo de enjaretarle un pase de la firma y un trincherazo hermos¨ªsimos, tirar los trastos, descararse ante las astas desbaratadas del Miura con cara de vacuno. Y pues el estoconazo surti¨® efecto, le premiaron con una oreja, que pase¨® bajo un clamor y lluvia de prendas.
Los tres toreros estaban en este plan. Domingo Valderrama, con el peor lote, s¨®lo pudo lucir en las ver¨®nicas, aunque al rematar las del quinto, el Miura le persigui¨® con sa?a y no lleg¨® a alcanzarlo gracias al gran quite que le hizo Juan Jos¨¦ Gimeno. El pe¨®n, de la cuadrilla de Higares, se encontraba entre barreras pero al percatarse del peligro, salt¨® raudo a la arena, meti¨® oportuno el capote y se llev¨® al avieso bravuc¨®n embebido en sus vuelos.
Sus recursos habituales -siempre de torero aut¨¦ntico- pretendi¨® emplear Domingo Valderrama, y no le dieron resultado pr¨¢ctico: ni citar de largo al toro desde el platillo, ni tomarlo de cerca, ni bajarle la mano en el redondo y el natural. Al segundo de la tarde lleg¨® a obligarlo por la izquierda, ayud¨¢ndose con el estoque, y la respuesta del borrico aquel consisti¨® en asustarse del mando del torero, mirarlo de soslayo y escapar berreando hacia las tablas. Y all¨ª fue ella, ya que, herido, se puso a caminar pegado a la barrera, sin atender las incitaciones de los capotes, de la pa?osa, de las punzadas al hocico con la espada de cruceta.
¨®scar Higares pas¨® similar calvario. Quiz¨¢ el calvario ser¨ªa del toro, si bien se mira. Higares tambi¨¦n hab¨ªa pretendido cuajar faena al tercer manso, que a las pocas tandas ya se desentend¨ªa del toreo. Pinch¨® el diestro y a la tercera ya estaba el Miura en tablas repitiendo la vergonzante hu¨ªda de su compa?ero de moruchada. Un estoconazo no lo abati¨® y continu¨® su peregrinar en demanda de la puerta de chiqueros. Hubo de meterle Higares un bajonazo, por ¨²ltimo, para que se viniera al suelo.
Moruchos, mochos e inv¨¢lidos los miuras y, adem¨¢s, el ganadero ni siquiera pudo completar la corrida entera. Buen bald¨®n es ese para la hist¨®rica divisa, aunque el a?o pr¨®ximo volver¨¢n a salir miuras el ¨²ltimo domingo de feria. Dicen que es por la tradici¨®n, pero no debe de ser cierto. Tradicionalmente, las grandes figuras toreaban por lo menos una corrida de Miura -en Sevilla principalmente- y ahora se queda para echar tres modestos a lo leones.
?scar Higares se salv¨® de la quema: el sexto ya no era Miura. Era un toro del Conde de la Maza de espl¨¦ndido trap¨ªo, proporcionado, bonito, vuelto y astifino. ?As¨ª se presentan los toros! Quiso la desgracia que el animal se rompiera un cuerno por la mazorca y el presidente lo envi¨® antirreglamentariamente al corral. Sali¨® otro toro del conde y estaba inv¨¢lido. Devuelto, el segundo sobrero, de Peralta, parec¨ªa novillo y result¨® manso. ¨®scar Higares se faj¨® con ¨¦l. Aliviandose con el pico al principio, el animal se le ven¨ªa encima, mas en los siguientes derechazos y naturales abri¨® el comp¨¢s, ejecut¨® largas las suertes, las lig¨®.
El p¨²blico coreaba con ol¨¦s rotundos la faena, que iba abocada al triunfo. Baj¨® de tono al final -probablemente por prolongarla demasiado; es la equivocaci¨®n permanente de los toreros modernos- e incluso el toro, ya pasado de muletazos y, huido, le arroll¨®". Al cobrar la estocada sufri¨® Higares un tremendo volteret¨®n. Conmocionado, se neg¨® a descabellar, entr¨® a matar de nuevo y a cambio del pinchazo el toro le empiton¨® la taleguilla. Finalmente hundi¨® todo el acero y dobl¨® el toro. Hab¨ªan sonado dos avisos, pero el p¨²blico premi¨® el impresionante pundonor del diestro con una gran ovaci¨®n.
He aqu¨ª, tres espadas con la casta y la torer¨ªa que les faltan a tantas figuras rid¨ªculas; a tantos incompetentes mandones del escalaf¨®n. Poco importa, sin embargo: el a?o pr¨®ximo les pondr¨¢n, de nuevo, con la de Miura. Y la empresa -apoy¨¢ndola los taurinos- tendr¨¢ la indecencia de justificar en la sacrosanta tradici¨®n semejante atropello.
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