Emilio o la esencia
Mi conocimiento de Butrague?o se remonta a su infancia y nada tiene que ver con el balompi¨¦. Yo iba a comprar la loci¨®n after shave y los jabones y ve¨ªa en la tienda a un ni?o rubito que no parec¨ªa pertenecer a las madres de la clientela. Tampoco voy a decir ahora que el ni?o mostraba ya, entre los dependientes y las cartulinas de oferta de los desodorantes, habilidad con la pelota. Era simplemente un ni?ito rubio y pecoso, t¨ªmido pero confiado, enredando en una perfumer¨ªa.Pasaron los a?os y me mud¨¦ de casa, con lo cual dej¨¦ de surtirme de cosm¨¦ticos en la Perfumer¨ªa Butrague?o, a¨²n hoy sita en la madrile?¨ªsima calle de Narv¨¢ez. No hab¨ªa olvidado la carita vivaz de aquel ni?o que vi crecer junto a la caja registradora del se?or Butrague?o padre cuando los amigos que est¨¢n en el deporte me hablaron de un nuevo prodigio futbol¨ªstico que empezaba a ser legendario aun sin tener historia. Un d¨ªa vi su foto en la prensa.
La vida es as¨ª de caprichosa, y uno hace bien en sumar a sus antojos los propios. Por las mismas razones arbitrarias de esp¨ªritu de barrio por las que le¨ª nada m¨¢s aparecer el libro de Ma?as Historias del Kronen (el bar originario est¨¢ en la esquina de mi casa actual) me interes¨¦ por el Buitre, yo que no voy al f¨²tbol, ni me acuerdo de conectar la tele cuando hay partido, ni dejo que los colores de ning¨²n equipo se me suban a la cara. Me hac¨ªa gracia ver triunfar al ni?o de la tienda de esencias.
Lo que pasa es que Butrague?o no s¨®lo creci¨® desmesuradamente, superando cualquier notoriedad de barrio, para hacerse una figura futbol¨ªstica intemacional, sino que su perfil humano -el que yo, que me ver¨ªa en aprietos, pr¨¢cticamente arrinconado, si me preguntan qu¨¦ es un c¨®rner, conoc¨ª mejor- haya sido probablemente el m¨¢s aut¨¦ntico, encantador y popular del deporte espa?ol actual.
De Butrague?o gust¨® enseguida -y no s¨®lo a la hinchada, capaz de distinguir sutilezas en un puntapi¨¦- su propio ¨¦xito temprano, su naturalidad arisca aunque simp¨¢tica, sus aires de buen chico, formal pero nada bobo, que encima marcaba goles trascendentales para su equipo y para Espa?a. Otros jugadores recientes han llamado mi atenci¨®n, siempre, lo confieso, por motivos espurios o ajenos al f¨²tbol: Guardiola, porque tiene buen olfato literario, y Julen Guerrero, porque estudia -lo dijo una vez- la historia del cine. Butrague?o tambi¨¦n tiene una conexi¨®n nada pedante con el arte, la de comprar pintura contempor¨¢nea de calidad (con un gusto, que comparto, por el hiperrealismo m¨¢gico de Roberto Gonz¨¢lez y su grupo), pero el nivel especial de simpat¨ªa que alcanz¨® entre la mayor¨ªa no era por ese prestigio art¨ªstico ni exclusivamente deportiva. Nos conquistaba su humana cercan¨ªa de jovencito cuyas travesuras en el ¨¢rea enemiga mov¨ªan millones y pasiones, no tan alejada de la picard¨ªa angelical que ya mostraba el ni?o de los perfumes.
Hoy, cuando termina su carrera madrile?a, se recuerdan sus gestas. La capitan¨ªa de los cinco magn¨ªficos de su quinta, la bragueta indiscreta que revel¨® a todo el pa¨ªs que Butrague?o era no s¨®lo un ariete pele¨®n, sino hombre con atributos, los cuatro goles a Dinamarca en los Mundiales, celebrados hasta por los profanos (recuerdo haber visto el partido en casa de Juan Benet, que pretendi¨®, llevado del fervor, saber de f¨²tbol m¨¢s que de Faulkner). Las vanidades del mundo, lo sabemos desde el barroco, se pudren pronto, pero o¨ªr hablar del declive de un pujante joven de 31 a?os, a la vez que entristece reconforta: cuando un d¨ªa de ¨¦stos el bal¨®n del amor o la salud se nos estrelle en el poste, podremos irnos, si no a Jap¨®n, a otro campo de juego donde luchemos por mantenemos dignamente en mitad de la tabla de la vida.
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