Ver nacer una estrella
Despu¨¦s del fallo garrafal cometido al lanzar el Hubble, en 1990, con un defecto de fabricaci¨®n en su espejo principal, la reparaci¨®n efectuada a finales de 1993 le ha devuelto la precisi¨®n con que fue dise?ado, de modo que all¨ª donde dirige su poderosa mirada descubre nuevos aspectos de fen¨®menos hasta entonces mal conocidos.Hace unos d¨ªas se hac¨ªan p¨²blicas las imagenes de varias estrellas sorprendidas en pleno proceso de formaci¨®n, cuando no son todav¨ªa m¨¢s que enormes grumos de polvo y gas gal¨¢ctico que se van concentrando y apretujando por su propia atracci¨®n gravitatoria. En ese proceso, los desplazamientos de materia pueden dar lugar a la violenta expulsi¨®n d¨¦ una parte de ¨¦sta en forma de chorros, ahora observados.
Al tiempo, Ia nube que colapsa se va calentando hasta llegar, en su centro, a una temperatura y una densidad tan grandes que se inician reacciones de fusi¨®n nuclear. Esas reacciones desprenden gran cantidad de energ¨ªa que, tras alcanzar su superficie, es emitida al espacio.
As¨ª, la energ¨ªa que fluye de las profundidades de la estrella en formaci¨®n acaba por con trarrestar el colapso gravitatorio hasta alcanzar el equilibrio, despu¨¦s de unas decenas o centenas de miles de a?os de ajuste. En esta situaci¨®n de equilibrio pasar¨¢ a partir de ese momento, la mayor parte de su vida, millones o miles, de millones de a?os, seg¨²n sea su masa, y tendr¨¢ el aspecto de astro, radiante que nos resulta familiar.
Las nuevas im¨¢genes del Hubble captan la fase inicial en la que la nube primigenia empieza a comprimirse y a formar una especie de disco, debido a su movimiento de rotaci¨®n. En su parte central se ir¨¢ acumulando el material que, una vez calentado a varias decenas de millones de grados, ser¨¢ el coraz¨®n de la estrella. El disco, llamado de acreci¨®n, es ahora claramente visible, como lo son algunos de los chorros gigantescos de materia que son expulsados en el proceso.
Los cient¨ªficos estaban ya razonablemente convencidos de que, en esas primeras fases, la materia se dispon¨ªa de esa forma, antes de ir cayendo hacia el centro a engrosar lo que m¨¢s adelante ser¨¢ la estrella. Pero piensan, adem¨¢s, que peque?os fragmentos de ese disco podr¨ªan permanecer en la periferia y agruparse en forma de planetas de tama?o mucho menor que la propia estrella.
Este tipo de astros, sin masa suficiente para iniciar aut¨®nomamente un proceso de fusi¨®n nuclear, ir¨ªan absorbiendo los restos de la nube original, quedando como ¨²nicas reliquias de esa primera fase ligados para siempre en ¨®rbita alrededor de la estrella. As¨ª es como se entiende el proceso que condujo a la formaci¨®n de la Tierra y todo el cortejo de planetas del sistema solar.
Como puede f¨¢cilmente imaginarse, la existencia de planetas alrededor de otras estrellas es un asunto del mayor inter¨¦s, especialmente en relaci¨®n con la posible existencia de vida fuera de nuestro sistema solar, plausible s¨®lo sobre planetas no muy diferentes del nuestro. En todo caso, la ¨²nica forma de vida que conocemos ha surgido sobre la Tierra, lo cual no es mucho decir, teniendo en cuenta que no hemos podido detectar un solo planeta alrededor de una estrella, digamos ordinaria, distinta del Sol.
La nube de gas y polvo que da lugar al nacimiento de las estrellas ha sido observada ahora con claridad, as¨ª como su progresiva deformaci¨®n hasta tomar la forma de un disco en cuyo centro se ir¨¢ formando el n¨²cleo caliente. Pero todav¨ªa no hemos logrado ver un planeta ya formado en ¨®rbita alrededor de alguna estrella parecida al Sol, de los m¨¢s de 100.000 millones presentes en nuestra galaxia.
La b¨²squeda de otros sistemas de planetas sigue abierta, cada vez m¨¢s cerca del ¨¦xito, pero todav¨ªa resistiendo los ataques de los m¨¢s refinados instrumentos de observaci¨®n. Y frustrando as¨ª nuestra curiosidad por observar mundos similares a aquel en que vivimos.
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