La r¨²brica de Jorge
En el banquillo, Jorge gesticulaba con las manos, o quiz¨¢ ensayaba una firma en el aire. Apenas faltaban cinco minutos para el final de todos los finales y, mamma mia, el Deportivo se hab¨ªa agarrado al partido como una lamprea: Fran manejaba su garfio izquierdo con la pericia de un viejo pirata, Donato ten¨ªa una Biblia envenenada en el empeine, Bebeto estaba al habla con Man¨¦ Garrincha y el. marcador comenzaba a oler a azufre, es decir, a esencia de Tenerife. Bajo aquel aura de peligro, la grada era un campo el¨¦ctrico. Conectados por un invisible hilo de cobre, millares de espectadores compart¨ªan una misma taquicardia. Rug¨ªan o se callaban a la vez, misteriosamente movidos por un ¨²nico sistema nervioso.Entonces, Fernando Redondo abri¨® para Laudrup, y Laudrup toc¨® maquinalmente hacia el carril m¨¢s pr¨®ximo. En un acto reflejo, Emilio Amavisca se adelant¨®, control¨®, inici¨® la carrera y levant¨® la cabeza para decidir la maniobra. No hab¨ªa muchas opciones; puesto que Iv¨¢n estaba rompiendo hacia el pico derecho de la l¨ªnea defensiva del Coru?a, ajust¨® el perfil en tres zancadas y decidi¨® meterle un pase diagonal. La pelota, muy tensa, hizo un extra?o viaje: enga?¨® a Rivera, dio en el pecho de Zamorano, se proyect¨® hacia arriba, y por un momento qued¨® suspendida en el aire, como la bola del mago. Si bien el fen¨®meno no lleg¨® a ser comprobado por los expertos en aceleradores de parl¨ªculas, es probable que por un instante se volviera radiactiva y se hiciera transl¨²cida. Seguramente, en su interior pod¨ªa leerse el destino de la Liga. Como en una cinta sin fin, all¨ª estar¨ªa grabada la depresi¨®n del Campeonato del Mundo: Romario bailando en Ipanema, Stoichkov conquistando Par¨ªs, Hagi con dolor de tendones, Luis Enrique con el motor medio fundido, Laudrup cortejando a la sirena de Coopenhague, y el pobre Iv¨¢n, Iv¨¢n Zamorano, atrapado en el recuerdo de una mala racha. All¨ª, con un zumbido, girar¨ªan todos los debates existenciales de la temporada. ?Fue Milla quien inspir¨® el pase de Redondo? ?Se curar¨¢ Laudrup de su ausencia m¨ªstica? ?Mat¨® Redondo a Kennedy o simplemente particip¨® en la conspiraci¨®n? ?Debe atacar, al precio de ser culpable de los contraataques, o debe actuar por detr¨¢s de la pelota, a riesgo de. ser acusado de inmovilismo? ?Deber¨ªa afeitarse la cabeza? ?Tambi¨¦n tuvo algo que ver con la muerte de Malote?
Por fin baj¨® la pelota. Iv¨¢n no le peg¨® con el empeine, le peg¨® con el alma.
Veinticuatro horas despu¨¦s, Jorge ten¨ªa toda la raz¨®n.
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