El flaco y su novia eterna
Poniendo la mano sobre el coraz¨®n, como cantaban las Hermanas ?guila, "el dueto m¨¢s dulce de Am¨¦rica", ha quedado bastante raro que, hoy hace cuatro d¨ªas", se nos pasase el 25 aniversario de la muerte del compositor mexicano Agust¨ªn Lara (1897-1970) en medio de un silencio, adem¨¢s de oto?al, casi absoluto. Sobre todo, por que ya nadie duda de nuestra pertenencia a un pa¨ªs gesticulero, donde galopan tanto las conmemoraciones y se prueban tan poco las verdaderas cosas. Sin embargo, fue Lara un hombre "extra?o, am¨¦n de disparejo", fascinado por otra idea de Espa?a: la que de ella se hiciera antes de conocerla, y la que dio de ella, por enso?aci¨®n o chiripa, en todos los bailongos, bares, lupanares provistos de gram¨®fono, hogares, lastimeros y musicales hilos, hoteleros o a¨¦reos de este sentimental planeta. Recordaremos, pues al Flaco de Oro desde ese veleidoso punto de vista: el de aqu¨¦l, y lo diremos con palabras muy suyas, que ama a su madre (M¨¦xico) con locura, pero que, desde muy temprano, decide echarse novia, la novia eterna. ?Y qui¨¦n mejor que Espa?a para un largo noviazgo? Sin tal vez pregunt¨¢rselo, dio en el blanco. Hasta el punto, ya no de vista, pues le¨ªa en franc¨¦s a Baudelaire, de que algunos llegaran a acusarlo de traidorzuelo malinchista. Ni se inmut¨®. ("?D¨¦jame que te bese,/ aunque... me muera!"). Cuando Lara lleg¨® por vez primera a Espa?a, en julio de 1954, ya era el autor afortunado, de la Suite espa?ola, a la que pertenecen tres canciones famosas: Granada ("tierra so?ada por m¨ª,/ mi cantar se vuelve gitano cuando, es para ti"), Valencia ("sus mujeres todas tienen/ de las rosas el color") y Madrid ("Cuando llegues a Madrid, chulona m¨ªa, / voy a hacerte emperatriz de Lavapi¨¦s...").
Elev¨¢ndose, empujando y arrim¨¢ndose, por ese orden. Las voces de, Pedro Vargas, Mario Lanza y Ana Mar¨ªa Gonz¨¢lez hab¨ªan contribuido a hacerlas populares. Sin ir m¨¢s lejos, el conde de Mayalde, alcalde de Madrid, tarareaba sin parar el chot¨ªs de Lara, aun temi¨¦ndose que fuese obra de alg¨²n rojo, refugiado en M¨¦xico, presa de la castiza nostalgia. Desenga?ado, tuvo a gala romper el luto por Benavente, premio Nobel reci¨¦n enterrado, para entregarle al compositor rom¨¢ntico una batuta de oro y plata. Con ella dirigi¨®, como invitado de honor, la Banda Municipal en la verbena de Chamber¨ª.
?Qui¨¦n honraba a qui¨¦n? Tin, Tic¨®n, El Murci¨¦lago Cantor, El Espectro Libertino, El Cyrano del Celuloide, El Grillo, El Novio de Espa?a, celebridad cuajada, ven¨ªa de muy lejos, seg¨²n recuerda Raymundo Ramos: "Nat King Cole le besaba las manos; Frank Sinatra lo llamaba 'el mejor y el ¨²nico', Jos¨¦ Iturbi le prestaba su piano,; y de la versi¨®n de Mar¨ªa Bonita grabada por Bing Crosby se vend¨ªan millones de discos". Pero Lara, en el hotel Comodoro y en el bar de Perico Chicote, se rodea de cuanto ha so?ado. Acuden toreros; Belmonte, El Gallo, Arruza; actores: Aurora Bautista, Jorge Mistral; flamencas: Lola Flores, Pastora Imperio, Carmen Amaya y Carmen Sevilla. Viaja a Sevilla, donde Cugat impone sus canciones en la plaza de la Maestranza; y, al llegar a Valencia, Ferrusquilla da testimonio: "Desde el pie de la escalerilla del avi¨®n, por las calles de la ciudad y hasta en el cuarto del hotel, hab¨ªa una alfombra de p¨¦talos de rosas de un metro de ancho". De regreso a Madrid, despu¨¦s de visitar otros muchos lugares, el mism¨ªsimo Gregorio Mara?¨®n se lo lleva a la finca del Cigarral para dedicarle Elogio y nostalgia de Toledo.
Casi 10 a?os despu¨¦s de este primer viaje a Espa?a, reaparece aqu¨ª Lara para conocer la mansi¨®n que acaba de regalarle la Junta Provincial de Granada. Alguien trama un encuentro con Franco, so pretexto de que debe imponerle una condecoraci¨®n llamada la Herradura de Oro. Aleccionan al visitante sobre el comportamiento ante el dictador y, en especial, sobre el debido trato: general¨ªsimo por aqu¨ª, general¨ªsimo por all¨¢. Pero Agust¨ªn, en cuanto vio al sujeto, se lanz¨® de esta suerte: "?C¨®mo est¨¢ usted, don Paco?". Franco, tal vez por ocasi¨®n ¨²nica en toda su larga vida, se qued¨® completamente p¨¢lido. Y fue una I¨¢stima que el flaco novio de Espa?a, ya puesto, no le cantase aquello suyo al suegro: "Yo tuve las violetas de tu primer desmayo...
Babelia
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