Birra
En muy pocos bares madrile?os se tira la cerveza de barril como es debido. Lo que te sirven tiene toda la pinta de un sopicaldo detestable. La mayor¨ªa de los ciudadanos, por su parte, no sabe beber cerveza; y son multitud los que la trasiegan de forma asilvestrada, compulsivamente. No se trata as¨ª a una dama exquisita y sensual, nacida entre los sumerios al mismo tiempo que la escritura, hace m¨¢s de 5.000 a?os.Madrid ha contribuido muy eficazmente en los ¨²ltimos tiempos a la expansi¨®n de la leyenda negra de la cerveza. Hace a?os se invent¨® aqu¨ª el t¨¦rmino litrona, de lamentable est¨¦tica y mostrenca ¨¦tica.
Esa palabra cimarrona se extendi¨® r¨¢pidamente por todo, el Estado, provocando a su paso reg¨¹eldos, guitarrazos, promiscuidad y orines. Su propia sordidez ha propiciado que el fonema est¨¦ cayendo en desuso.
Pero ya ha surgido un repuesto m¨¢s sutil: tambi¨¦n Madrid es la introductora en Espa?a de un italianismo de fulminante expansi¨®n, birra, no tan canalla ni tan mafioso, pero de innegable tufillo camorrista.
La l¨ªtrona y la birra son coletazos de la cultura grecolatina, que trat¨® a la cerveza con desden por considerarla un brevaje temerario de los pueblos b¨¢rbaros. Tanto una como otra son patrimonio del rock and roll sucio, la ilegalidad, el c¨®mic salvaje y la literatura underground, es decir, los b¨¢rbaros, contempor¨¢neos. La litrona es el lado bestia de la birra. En Madrid, a pesar de todo, hay signos cada vez m¨¢s evidentes de que este elixir de dioses est¨¢ recobrando su prestigio, sus ritos, exquisitez, sosiego, est¨¦tica y modales. Aqu¨ª siempre ha habido un nutrido grupo de sibaritas, parroquianos fervorosos de los escasos bares donde la ca?a es una peque?a obra de arte.
Ahora ha llegado un refuerzo de calidad con la proliferaci¨®n de las tabernas irlandesas en todos los barrios de la capital. En estos establecimientos, de cuidada est¨¦tica, beber una pinta es placer en el que participan todos los sentidos, y adem¨¢s, suele sonar muy buena m¨²sica.
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