TRAVES?AS
Los novedosos y los originalesCuenta Julio Camba en un art¨ªculo que ¨¦l casi nunca recib¨ªa cartas elogiosas de sus lectores, pero que una vez le escribi¨® un lector entusiasta de Guadalajara y eso estuvo a punto de arruinarle la carrera, porque desde entonces, cada vez que empezaba un art¨ªculo, se preguntaba si no iba a defraudar a su lector de Guadalajara. Hay fervores temibles y devociones tan recias que uno casi preferir¨ªa no merecerlas. Hace un par de semanas, esperando mi turno en una fruter¨ªa, una se?ora bien vestida y de edad intermedia se me qued¨® mirando y me sonri¨® con expresi¨®n de reconocerme, y en menos de un minuto me propin¨® un correctivo ejemplar:-Hay que ver, el otro d¨ªa le¨ªmos en casa un art¨ªculo suyo sobre arte, no me acuerdo de qu¨¦ trataba, y lo estuvimos comentando, qu¨¦ mal, ?no?, dec¨ªamos, qu¨¦ equivocado est¨¢ este hombre, no se entera de nada, claro, como es de letras, y los de letras ya se sabe, perdona que te lo diga, cuando escrib¨ªs de arte met¨¦is la pata siempre, es lo que coment¨¢bamos en casa, que de literatura entender¨¦is mucho, pero de arte nada, te lo digo porque yo tengo una galer¨ªa, y, claro, cuando alguien no entiende de una cosa un profesional lo nota enseguida, y como yo tengo una galer¨ªa...
Por fortuna lleg¨® mi turno y pude escapar de aquella mujer tan afable y despiadada, que a diferencia de m¨ª no era de letras y ten¨ªa una galer¨ªa, pero a¨²n me duran los efectos de su reconvenci¨®n. Igual que a Julio Camba se le presentaba el espectro intimidatorio de su lector de Guadalajara cada vez que iba a escribir un art¨ªculo, yo me acord¨¦ de ella, de mi lectora de la fruter¨ªa, cuando al cabo de alg¨²n tiempo fui a ver la exposici¨®n de Balthus en el Reina Sofia, y si me gustaba mucho un cuadro una voz me remord¨ªa por dentro sugiri¨¦ndome que seguramente estar¨ªa equivocado en mi apreciaci¨®n, dado que soy de letras. Ahora mismo, mientras escribo, mientras intento precisar las sensaciones que despertaron en m¨ª aquellos cuadros incomparables, aquellos dibujos tan desvanecidos y su tiles como bocetos del Quattrocento, el fantasma inquisitivo de la galerista me parece que me esp¨ªa por encima del hombro para censurar mis palabras apenas surjan en la pantalla del ordenador, para recordarme que s¨®lo tienen la legitimidad necesaria para juzgar el arte los que se dedican profesionalmente a su comercio o a su cr¨ªtica: como ella, por ejemplo, que es due?a de una galer¨ªa y, por tanto, forma parte de ese Olimpo o Sanedr¨ªn de expertos que estos d¨ªas zumban en el panal de Arco y llevan tantos a?os dictaminando y legislando, inventando genialidades al mismo tiempo irrisorias y sagradas, despreciando todo aquello que no se ajustara exactamente al esnobismo de sus veleidades o a sus simples intereses monetarios, imponiendo una idea de la figura del artista cada vez m¨¢s parecida no ya a un fabricante de moda, sino a un dependiente en una tienda de moda, a un vendedor o vendedora de calzoncillos o de chucher¨ªas, de pompas de jab¨®n dotadas de una etiqueta, de una etiqueta con el precio, desde luego.
Antonio Machado, que tambi¨¦n era de letras, dice que en las ¨¦pocas de decadencia los partidarios de lo novedoso apedrean a los originales. Me acordaba de esas palabras examinando la profunda originalidad de la pintura de Balthus, su maestr¨ªa solitaria, su desapego hacia las supersticiones que han convertido en leyes los expertos, los gurus, los legisladores de una trayectoria ¨²nica en el arte moderno. Yo no digo que el de Balthus sea el ¨²nico camino, ni tampoco creo que sus cuadros se aparten radicalmente de la tradici¨®n de las vanguardias: lo que me parece indudable es que las artes del siglo no ten¨ªan por qu¨¦ avanzar en un sola direcci¨®n, a lo largo de una l¨ªnea recta que ir¨ªa de C¨¦zanne al cubismo, de Picasso a Pollock, de Duchamp a Andy Warhol y a Joseph Beuys, etc¨¦tera, para terminar donde estamos ahora, en el para¨ªso de los te¨®ricos y de los entendidos, de los modernos en n¨®mina oficial que costean sus antojos de coleccionismo a costa del dinero p¨²blico, en el paroxismo bendecido de la nader¨ªa, de monitores de v¨ªdeo y mu?equitos de peluche, en el que todo el mundo se afirma joven, despectivo y distinto y, sin embargo, resulta id¨¦ntico, lo mismo en sus productos que en su indumentaria. Ya no hace falta la paciencia apasionada del aprendizaje: cualquier cosa es instant¨¢neamente genial si as¨ª lo certifica la autoridad competente.
El novedoso grita como un charlat¨¢n callejero las evidencias de su novedad: el original indaga a solas y muy lentamente en los aprendizajes del oficio, en las im¨¢genes y los vol¨²menes de las cosas, en el legado de los maestros que admira. Balthus no es menos disc¨ªpulo de C¨¦zanne que Picasso, pero la lecci¨®n que aprende de ¨¦l no es la misma. Sus cuadros, bajo una apariencia relativa de naturalidad, tienen de pronto un misterio de sue?os que inquietan m¨¢s que los sue?os obvios del surrealismo. Balthus finge perspectivas de pintor acad¨¦mico y, sin embargo, quiebra el espacio y violenta las cosas y los cuerpos en yuxtaposiciones cubistas, y sabe sugerir en una misma figura la ligereza de un dibujo japon¨¦s y la majestad pensativa de un retrato de Piero della Francesca. A veces pinta interiores que recuerdan la opacidad h¨²meda de los interiores de Lucien Freud, pero en ¨¦l hay siempre una evidencia de sensualidad y ternura, de espacio c¨¢lido, muy usado y vivido, el de las habitaciones de esas casas de campo que hay en sus paisajes y a las que a m¨ª me dan ganas de irme a pasar veranos de laborioso retiro, como los que habr¨¢ pasado Balthus tantos a?os de su vida, solitario en la obstinaci¨®n y en la originalidad de un trabajo que casi nadie apreciaba, rescatado ahora, vindicado, tan sabio en los oficios artesanos del dibujo, de la perspectiva y del ¨®leo como en el amor por las presencias humanas y por las formas de las cosas.
Sal¨ªa de la exposici¨®n excitado y feliz, alimentado, confirmado, como se sale de las mejores pel¨ªculas y se concluyen los mejores libros, pero el recuerdo de mi galerista de la fruter¨ªa no tard¨® en amargarme. Siendo de letras, no entiendo de arte, no regentando una galer¨ªa, ?habr¨¦ sido capaz de comprender a Balthus? ?No ser¨¦ como esos desgraciados que se emocionan con Chaikovski para desd¨¦n y escarnio de los mel¨®manos? Est¨¢ claro que me urge cambiar. Cambiar de fruter¨ªa, por lo menos.
Babelia
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