Momias
MomiasUna muchachita ilustre, amortajada desde la noche de los tiempos, acaba de ser identificada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid. Llevaba 111 a?os en una sala de la C¨¢tedra de Anatom¨ªa, en su urna de cristal, reposando discretamente, pero ha sido ahora cuando por fin se ha logrado desentra?ar su filiaci¨®n: resulta que hace unos tres mil a?os ella fue la princesa Isis, joven sacerdotisa, cantora en el templo de Am¨¦n (Tebas, Grecia, UE), y al parecer encontr¨® la muerte a causa de una tuberculosis localizada en su rodilla izquierda. Mala pata, desde luego. Conviene mencionar que el descubrimiento ha sido posible gracias al af¨¢n investigador de un egipt¨®logo espa?ol, Esteban Llagostera, quien tras casi veinte a?os de rastreos documentales ha logrado desvelar y ofrecer al mundo la identidad de la chica. Isis, 14 a?os, un brillante porvenir, ten¨ªa entonces m¨¢s de cien hermanos y apenas alcanzaba un metro y treinta cent¨ªmetros de estatura. Pero su linaje encubr¨ªa con creces esta circunstancia. De hecho, era hija del gran fara¨®n Rams¨¦s II y fue facturada hacia Madrid en 1884 (de contrabando) por el entonces c¨®nsul general de Espa?a en Egipto. Poco pod¨ªa imaginarse ella el revuelo que su persona habr¨ªa de originar treinta siglos m¨¢s tarde.
Pero, hablando de momias, no deja de resultar curioso este af¨¢n humano por conservar lo que de un modo natural tiende a pudrirse. Aunque tampoco puede afirmarse que dichas pr¨¢cticas carezcan por completo de sentido. Porque el embalsamamiento y la momificaci¨®n, incluso la fosilizaci¨®n, no son procesos que incumban, ¨²nicamente a soportes f¨ªsicos o anat¨®micos: fermentan tambi¨¦n en las mentes vivas, y son capaces, por desgracia, de perdurar hasta la misma eternidad. Esta chica, Isis, tendr¨¢ tres mil a?os, de acuerdo, pero en ning¨²n caso ha de sentirse sola. Tiene colegas, y muchos, en todas partes. Momias que se resisten al curso de la evoluci¨®n cerebral, que la retrasan y que a menudo act¨²an de este modo en un reflejo que por s¨ª mismo delata una ignorancia perturbadora. Casi incomprensible. Por ejemplo, aquellos que se solazan provocando, vejando y martirizando a unos pobres animales en festejos y domingadas locales a las que se suele denominar "encierros". Esta gente se apoya en razones culturales o de tradici¨®n para defender tales pr¨¢cticas, y no acostumbran aceptar regateos. A la saz¨®n, hace pocos d¨ªas se organiz¨® en M¨®stoles poco menos que un mot¨ªn ciudadano a causa de la duraci¨®n de uno de estos actos. Hab¨ªa all¨ª, cercando el Ayuntamiento, varios miles de personas a las que dirig¨ªa un sujeto apodado "El Mes¨ªas". Una especie de ins¨®lito h¨ªbrido entre el papa Clemente y el Cojo Manteca; un fen¨®meno raro, y preocupante que parec¨ªa sustentado apartes iguales por la beodez y lo espasm¨®dico. Lo cierto es que este hombre, no daba para mucho, ni en cuanto a luces, ni en cuanto a profundidad reflexiva, pero ocurre que se subi¨® a un pedestal y que, sin m¨¢s m¨¦ritos, se convirti¨® de repente en un caudillo popular. En cinco minutos, ¨¦l solito, fue capaz de descuartizar el noble y bello arte de la insurrecci¨®n.
Este negocio de los encierros consiste en soltar unas vaquillas, marcarles un recorrido, encajonarlas y, perseguirlas luego con gran bullicio y alboroto. En el trayecto, los animales son azuzados, atormentados, hostigados y aterrorizados, cuando no heridos o torturados entre el jolgorio popular. Hay gran variedad de modelos, pero en todos reside el mismo h¨¢lito purulento, la misma excitaci¨®n insana, que se apodera del practicante sin que ¨¦ste pueda sustraerse al influjo hipn¨®tico de la impunidad.
Aunque todav¨ªa hay variantes peores. Sin ir m¨¢s lejos, el alcalde de Torres de la Alameda, localidad situada a unos treinta kil¨®metros de Madrid, ha emprendido una recogida de firmas a favor del toro embolado, un festejo que consiste en lo anteriormente expuesto, pero con un detalle accesorio: prender dos bolas de fuego en las astas del animal. Divertid¨ªsimo. Esta pr¨¢ctica est¨¢ prohibida en nuestra Comunidad, pero el alcalde no es ning¨²n blandengue y ha empren dido una cruzada personal para combatir la norma. Loor y gloria a tan insigne guerrero y pensador.
No hay raz¨®n, pues, para el optimismo: estos animales, como tantos otros, tendr¨¢n que esperar justicia para m¨¢s adelante. Digamos cincuenta o sesenta siglos.
Las hordas humanas son as¨ª: m¨¢s bien obtusas y duras de mollera, y habr¨¢n de pasar varios milenios antes de que el antropopiteco comprenda que respetar a los dem¨¢s animales no es un ejercicio de generosidad, sino una imperiosa obligaci¨®n. Y una sugerencia, por si colara: hay otros modos de crearse emociones fuertes. De verdad que s¨ª. Por ejemplo,, irse a ?frica, a la sabana, buscar un rinoceronte (sin atar, naturalmente), patearle en la nariz y darle, luego unas palmaditas amistosas para ver si ha entendido la broma. A solas con ¨¦l. O mejor a¨²n: ?por qu¨¦ no prueba esta gente a colocarse una antorcha en el pito? Creo que se corre mucho; y que da una risa...
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