Santacrucismo urbano
Como la juventud, en tanto qu¨¦ etapa del ciclo vital y estad¨ªo psicol¨®gico transitorio, se estudia bajo el prisma de lo novedoso, puede que quienes no pasan del estudio de los datos, brutos "objetivos" se sientan tentados a integrar el fen¨®meno Jarra¨ª entre las otras variantes, m¨¢s o menos originales, pero, en cualquier caso, surgidas ex novo de las actuales tribus, juveniles.Creo, en cambio, que, tras la, aparente novedad de los talantes de expresi¨®n juvenil, late, en muchas de sus variantes, un profundo conservadurismo, vehiculizado desde la energ¨ªa y la psicomotricidad de los organismos en saz¨®n, pero constituido por un esquem¨¢tico sincretismo, de los valores m¨¢s a?osos de la vieja sociedad parental. En el proceso de afirmaci¨®n indentificatoria del adolescente es m¨¢s acuciante la necesidad de afiliaci¨®n, la dependencia del grupo, que el impulso a la diferenciaci¨®n y a la singularidad. Lo que es l¨®gico si constatamos que las matrices de socializaci¨®n del joven han consistido en la familia y el grupo de iguales, a veces enfrentados, pero en cualquier caso complementarios en su propia conflictividad.
De las bandas estructuradas de j¨®venes guerreros de las sociedades primitivas a la socializaci¨®n por la guerra de las antiguas sociedades militares de tipo. espartano, a la glorificaci¨®n de la camarader¨ªa, la hermandad en la violencia y la gregaria sinfon¨ªa del paso marcado en com¨²n, todo un largo proceso hist¨®rico nos explica c¨®mo, con la manipulaci¨®n de las experiencias ed¨ªpicas y la exaltaci¨®n de la psicomotricidad (sublimada en el deporte, r¨ªgidamente institucionalizada en la organizaci¨®n militar), la impulsividad juvenil pura fisiolog¨ªa, puede servir de estopa para la incendiaria factura de las ideolog¨ªas basadas en la salvaci¨®n del intragrupo y la agresi¨®n contra el exogrupo,
Desde estas premisas se ha lanzado a los j¨®venes a los frentes de combate desde los albores de los tiempos hist¨®ricos.
Jarra?, lejos de ser un ejemplo de la nueva expresividad pol¨ªtica de un grupo juvenil es, por el contrario, la m¨¢s evidente, comprobaci¨®n de lo antedicho. Frente a su insolvente calificaci¨®n de "j¨®venes v¨¢ndalos destructores" su actividad es la de violentos guerreros urbanos cuya agresividad est¨¢ perfectamente orientada contra, determinados objetivos, siguiendo de forma disciplinada consignas a, claras, en tanto que militantes entregados.y devotos a una ideolog¨ªa_y a una forma de actitud pol¨ªtica, el "echarse al monte contra el negro". (el liberal) del dos veces centenario integrismo carca-cat¨®lico-jelkide ("Jelkide": de JEL = Dios y la Ley Vieja, teofuerismo vasco fundado por los hermanos Arana Goiri, del que derivan todos, los nacionalismos abertzales de hoy).Los chicos/ as de Jarrai atacan objetivos precisos. Su comportamiento frente a los polic¨ªas nacionales y frente a la Ertza?a suele ser diferente. Incendian los autobuses urbanos azules y blancos, pero no los colorados (cuyo comit¨¦, de empresa domina LAB...)
Por ello, m¨¢s all¨¢ de los rasgos constitutivos de sus actuales componentes, la explicaci¨®n de su existencia hay que buscarla en aquellos otros que hacen de este colectivo un fen¨®meno presente en la sociedad vasca a lo largo de los ¨²ltimos 200 a?os de conflictiva convivencia hist¨®rica.Cuando don P¨ªo Baroja escribe "yo me veo de cabecilla, con 40-50 hombres, entrando en las aldeas a caballo, la boina sobre los ojos, el sable al cinto, mientras las campanas tocan en la iglesia", est¨¢ expresando, un sue?o colectivo, una representaci¨®n social imaginaria, que ha animado los recuerdos y las fantas¨ªas de los j¨®venes vascos embebidos por el mito del santacrucismo pol¨ªtico. Los mutillak (los chicos) de la partida guerrillera o de la contrapartida de migueletes han constituido el relato, mitad veraz mitad imaginario, que ha precedido al sue?o de casi todos los, ni?os del mundo rural y semirural de la Vasconia decimon¨®nica y de los primeros a?os de este siglo.A¨²n hoy, el Cura Santa Cruz es un personaje ampliamente, conocido, llevado al cine, y objeto de beligerantes tomas de posici¨®n de santacrucistas y antisantacrucistas. El agotamiento y el hast¨ªo que contribuyeron a poner fin a las dos guerras civiles del siglo XIX no fueron capaces de generar un movimiento pacifista realmente entroncado con una ideolog¨ªa de facturas civil y desarrollo basado en las libertades democr¨¢ticas. El liberalismo vasco, defensor esforzado de la naci¨®n y la Constituci¨®n, vivi¨® cercado por un halo mayoritario de hostilidad y de sospecha. El carlismo, la insurgencia, permanente, permaneci¨® vivo hasta 1936; en julio de ese a?o, el carlismo vasco suministr¨® al alzamiento miles de voluntarios organizados en el Requet¨¦. Esta orientaci¨®n militar clandestina control¨® desde el primer d¨ªa, ?lava y Navarra. Evidentemente la raz¨®n civil y el pensamiento liberal fueron minoritarios en Vasci¨®n como sociedad civil. El propio nacionalismo se nutri¨® de la misma enemiga: Arana Goiri fue un exaltado antiespa?ol, pero m¨¢s a¨²n, un antiliberal, en gran parte porque asimilaba las dos cosas. Todav¨ªa en 1933 un pensador clave del nacionalismo, el sacerdote "Aitzol", asesinado por los fanquistas, defend¨ªa en "La Democracia en Euskadi". el sufragio fogueral y rechazaba el universal y el voto femenino. La adhesi¨®n plena del nacionalismo vasco a la democracia liberal fue tard¨ªa (excepci¨®n ANV), parcial y dista mucho de haberse completado, como ha escrito en estas p¨¢ginas Aurelio Arteta ("El buen pastor vasco").
Ante el estallido de la guerra civil de 1936 s¨®lo un pu?ado de republicanos aza?istas y federales manten¨ªan en Vasconia la idea de una paz civil basada en el procedimiento liberal demo.cr¨¢tico frente a ideologias que, a izquierda y a derecha, se alineaban con f¨®rmulas autoritarias.
La guerra civil s¨®lo cambi¨® tal estado de cosas en su superficie. Vasconia revivi¨®, con este terrible acontecimiento, el recuerdo de sus guerras tambi¨¦n perdidas. La gran herida narcisista volvi¨® a abrirse en profundidad. La afrenta transgeneracional permanente dio origen al mito de la epopeya de los gudaris. No hay que olvidar que la guerra civil constituye el hito fundacional de la autonom¨ªa vasca real, la del Estatuto de 1936. Como los serbios con la batalla de Kosovo, se constituy¨® en Vasconia una extra?a forma de cohesi¨®n grupal basada en la glorificaci¨®n de la derrota.
ETA se nutre de la nostalgia de la guerra perdida, de la necesidad de una revancha, y de la instrumentalidad que las guerras de liberaci¨®n nacional de los a?os 60 ofrec¨ªan a los nuevos gudaris, los "gudaris de hoy", los vengadores heroicos cicatrizadores de la herida narcisista.Hoy se sigue tratando de ocultar, miniminaz o justificar la inmensa responsabilidad colectiva de una buena parte de la sociedad vasca, con la IgIesia a la cabeza, que anim¨®, sostuvo y jale¨® a ETA durante la dictadura. Si hay que definir de alguna forma a ETA es como un craso error de l¨®gica pol¨ªtica: error en 1960, en 1970 y en a?os posteriores. Antes y despu¨¦s de la muerte de Franco. Su vitalidad, de 1976 a nuestros d¨ªas, se nutre de aquel apoyo tan insensatamente deparado. Apoyo material, ideol¨®gico y afectivo.
ETA revive las emocione s ancestrales del santacrucismo pol¨ªtico, de los gudaris herc¨²leos s¨®lo derrotados por la innoble actuaci¨®n de la legi¨®n C¨®ndor. La ra¨ªz de la vi¨®lencia es la glorificaci¨®n de la guerra. En Vasconia no se ha liquidado, ni cognitiva ni aflectivamente el recuerdo de la guerra civil, con el consiguiente desfase del proceso de, lo que se ha venido en llamar transici¨®n pol¨ªtica espa?ola.
Los chicos/ as de la partida de Jarrai no son sino el epifen¨®meno de causas m¨¢s profundas: todas las derivadas de un proceso hist¨®rico dist¨®cico en, el que no cabr¨¢ la paz civil sin la construcci¨®n de una sociedad de ciudadanos. A falta de ello sucesivas generaciones de j¨®venes vascos engrosar¨¢n de nuevo la partida santacrucista. Y no habr¨¢ Elkarri ni negociaci¨®n que lo remedie.
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