Mi retiro espiritual
Dejo atr¨¢s la puerta de Alcal¨¢, suelo encontrar sitio en la calle de Alfonso XI, ocurre que nadie la reconoce por su nombre. ?Son tan bellas sus puertas y tan apetecibles sus ¨¢ticos!"Granizado de lim¨®n", indica el cartel del primer quiosco-terraza con el que me tropiezo al cruzar las rejas del Retiro. ?Vaya! Ya han colocado los puestos de helados. Contin¨²o. Ya lo llenan todo los alegres y frondosos ¨¢rboles. Rodrigo sube hacia el lago a puntapi¨¦s con su bal¨®n. Compro mi tabaco a 200, ?dir¨¢n que no est¨¢ bien, pero yo no llego a fin de mes! Hemos llegado a la fuente, y ya se acercan las gitanas a leerme la mano, a venderme romero: "La voluntad, mujer, que le digo el nombre del hombre que la quiere". Y las sillas, con sus mesas, con sus cartas del tarot. Los hippies malabaristas, los t¨ªteres y las marionetas. Me cruzo a la pelirroja chulapona: "?Un barquillo para el ni?o!". Hoy no. Ya hemos llegado a la otra fuente, la de la m¨²sica cl¨¢sica. Seguimos bordeando el lago hasta el caballo, busco a Dani con la mirada entre bongos y trenzas rastas, es de esos amigos de puestas de sol que siempre est¨¢ aqu¨ª. Cervezas a veinte duros. Mi hijo juega al f¨²tbol con los ni?os rastas. Y es all¨ª donde me pierdo en el lago, al fondo bulle la gente y yo consigo olvidar lo no olvidado.
De pronto se rompe la magia. No me oigo, no te oigo, s¨®lo me llega el estruendo de los altavoces de peruanos, bolivianos o a saber de qui¨¦n. Altavoces, ?por qu¨¦?, ?no es el Retiro, por excelencia, un lugar -de todos y para todos igual? Habr¨¢ un d¨ªa en que tan s¨®lo aquellos que tengan sus grandes cajas negras puedan tocar, pues a los otros, los que empiezan, por mucho que griten, no se les oir¨¢. Madrid, quiero seguir respirando por este mi pulm¨®n izquierdo, y poder retirarme en mi retiro, por eso cuelgo mi pancarta: "Altavoces no m¨¢s all¨¢ de la Puerta de Alcal¨¢".-
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