Un pe¨®n trajo la torer¨ªa
Boh¨®rquez / Camino, Luguillano, ChamacoToros de Ferm¨ªn Boh¨®rquez, bien presentados, flojos, de media casta.
Rafael Camino: bajonazo (silencio); estocada (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda). David Luguillano: media baja y descabello (silencio); dos pinchazos y dos descabellos (bronca). Chamaco: pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (silencio); dos pinchazos y cuatro descabellos (silencio).
Plaz¨¢ de Las Ventas, 15 de mayo. 3? corrida de feria. Lleno.
No hubo torer¨ªa ninguna en la pl¨²mbea tarde, excepto la que se trajo de casa un pe¨®n, se llama Jes¨²s Delgado, tan enjuto como su propio nombre indica, y en la plaza se hizo un clamor. Quiere decirse, que Las Ventas se ven¨ªa abajo.
Antes hubo un sobresalto may¨²sculo, ayes y desmayos, sombras de tragedia. Sali¨® cobardeando el segundo toro, hu¨ªa de su sombra, se emplaz¨® en los medios y Jes¨²s Delgado acudi¨® a buscarlo. Reculaba receloso el toro, el torero le midi¨® los terrenos, por agotar las posibilidades se cruz¨® en su querencia y en aquel preciso instante se. le arranc¨®. Se le arranc¨® de estamp¨ªa, como un rayo y al bulto. El encontronazo fue terrible. Entr¨® el toro arrollando, levant¨® por la, pechera al heroico pe¨®n, lo zarande¨® brutalmente y en el suelo lo dej¨®, yerto, con la sensaci¨®n de que le hab¨ªa partido el alma.
El toro continu¨® su carrera despavorido, lo recibi¨® en el tercio otro pe¨®n, Curro Toledano, que capote¨® para fijarlo. Pero no lo fijaba. El toro era una furia desatada que pod¨ªa con todo y con todos. ?Se ha dicho con todos?
Ante la general sorpresa, Jes¨²s Delgado se incorpor¨®. Llevaba la camisa abierta, sus chorreras desgarradas, perdida la pa?oleta, mas ni se mir¨®. Antes al contrario, cal¨® la montera, reclam¨® el percal, corri¨® hacia el toro enloquecido, recogi¨® en los vuelos del lance su arre¨®n, y oblig¨¢ndole a humillar, lo dej¨® sometido, turulato y visto para sentencia.
La plaza se hab¨ªa puesto en pie, y ya se hac¨ªa presente el matador, David Luguillano es su nombre de guerra; ya aflamencaba la postura; ya se estiraba en la ver¨®nica. Pero el p¨²blico no quer¨ªa saber nada de flamenquer¨ªas ni de estiramientos. El p¨²blico se romp¨ªa las manos de aplaudir al pe¨®n torero; torero torerazo que deber¨ªa servir de ejemplo a la grey coletuda actual y generaciones venideras. Le oblig¨® a saludar montera en mano, en tanto que ni de la terna en general ni de Luguillano en particular quer¨ªa hacer el menor caso. El diestro brind¨® el toro a su pe¨®n y se gan¨® con eso una amnist¨ªa, que apenas dur¨® dos minutos, pues las precauciones que tom¨® en la faena de muleta -innecesarias, porque el toro devino borrego-se acogieron con desagrado.
No era el d¨ªa de Luguillano, evidentemente. La lidia -un trabajo arduo, si bien se mira- no iba con ¨¦l. El quinto toro se plant¨® en la boca del toril al comparecer, levant¨® el rabo, apret¨® los ri?ones, expeli¨® un inquietante rumor atufando a la afici¨®n cercana, solt¨® grueso cagall¨®n y, finalmente, sinti¨¦ndose desahogado y satisfecho, avanz¨® cansino a sestear en los terrenos de sol. Parec¨ªa un cabestro disfrazado. Sin embargo, al sentir la mordedura del puyazo, sac¨® el demonio que todos llevamos dentro -en su caso una espantable criatura del averno, con cuatro cuernos y cinco rabos- y la emprendi¨® a tortazos.
Enfurecido el manso, de poco arrolla al propio Jes¨²s Delgado, que no ganaba para sustos; al meritado Curro Toledano, que acudi¨® al quite; a Chamaco, presto al quite del quite; desarm¨® a Rafael Camino al intervenir en el quite del quite del quite (o quite elevado al cubo, seg¨²n definen las tauromaquias)... A quien no pudo arrollar, en cambio, fue a Luguillano, que contemplaba la trifulca desde prudencial distancia. Luguillano es un caballero, que no interviene en reyertas. Luego, llegado el turno de muerte, peg¨® unas dobladitas, simul¨® unos derechazos, machete¨®, entr¨® a matar. El broncazo que se gan¨® entonces alcanz¨® caracteres catastr¨®ficos. Y preciso es reconocer que lo asumi¨® con dignidad. El caballero Luguillano comparte la m¨¢xima filos¨®fica de El Gallo: "M¨¢s vale que digan de aau¨ª se quit¨®, que aqu¨ª le cogi¨®".
Sus compa?eros de tema tampoco hicieron nada del otro jueves, a pesar de lo cual nadie les abronc¨®. No se sabe si esto es bueno: peor resulta la indiferencia. Uno y otro toreaban fuera de cacho, cortaban las tandas para no ligar y acabaron aburriendo al lucero del alba. Rafael Camino cobr¨® una estocada al cuarto, Chamaco dio unos pases de rodillas al tercero. Poco es. Les falt¨® decisi¨®n, seguramente. O acaso fue que ten¨ªan perdida la torer¨ªa.
Babelia
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