Una voz en la calle: don Emilio, Garc¨ªa G¨®mez
Las cinco primeras palabras que encabezan estas l¨ªneas son el subt¨ªtulo que ¨¦l puso a uno de sus primeros estudios (1933) sobre Aben Guzm¨¢n. Y algo tiene que ver en el modo en que nos conocimos un d¨ªa de fuerte calor del verano de 1945. Yo estudiaba, ¨¢rabe en Barcelona pero al mismo tiempo trabajaba casi como un viajante, lo cual me obligaba a salir de mi ciudad con frecuencia y cruzar casi siempre Madrid forzado por la red radial de los ferrocarriles espa?oles que entonces eran MZA, Norte, etc¨¦tera. Siempre que pasaba por Madrid y pod¨ªa iba a la Escuela de Estudios ?rabes en la calle San Vicente y preguntaba por don Emilio. Pero ten¨ªa que marcharme antes de que ¨¦l llegara pues yo deb¨ªa tomar uno de los trenes -El r¨¢pido- que sal¨ªa al atardecer desde Atocha en direcci¨®n a Barcelona. Una de las veces en que me ocurri¨® esto al subir la cuesta hacia el metro de San Bernardo, con un calor horrible vi una persona que descend¨ªa. Decidido a probar suerte me acerqu¨¦ y le pregunt¨¦:-?Es usted don Emilio Garc¨ªa G¨®mez?
?l me contest¨®: -S¨ª yo soy, ?y usted?
Una vez lo supo calcul¨® el tiempo que faltaba para la salida del tren, dedujo que me sobraba media hora y me invit¨® a acompa?arle a la escuela. Con el transcurso de los a?os pas¨¦ de Vernet a secas hasta que poco a poco, especialmente en los momentos en que se pon¨ªa sentimental o quer¨ªa o¨ªr mi opini¨®n sobre cualquier cosa, su voz recia se volv¨ªa afectuosa y dec¨ªa: "Juan usted...". Con el correr de los a?os me propuso que nos tute¨¢ramos. Me negu¨¦ por mi parte pero le ped¨ª que ¨¦l lo hiciera conmigo porque si administrativamente, como ¨¦l argumentaba, ¨¦ramos compa?eros, en realidad y aunque fuera por escrito era y ser¨ªa -y seguir¨¢ si¨¦ndolo- un maestro. Quedamos de usted y yo Juan pero siempre que ven¨ªa a cuento a?ad¨ªa: "Su maestro es Mill¨¢s". Cosa absolutamente cierta, olvidando que Mill¨¢s, y yo detr¨¢s, est¨¢bamos "afiliados" a la Escuela de Estudios ?rabes por voluntad propia.
Toda su vida fue director de la revista al-Andalus que hab¨ªa fundado con As¨ªn. Don Emilio correg¨ªa los textos de sus colaboradores como si fuera un corrector de estilo de los a?os veinte -oficio que supongo ya ha desaparecido-, llevaba las pruebas personalmente a la imprenta no lejos de la Escuela y desde sus p¨¢ginas se defendi¨® con ¨¦xito de los ataques que recib¨ªa. Tal el que a cuenta de su traducci¨®n de El collar de la paloma, aparecido en una revista bastante difundida en su ¨¦poca, o las pol¨¦micas sostenidas en torno a las jarchas y los or¨ªgenes de la l¨ªrica espa?ola que para m¨ª terminaron en cuanto el arabista alem¨¢n Ritter confes¨¦ en carta privada: "Dej¨¦monos de historias. En esta cuesti¨®n quien m¨¢s sabe en el mundo es Garc¨ªa G¨®mez".
Sus reacciones duras fueron -han sido- gracias a su gran dominio del castellano, siempre correctas, y est¨¢n en la l¨ªnea seguida por los historiadores de la ¨¦poca, M¨¦n¨¦ndez-Pidal y S¨¢nchez-Albornoz, por ejemplo. Los tres se granjearon grandes enemigos pero tambi¨¦n grandes amigos. Y de los tres conozco los entresijos del porqu¨¦ de algunas de sus posiciones.
Toda su vida, incluso en el periodo republicano, se confes¨¦ mon¨¢rquico de una monarqu¨ªa que idealmente pod¨ªa no ser la que conoci¨® en su juventud. Y bueno es que el conde de los Alixares -t¨ªtulo que le concedi¨® el Rey hace pocos meses- repose en una tumba en Granada, ciudad en la que transcurri¨® su juventud y vio sus tertulias con Lorca y tantos otros hombres de la Edad de Plata de la cultura espa?ola.
La Real Academia de la Historia iba a dedicarle el pr¨®ximo viernes un homenaje ¨ªntimo con motivo de sus 90 a?os. Le escrib¨ª a su casa una tarjeta excus¨¢ndome por no poder asistir. En la misma, que en los momentos en que escribo est¨¢ en camino por correo hacia Madrid, figura una palabra ¨¢rabe: ?Tafaul! (?Buen augurio!). No ha sido as¨ª. Dios ha trocado el homenaje mundano en la misa exequial que los acad¨¦micos le dedicaremos pr¨®ximamente en esa sala de sesiones a las que don Emilio asisti¨® o presidi¨® unas 1.600 veces a lo largo de sus 51 a?os de acad¨¦mico.
Babelia
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