Unabomber
La iniciativa ha disparado un dif¨ªcil debate, pero las razones de seguridad p¨²blica han acabado imponi¨¦ndose.
Cierto, puede considerarse como una concesi¨®n ante el chantaje, lo que sirve de precedente a otros terroristas. Pero hay quien lo ve como un caso aislado e, incluso, incluso, como un servicio a la comunidad.
Es duro tener que confiar en alguien con un pasado as¨ª, pero las autoridades tienen razones para pensar que ¨¦l acabar¨¢ cumpliendo su palabra.
Aunque pretend¨ªa presentarse como una organizaci¨®n, lo cierto es que se trata de una sola persona, de un hombre blanco, en torno a los cuarenta a?os, de formaci¨®n universitaria y obsesionado con la idea de salvar a la humanidad. Esa filantrop¨ªa -salvar a la humanidad aunque fuera a costa del sistema- le ha llevado a escribir art¨ªculos, manifiestos y alg¨²n que otro libro.
La cr¨ªtica del peri¨®dico que ha dado cobijo a su ret¨®rica es ardua, dificultosa, hay que hilar muy fino. Y, sobre todo, no deber¨ªamos caer en el provincianismo: no habr¨ªa m¨¢s que recordar c¨®mo tiempo atr¨¢s dos grandes diarios de EE UU, The Washington Post y The New York Times, dieron cancha a un criminal. Y es que as¨ª va el mundo.
Y mucho menos tampoco se deber¨ªa criticar al Gobierno. Por la misma necesidad de amplitud de miras y horizontes: al fin y al cabo, esos dos diarios cedieron al chantaje porque lo pidi¨® el Gobierno. Si el todopoderoso Gobierno federal de los Estados Unidos de Am¨¦rica se puso a los pies de un criminal, ?qu¨¦ habr¨ªamos de hacer aqu¨ª, en el corner del Imperio, con alguien que no ha matado a nadie y que demuestra, por el contrario, una voluntad redentora, esa vasta filantrop¨ªa descrita, causa de honoris causa?
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