Tornatore presenta 'El hombre de las estrellas' con aires de triunfador
Los medios italianos presionan para reconquistar el Le¨®n de Oro
ENVIADO ESPECIAL Desde hace dos d¨ªas, la presi¨®n se lee, se ve, se oye y se masca en la Mostra. Es mitad una letan¨ªa y mitad un segundero de reloj de pared en un sal¨®n vac¨ªo: un tic-tac hueco, machach¨®n y con acento siciliano que se repite, Torna-tore, Torna-tore, hasta la n¨¢usea, y suena a jaleamiento confidencial, a la galopada de un divo del calzio f¨²tbolero.
Pero los destinatarios de esa presi¨®n, m¨¢s bien v¨ªctimas, del bombardeo publicitario, Giuseppe Tornatore y su El hombre de las estrellas, comienzan a salirnos por la v¨¢lvula protectora contra la saturaci¨®n que tenemos en la coronilla.El chiste es soso y no es de los que se dicen en las conferencias de prensa, pues suena a un contraproducente exceso de ganas. Pero a Giuseppe Tomatore se le escap¨®, junto a una carcajada que contagi¨® a la corte de tiralevitas que lo acompa?aba en el vest¨ªbulo de la Sala Perla, minutos antes del pase de El hombre de las estrellas para los cr¨ªticos e informadores. Dijo con cara de gustarse un poco m¨¢s de la cuenta: "Tener un Le¨®n de Oro es mejor que tener una estatua de Michelangelo, no Antonioni, sino Buonarroti", y comenz¨® a troncharse, asombrado de su ingenio.
En esa proyecci¨®n no hab¨ªa periodistas italianos. ?stos ya conoc¨ªan la pel¨ªcula, pues hubo pases previos para ellos en abundancia, y el detestable sal¨®n de actos del Casino del Lido se llen¨® ¨²nicamente de plumillas extranjeros con caras largas y la expectaci¨®n neutralizada por el exceso de presi¨®n que hab¨ªan padecido durante los dos d¨ªas precedentes, con objeto de motivarlos para que se sintieran receptores de algo m¨¢s que una pel¨ªcula, un acontecimiento poco menos que hist¨®rico, uno de esos instantes de inspiraci¨®n que cambian el rumbo del cine.
Silencio
El tiro sali¨® por la culata. Durante la proyecci¨®n se oy¨® sin cesar el run run de la carcoma que en los viejos cines levanta la busca y rebusca por 2.000 culos de una postura confortable. Ning¨²n brote de entusiasmo interrumpi¨® la continuidad del filme. Ninguna risa subray¨® desde abajo sus alturas. Ninguna ovaci¨®n despidi¨® el final del trago. ¨²nicamente rompieron el un¨¢nime silencio final, y con muchas cautelas, las palmas de dos o tres (se presume que italianos rezagados) periodistas y la respuesta en abucheo de otros tantos (se presume que franceses, si se tiene en cuenta el vuelo hacia arriba en las quinielas del Le¨®n de Oro del filme franco vietnamita Cyc1o) colegas. Giuseppe Tornatore, que estaba situado a tiro del rabillo del ojo derecho de este cronista, sali¨® a oscuras como una exhalaci¨®n y, por la inclinaci¨®n paralela al suelo de su cogote, se presume que con tanta sensaci¨®n de incomprendido como una margarita en un desierto.El brillante y epid¨¦rmico cineasta siciliano nos ha tra¨ªdo una segunda edici¨®n de su precioso globito hinchado Cinema Paradiso, peso sin la frescura de este, sin su fuerza de contagio sentimental. Repite, con m¨¢s dinero y oficio, pero con menos instinto para conmover, una f¨®rmula calculad¨ªsima, y que precisamente por eso se ve venir, pues, cuanto m¨¢s estudiada es una mec¨¢nica argumental, m¨¢s agujeros abre para que el espectador se cuele en ellos y se adelante a los acontecimientos, desactivando los efectos sorpresa con que (siempre tras las huellas de su, por ahora inalcanzable, paisano, Frank Capra) Tornatore quiere burlar, con regates demasiado previsibles, las resistencias de los corderos a dejarse embaucar.
Pese a todo, estamos ante un premio seguro, que s¨®lo la sagacidad de los jurados (si es que la desenfundan) puede impedir que sea ese Le¨®n de Oro digno de Michelangelo (no Antonioni, sino, Buonarroti) que Tornatore acaricia en el lomo.
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