Los libros del pasado
Despu¨¦s de los calores del verano de San Miguel, que dan una ¨²ltima vehemencia de dorados, amarillos y rojos a los frutos de la estaci¨®n, las primeras tardes nubladas de octubre traen a Madrid unos minutos, lluvia d¨¦bil y una hilera de casetas de libros viejos a lo largo del paseo de Recoletos, bajo los grandes olmos y los casta?os de Indias a los que no prestan la menor atenci¨®n los bibli¨®filos en corvados, los bibli¨®filos ¨¢vidos que hojean con rapidez experta una novela verde de los a?os veinte o un catafalco indigesto de libro del siglo XVIII, y se mueven siempre con un aire un poco furtivo, dando la espalda a todo, una espalda ensanchada y hostil, como para evitar cualquier peligro de espionaje sobre su bibliofilia.Parece que los libros viejos, los libros antiguos, los libros simplemente maltratados y usados, son frutos tan estacionales como los membrillos o los c¨¢quis, y, que la melancol¨ªa preceptiva del anochecer anticipado de octubre se corresponde con la de esos vol¨²menes donde lo que se lee sobre todo es el paso del tiempo: el tiempo lento y nobiliario de la vejez de los libros valiosos, con su olor a polvo de bibliotecas antiguas y sus copos los m¨ªnimos de caspa f¨®sil de erudito prensados entre las rancias hojas, y el tiempo r¨¢pido, insustancial, despiadado, que ha ido llev¨¢ndose a los libros sin dignidad, a las ediciones de best sellers de hace veinte o treinta a?os; los libros que desde el principio fueron malos, baratos y vulgares y los que disfrutaron de un resplandor que parec¨ªa que iba a ser perdurable y se qued¨® en nada, en olvido, en ecos de t¨ªtulos y nombres que ahora nos aparecen entre los saldos de un mostrador de la feria como antiguos conocidos, incluso amigos que nos importaron mucho, tan desmejorados ahora y tan envejecidos que nos saludan y nos hablan de entonces y nos cuesta saber qui¨¦nes son.
La fer¨ªa de finales de mayo en el Retiro es el certamen tumultuoso del mercado y de la vanidad, de las novedades rutilantes, y tiene un punto m¨¢s bien febril de confusi¨®n y desasosiego que se corresponde con los primeros d¨ªas de calor violento, de palpitaciones de savia nueva en la vegetaci¨®n.
En esta feria de ahora lo que se descubre es el reverso de la otra, la facilidad y la crueldad, con que a los libros los arrastra el pasado, llev¨¢ndoselos de los escaparates de las librer¨ªas a las fosas comunes de los almacenes de saldo, de las bibliotecas y las mesas de noche a una intemperie con escalones sucesivos de degradaci¨®n un puesto de libros viejos, el caj¨®n de un chamarilero, una acera del Rastro, entre peines de pl¨¢stico y revistas er¨®ticas de los primeros setenta.
Tengo amigos para quienes la bibliofilia es un vicio m¨¢s ruinoso y obsesivo que la cocainoman¨ªa. Pasan detr¨¢s de los mostradores. de las casetas para indagar entre los vol¨²menes m¨¢s caros y m¨¢s raros; se encorvan, adelantan el cuello, rozan tan con los ojos el papel y la encuadernaci¨®n tan f¨ªsicamente como con las manos. Yo a veces encuentro un libro, desconocido, que resulta ser un tesoro el a?o pasado, por ahora, el diario magn¨ªfica que escribi¨® George Simenon al cumplir sesenta a?os, que se titula Quand j'etais vi¨¦ux y contiene algunas de las anotaciones m¨¢s sabias que pueden leerse sobre el oficio d¨¦ la literatura.
Pero lo que m¨¢s hago en estas ferias es mirar cualquier libro igual que se mira por la calle a la gente que pasa, y siempre acabo el recorrido con un sentimiento de fatiga y de algo de tristeza porque lo que he ido viendo de una caseta a otra ha sido mi pasado personal, la arqueolog¨ªa verdadera de mi atrabilaria formaci¨®n de lector.
Aqu¨ª veo de nuevo los libros, que eran c¨¦lebres cuando yo ten¨ªa trece o catorce a?os, los que le¨ª y no siempre recuerdo o no me atrevo a reconocer que me gustaron mucho, los libros que miraba a diario en los escaparates de las papeler¨ªas y no pod¨ªa comprar y los que a los doce a?os descubr¨ª como un tesoro asi¨¢tico en la biblioteca municipal de ?beda. Todos tenemos cierta habilidad en forjamos pasados aceptables: a todos nos complace recordamos lectores adolescentes de Verne, de Stevenson, incluso de Emilio Salgari, y nos desprendemos de otros libros vulgares o inconfesables gracias a la simple tarea selectiva del olvido o a un instinto de esnobismo, de que a veces no somos conscientes. Pero ahora, en la feria del libro antiguo, los vemos que vuelven, los reconocemos, los identificamos: las novelas de la colecci¨®n Reno, con sus portadas como malos carteles de cine y aquella sugesti¨®n que ten¨ªan siempre de turbiedad y peligro; las encuadernaciones plastificadas del C¨ªrculo, de Lectores, tan moderna entonces como la-formica de las estanter¨ªas multimueble; las obras innumerables y triunfales de ?lvaro de la Iglesia; los tratados entre morbosos y pudibundos sobre la vida sexual y el matrimonio cristiano, las historias de adolescentes de Jos¨¦ Luis Mart¨ªn Vigil que uno devoraba a los catorce a?os con una pasi¨®n clandestina de rebeld¨ªa confusi¨®n sentimental y amargura. Sin nadie que lo guiara uno le¨ªa con la misma extraviada avidez el siniestro Diario de Daniel y El mono desnudo, del entonces acreditado zo¨®logo Desmond Morris, El retorno de los brujos y Sinuh¨¦ el egipcio; Dios le ampare, imb¨¦cil, de ?lvaro de la Iglesia, y el Juicio universal, de Giovanni Papini; Los nuevos curas, El misterio de las catedrales, Torremolinos gran hotel, libros bochornosos que a uno se le antojaban obras maestras, novelas hist¨®ricas y novelas de m¨¦dicos, novelas verdes y, novelas de esp¨ªas. No s¨®lo los mismos t¨ªtulos, sino tambi¨¦n los mismos ejemplares, vuelven ahora a mis manos como pruebas tangibles de otra identidad m¨ªa, de una de tantas vidas Anteriores que olvidamos.
Lo peor es que a veces, entre esos libros en ruinas, aparece por equivocaci¨®n la portada de otro mucho m¨¢s reciente, un libro escrito por alguien de mi edad, o m¨¢s joven, incluso un libro m¨ªo, y al verlo tan nuevo y ya perdido en esa galer¨ªa de fantasmas me pregunto c¨®mo ser¨¢n los mostradores de la feria del libro antiguo y, de ocasi¨®n al cabo de veinte o treinta a?os, qui¨¦n leer¨¢ de pronto nuestros nombres o los t¨ªtulos de nuestros libros de ahora como recuerdos de un tiempo desacreditado y lejano.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Archivado En
- Literatura period¨ªstica
- Lectura
- Opini¨®n
- Ling¨¹¨ªstica
- Ferias libro
- Ayuntamientos
- H¨¢bitos culturales
- Museos
- Administraci¨®n local
- Exposici¨®n universal
- Madrid
- Exposiciones
- Literatura
- Bibliotecas
- Libros
- Comunidad de Madrid
- Lengua
- Instituciones culturales
- Agenda cultural
- Espa?a
- Servicios informaci¨®n
- Administraci¨®n p¨²blica
- Comercio
- Cultura