Regar el c¨¦sped
Domingo Manfredi Cano, narrador y periodista que en los a?os sesenta gan¨® todos los premios literarios espa?oles, fue en aquella ¨¦poca a Estados Unidos con otros escritores europeos, en una excursi¨®n de las que ahora hay tantas. Visit¨® bibliotecas, universidades, escuelas y museos, y en todas partes escuch¨® la explicaci¨®n norteamericana sobre el origen de la grandeza de los sitios: los museos eran enormes, las bibliotecas eran las mayores del mundo, las escuelas eran las m¨¢s modernas, y las universidades eran tan grandes que ni los tiempos las llenar¨ªan nunca.Pero hab¨ªa un problema.
-?Un problema? -pregunt¨® un escritor ingl¨¦s que iba en la excursi¨®n-. ?Qu¨¦ problema hay si todo es grande, bien dotado, magn¨ªfico? -dijo, inquieto, el intelectual brit¨¢nico.
-S¨ª, tenemos el problema del c¨¦sped. No pega. ?C¨®mo hacen ustedes en Oxford para que pegue el c¨¦sped?
-Es que llevamos reg¨¢ndolo 470 a?os.
En el aeropuerto de Chicago hay un piano solitario, manejado por un ordenador, que toca para nadie, o para quien quiera escuchar m¨²sica cl¨¢sica antes de tomar un avi¨®n a cualquier parte. En la misma zona de ocio de aquel lugar de dise?o, un cartel anuncia las exposiciones del Museo de Arte Moderno de Chicago o las actuaciones de las orquestas que tiene la ciudad. En los bares hay un silencio casi religioso, y en las librer¨ªas parece que hubiera siglos de libros pidiendo cierta reverencia. No tienen ni castillos ni musgo, ni siquiera tienen lo que en otros sitios llaman tradici¨®n cultural, pero me fij¨¦ en el c¨¦sped: lo est¨¢n regando.
Las estanter¨ªas de estos b¨¢rbaros del Norte, que siempre se asocian a la invasi¨®n cultural del chicle -y a otras invasiones que tienen la bayoneta calada-, est¨¢n llenas de libros sobre h¨¦roes muertos: Scott Fitzgerald, John Dos Passos, Hemingway, John Keats, Albert Camus... Gente que ya no va a los c¨®cteles ni a las presentaciones de libros y que, sin embargo, sigue presente, haciendo leer a otros historias que forman la memoria interior de una sociedad que desde hace s¨®lo doscientos a?os y pico se est¨¢ preguntando c¨®mo demonios prende el c¨¦sped en otros sitios.
En Espa?a no hay c¨¦sped. Bueno, hay c¨¦sped en la tierra de Unamuno y de Baroja, y en la de Dieste y de Risco, e incluso hay c¨¦sped en la tierra de Martorell o de Pla, pero es un c¨¦sped secreto, que crece de vez en cuando y a pesar de la historia, porque la gente est¨¢ ocupada en otras cosas: en, sus guerras, peque?as, en las sucesiones mezquinas de quienes se ponen y se quitan para ponerse o quitarse historia, en los que perpetran, con las armas de la cultura las venganzas pendientes, los oprobios guardados, el c¨¦sped seco que se sucede a s¨ª mismo en este pa¨ªs ¨¢spero que poco a poco adquiere el rostro adusto de la desconfianza.
La actual sucesi¨®n de ayuntamientos y comunidades desata esa evidencia del c¨¦sped seco: se viaja a cualquier parte de Espa?a donde haya habido cambio, y todos los que tienen que ver con lo que aqu¨ª hemos llamado tambi¨¦n tradici¨®n cultural expresan la misma certidumbre:
-Pues ahora cambiar¨¢ tambi¨¦n la pol¨ªtica cultural.
Es decir, la conducta que sobre la cultura se da a s¨ª misma la sociedad, la secuencia cultural que debe ir trabando la gente para que al final sepamos m¨¢s y nos llevemos mejor. La cultura asociada al sosiego de la convivencia y del futuro. Las exposiciones, las obras de teatro, la secuencia de la m¨²sica, la creaci¨®n cultural resulta afectada cada cuatro a?os por la, por otra parte, nunca bien ponderada veleidad de los votos. Un director de teatro recibi¨® antes de las elecciones el aviso: -Hombre, ya est¨¢ bien de Tirso. Ahora tendr¨¢s que empezar a pensar en Mu?oz Seca.
Es nuestra manera de regar el c¨¦sped. Ni en la campa?a electoral, ni en la din¨¢mica actual de los pactos, se ha expresado idea alguna sobre lo que ha de ser la dotaci¨®n de los museos, el desarrollo de las universidades, el porvernir de los museos o la educaci¨®n de la m¨²sica. Eso no importa: ni da ni resta votos; al contrario, quita tiempo. Resulta tan in¨²til como regar el mar.En Espa?a sabemos qu¨¦ pasa en los museos por las dimisiones o las renuncias de sus directivos; conocemos de las bibliotecas porque hay goteras, o sabemos de las universidades porque nos llega la noticia de que all¨ª tambi¨¦n han insultado a Felipe. Es nuestra antigua manera de regar el c¨¦sped, de segar la continuidad de la cultura, el esfuerzo chiquito y cotidiano que un d¨ªa d¨¦ un paisaje pausado y halag¨¹e?o, espl¨¦ndido y tranquilo. Un lugar mejor para vivir, para ver, para escuchar y, para leer. Un c¨¦sped para siempre. No lo tenemos. Ni lo regamos.
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