Parab¨®licas de adosados
En una cualquiera de las urbanizaciones de adosados que adelantan el futuro de Madrid. El marido llega, se quita la corbata, echa un vistazo al telediario, jura contra el gobierno, se averg¨¹enza de la oposici¨®n, apaga antes de que lleguen las noticias de guerras y de hambrientos, se dirige a la cocina, m¨¢s que para echar una mano, para comerse una patata frita. Entonces descubre el ¨²ltimo monda-patatas que se ha comprado su mujer, seducida a traici¨®n en un programa de madrugada: un monda-patatas realmente extraordinario que no requiere el m¨¢s ligero esfuerzo, y adem¨¢s -explica ella con el entusiasmo que le ha comprado tambi¨¦n al vendedor justamente para circunstancias como ¨¦sta-, con una sola palanquita se puede reciclar como linterna para el coche y cepillo anticaries para el perro.Bronca.
Dos o tres horas despu¨¦s. Ella se est¨¢ limpiando el cutis y, a trav¨¦s del espejo del tocador, observa a su marido quitarse la camisa para ponerse la chaqueta del pijama. "?Qu¨¦ has decidido?", pregunta con la voz aterciopelada de las preguntas a mala idea. "Qu¨¦ he decidido de qu¨¦", responde ¨¦l" que lo sabe muy bien porque es el tema que suele surgir cuando ¨¦l permite que se le vea la panza de la felicidad. Desgraciada curva que a ella le trae a la memoria atl¨¦ticos profesores de tenis seduciendo a amas de casa en los telefilmes de la hora de la siesta. "Qu¨¦ has decidido respecto al gimnasio", dice ella. Puede ocurrir que entonces ¨¦l decida aplazar la guerra y diga: "el lunes"; balones fuera. O puede ocurrir que ese d¨ªa el atasco haya sido particularmente malo y le conteste: "Ir¨¦ al gimnasio cuando t¨² est¨¦s como. Jacqueline Bisset, que tiene tu edad".
Y en este caso, bronca.
Noche de s¨¢bado, cualquier hora despu¨¦s de medianoche, tiempo semanal que los habitantes de los chal¨¦s adosados reservan para su b¨ªblica raci¨®n de felicidad y a la vez coger carrerilla. Esta noche han procurado ser amables el uno con el otro y han evitado hablar de, pol¨ªtica, ya sea de la familia pol¨ªtica, ya sea de la pol¨ªtica vecina: una diputada a Cortes con traje de chaqueta, peinado salvaje, ojos de metal y mand¨ªbula geom¨¦trica. ?l se ha moderado con las copas, ella, fr¨ªamente, no. Cuando finalmente han cubierto el primer cap¨ªtulo de ritos -desde que empezaron en el asiento trasero los han ido depurando hasta poderlos repetir a ciegas y de memoria-, ella se levanta de pronto, sin avisar, llama por tel¨¦fono a su amiga Arantxa y le habla a gritos. O va a la cocina a poner el lavaplatos, que por la noche es m¨¢s barato, y tambi¨¦n le habla a gritos. O rebusca en el botiqu¨ªn y se corta un padrastro.Esta escena se produce a menudo, en todo tipo de chal¨¦s adosados: el tipo A, el tipo B, el tipo C, e incluso el tipo D. Con tresillo de tres plazas o de cuatro. Con televisores de 24 pulgadas o de 30. Entre votantes del PSOE o del PP. Ingenieros, abogados o funcionarios. En invierno como en verano: Gritos en el medio, como en un ritual salvaje y primitivo. Hasta que los maridos, astutos y solidarios como s¨®lo ellos saben ser, averiguan con la ayuda de expertos, sondeos y estad¨ªsticas, que ese peculiar comportamiento de sus parejas no es otra cosa que la pausa de la publicidad.No hay que preocuparse, no es particularmente peligroso. Es lo que ocurre si se ve mucha televisi¨®n, que sus ritmos m¨¢s profundos se meten en los huesos y terminan por gobernarlos. Ese es el fen¨®meno que los sic¨®logos (conductistas) han terminado por reconocer con el nombre de S¨ªndrome del detergente, un nombre machista, sin duda, toda vez qu¨¦ alude a los detergentes de lavadora que insisten en comprar las se?oras pese al nivel. mental de la publicidad.que los anuncia. El S¨ªndrome no alude en cambio al tono de entrenador de f¨²tbol dando excusas el domingo por la noche que adoptan los maridos cuando esa misma madrugada no han estado a la altura de su reiterada circunstancia.
. Lo cual se produce con preocupante insistencia. Mases discutible que ello se deba ala televisi¨®n. Puede que el secreto se encuentre en los atascos. A fuerza de insistir, los hombres de estas urbanizaciones se hacen atasco-adictos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.