Unidos en la crisis
EE UU y Francia libran batallas presupuestarias similares pero con distintos protagonistas y soluciones

Lo que est¨¢ ocurriendo en EE UU, la pelea sobre el d¨¦ficit y la crisis presupuestaria, es, en cierta medida, la versi¨®n yanqui de los sucesos en Francia. En ambos casos, no se trata m¨¢s que de decidir c¨®mo se sustituyen beneficios sociales que resultan ya impagables para el Estado. Los papeles, sin embargo, est¨¢n invertidos en los dos pa¨ªses: aqu¨ª, el presidente Bill Clinton ocupa, poco m¨¢s o menos, el espacio de los sindicatos franceses, mientras que los congresistas republicanos Newt Gingrich y Robert Dole interpretan el papel del presidente y primer ministro franceses. Como consecuencia, el que aqu¨ª est¨¢ en huelga es el Gobierno, no los trabajadores.El problema, obviamente, no es tan simple. Hay otras y m¨¢s importantes diferencias. El debate sobre la sociedad del bienestar se plantea, para empezar, desde perspectivas distintas. En Europa, ese concepto es un orgullo, un noble prop¨®sito, aunque, de repente, una quimera. En EE UU, su t¨¦rmino equivalente, lo que se llama welfare, es una verg¨¹enza nacional. El Estado del welfare es, en la concepci¨®n popular, un Estado de limosnas y subsidios que arruina la iniciativa individual y desangra al contribuyente.
Los norteamericanos no aspiran al Estado del bienestar, aunque disfrutan de ¨¦l en menor medida, que la poblaci¨®n de los pa¨ªses europeos. No quieren pagar impuestos para subvencionar a los rezagados en la feroz competencia, pero tampoco quieren perder los beneficios de su modesta seguridad social.
Por suerte para los norteamericanos, el Estado del bienestar no ha llegado aqu¨ª al nivel de crisis que en Europa. En EE UU, el gasto p¨²blico representa el 34% del Producto Interior Bruto (PIB), mientras que en Francia, por ejemplo, es el 54%. Los gobernantes norteamericanos dicen querer actuar ahora para evitar en el futuro los males que sufren los europeos. Un ingrediente alto de este conflicto es puramente pol¨ªtico. Tanto Clinton como Gingrich y Dole adoptan las posiciones que m¨¢s les convienen electoralmente.
Pero hay una parte de esta crisis que sobrevive a la batalla pol¨ªtica electoralista. Una vez pasada la tormenta del cierre del Gobierno, lo que quedar¨¢ de este conflicto es el compromiso de reducir el d¨¦ficit p¨²blico. Clinton, desde luego, ha tenido que hacer una gran concesi¨®n: la de llegar a esa meta en el plazo de siete a?os (inferior a sus planes) y de acuerdo a las cifras del Congreso, no a las de la Casa Blanca. Pero tambi¨¦n los republicanos han tenido que ceder.Lo que hoy puede vislumbrarse como resultado de la negociaci¨®n entre la Casa Blanca y el Congreso es que la asistencia sanitaria a los pensionistas y los pobres ser¨¢ reducida y parcialmente transferida a los Estados, pero no tanto como para permitir las reducciones de impuestos que los republicanos quieren. Si esa f¨®rmula sirve o no para acabar con el d¨¦ficit p¨²blico en siete a?os est¨¢ a¨²n por ver. Pero lo que s¨ª parece claro es que EE UU no va a llegar al comienzo del siglo con su Estado en quiebra como algunos europeos.
Las reformas actualmente en negociaci¨®n pueden, desde luego, hacerse m¨¢s r¨¢pidas y dr¨¢sticas si los republicanos ganan la presidencia en 1996 y gozan, por tanto, del control tanto del Congreso como de la Casa Blanca. Pero incluso en ese caso son previsibles elementos de correcci¨®n -otro cambio de mayor¨ªa en el Congreso en 1998, por ejemplo- que eviten el drama.
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