Oto?o Brecht
Hay de pronto como un revival inopinado de Bertolt -Brecht, de quien nadie parec¨ªa acordarse mucho en los ¨²ltimos a?os, y junto a la visita que se anuncia del Berliner Ensemble se estrenan simult¨¢neamente en Madrid dos piezas teatrales, Terror y miseria del Tercer Reich y la que antes se llamaba La resistible ascensi¨®n de Arturo Ui, ascensi¨®n que de resistibl¨¦ se ha convertido en evitable, atinque algunas pers¨®nas, la noche del estreno, de lo que la calificaban con prudencia y en voz baja al salir del teatro era de insoportable. Siempre es aleccionador, aunque tambi¨¦n un poco humillante, comprobar que se pertenece a una generaci¨®n, a un cierto grupo social, que las peripecias personales, los gustos y las reacciones de uno carecen en gran parte de singularidad, y se repiten m¨¢s o menos id¨¦nticas en un cierto n¨²mero de conocidos y desconocidos. Cualquiera de nosotros es menos un individuo que un ejemplo sociol¨®gico: la otra noche, en el teatro donde se estrenaba Arturo Ui, no me costaba nada identificar entre el p¨²blico a personas aproximadamente de mi misma generacion y de un perfil ideol¨®gico parecido al m¨ªo, y estaba seguro de que para casi todas ellas Bertolt Brecht hab¨ªa sido hace 20 a?os una figura obligatoria de culto, una especie de santo con todos los atributos visuales de las estampas cat¨®licas de la santidad, la vida ejemplar y las gafas redondas y la chaqueta negra, austera y proletaria.M¨¢s que un autor teatral, Brecht era entonces una mitolog¨ªa y una ortodoxia, la mitolog¨ªa del artista que sirve disciplinadamente al partido y. a la revoluci¨®n y la ortodoxia del teatro ¨¦pico, que era la ant¨ªtesis absoluta del teatro burgu¨¦s y de la cultura burguesa y desterraba para siempre toda blandura y toda niebla sentimental, toda concesi¨®n al psicologismo o a las emociones turbias del melodrama. El teatro ¨¦pico, siendo revolucionario, era tambi¨¦n did¨¢ctico sin la menor trampa de ambig¨¹edad o de pudor, porque no buscaba, como el malhadado teatro burgu¨¦s, el aturdimiento y la alineaci¨®n del p¨²blico, sino la explicaci¨®n de los hechos hist¨®ricos y el cambio radical de las circunstancias sociales.
Intento acordarme ahora de la jerga de entonces y lo que mas me asombra no es la probable arbitrariedad de aquellas convicciones tan universalmente acatadas, sino el dogmatismo inflexible con que se ejerc¨ªan. No era s¨®lo que las obras y las ideas teatrales de Brecht, fuesen mejores que las de cualquier otro autor, vivo o muerto: era que cancelaban y abol¨ªan toda otra forma de expresi¨®n teatral, convertida en infamante quincalla burguesa o modificada hasta el extremo de la desfiguraci¨®n para ajustarla a los mandamientos de didactismo y frialdad del teatro ¨¦pico. El Valle-Incl¨¢n de Luces de Bohemia, que tiene una vitalidad deslenguada y popular de sainete y una furia de predicador libertario o de profeta alucinado del Antiguo Tesiamento, yo lo he visto enfriado, germanizado, solemnizado, agrisado, para que se ahormara a los preceptos de Brecht.
Imagino que el otro d¨ªa, durante la representaci¨®n del Arturo Ui a la que yo asist¨ª, otros espectadores se acordaban de las mismas cosas que yo y confrontaban con cierta melancol¨ªa los r¨ªgidos entusiasmos y las excomuniones de entonces con lo que estaban viendo sobre el escenario: m¨¢scaras, figurines previsibles de g¨¢nsteres, de millonarios, de golfas de cabaret, gestos de mu?ecos articulados, gritos, oportunos carteles que al final de cada escena explicaban el significado de lo que acab¨¢bamos de ver, por si acaso alg¨²n. miembro del p¨²blico era tan lerdo como para no darse cuenta de que el Chicago de la obra era la Alemania de Weimar, y el trust de la coliflor la oligarqu¨ªa terrateniente e industrial, y los g¨¢nsteres los nazis, y Dullfeet D?llfuss, y Arturo Ui Adolfo Hitler...
Hace tiempo que no leo Madre Coraje o Galileo Galilei, que a los 20 a?os, cuando me imaginaba rom¨¢nticamente a m¨ª mismo como un futuro autor de teatro ¨¦pico, me impresionaron m¨¢s all¨¢ de cualquier coacci¨®n ideol¨®gica. Vista ahora sobre un escenario, la resistible o evitable ascensi¨®n de Arturo Ui se ha convertido en un tebeo plano pero su didactismo no ofende ya por lo burdo o lo simple, sino por lo falso. De pronto me di cuenta, mientras remontaba como pod¨ªa el aburrimiento, que lo que me desgarraba sobre todo era una mentira, una trampa ideol¨®gica.
Brecht cuenta el ascenso del nazismo como el simple resultado de un acuerdo entre los g¨¢nsteres y los ricos, como una consecuencia natural de la venalidad del Estado, de la hipocres¨ªa de la democracia: escrib¨ªa contra los nazis en 1941 cuando ya se hab¨ªa roto el pacto entre Hitler y Stalin, y al presentar esa entrega incondicional de los multimillonarios, los tenderos y los gobernantes, a la dictadura de los pistoleros ocultaba interesadamente los hechos sin los cuales la historia se vuelve mentira. El primero, que la Rep¨²blica de Weimar no era el Estado b¨¢rbaro y corrupto de la oligarquia, sino un r¨¦gimen democr¨¢tico que en circunstancias imposibles estableci¨® un modelo de legalidad y llev¨® a cabo una serie de valiosas reformas sociales; el segundo, que los nazis no estaban solos en su agresion contra las libertades, ni tuvieron siempre como ¨²nicos aliados a los plut¨®cratas: el partido comunista alem¨¢n, en el que militaba Brecht, no tuvo escr¨²pulos en unir sus fuerzas sindicales y parlamentarias a las de Hitler cuando le vino bien a su estrategia pol¨ªtica, y el precio atroz que pag¨® luego no lo disculpa de su irresponsabilidad, de su sectarismo desastroso, pues al perder la democracia formal que despreciaban tanto muchos comunistas perdieron la vida. Se dice siempre que esta obra es una advertencia sobre la escalada del totalitarismo, pero cualquier libro de historia resulta m¨¢s aleccionador y m¨¢s ¨²til. Yo encontr¨¦, si acaso, la noche del estreno, una advertencia retrospectiva sobre la facilidad con que puedan abrazarse ciertos dogmas singularmente t¨®xicos, sobre la rapidez y hasta la crueldad con que el paso del tiempo convierte en antigualla lo que nada pareci¨® m¨¢s nuevo.
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