Retorno a Vogosca
Mustaf¨¢, un musulm¨¢n bosnio, regresa a su casa tras cuatro a?os de ausencia
ENVIADO ESPECIAL Para Mustaf¨¢ hoy es uno de los d¨ªas m¨¢s importantes de su vida. Espera en una cuneta de las afueras de Sarajevo que pare uno de los autobuses que desde ayer enlazan el centro de la ciudad con Vogosca, un suburbio norte?o en poder de los serbios hasta el 23 de febrero. Mustaf¨¢, conductor de tranv¨ªas durante 20 a?os en la capital bosnia, lleva dos horas aguardando en vano, porque los m¨¢s j¨®venes copan hasta abarrotarlos los escasos armatostes que hacen el viaje inaugural. Va a Vogosca a ver si sigue en pie la casa que construy¨® con sus propias manos, en 1963. Un viaje de 10 kil¨®metros que lleva esperando cuatro a?os.
"Para verla me sub¨ªa durante la guerra a esta monta?a con unos prism¨¢ticos, cuando hac¨ªa buen tiempo", se?ala la nevada cima de Zuc, reluciente al sol. "Pero los ¨¢rboles frutales de delante no me dejaban". Vive con su mujer y cuatro hijos en Sarajevo, fuma sin parar y saluda a los blindados de la OTAN que van y vienen por la catretera para ¨¦l prohibida hasta este momento.
A Mustaf¨¢ se le quiebra el gesto a las afueras de Vogosca, a la vista del bloque de apartamentos donde viv¨ªa una de sus hijas, ahora en Canad¨¢. Los cables cortados se?alan el l¨ªmite del troleb¨²s que enlazaba con la capital. Banderitas avisando del peligro, de minas rodean el gran per¨ªmetro de las instalaciones de TAS, donde se montaban en Yugoslavia los Volkswagen Golf.
La plaza principal de la localidad, ya casi evacuada por los serbios, es un hervidero. Se mezclan los curiosos, las varias polic¨ªas que ponen orden y los serbobosnios que esperan subirse a la media docena de autobuses que les sacar¨¢n definitivamente del lugar que conquistaron por las armas en la primavera de 1992. Tambi¨¦n la vecina llijas pasar¨¢ esta semana al Gobierno bosnio. A llijas lleg¨® ayer bajo protecci¨®n de la OTAN un convoy de camiones militares enviados por Pale para ayudar en la que se prev¨¦ ser¨¢ una evacuaci¨®n masiva.
Salvo en la l¨ªnea del frente, a la entrada del pueblo, la mayor¨ªa de los edificios de Vogosca est¨¢n intactos por fuera. Hay muchos y agradables bloques de apartamentos en este apacible suburbio monta?oso que resplandece al mediod¨ªa de invierno. Con muy poca imaginaci¨®n es f¨¢cil creerse en una estaci¨®n de esqu¨ª centroeuropea. "La artiller¨ªa bosnia ten¨ªa ¨®rdenes de respetarlos", dice Mustaf¨¢ mientras inicia la subida hacia las alturas donde est¨¢ su casa. Por dentro, sin embargo, han sido saqueados a conciencia por los que se han ido. Cristales, marcos de puertas y ventanas, tuber¨ªas, contadores, puertas, azulejos... Los serbios se llevan todo aquello que puede ser transportado, incluso sus muertos en algunos casos. Las viviendas parecen gigantescos nichos abiertos.
"En algunas casas han dejado trampas explosivas para quienes ahora las van a recuperar. Se ha advertido por radio, porque no tenemos expertos suficientes", dice Camil Harbinjan, jefe de la polic¨ªa federal bosnia instalada en Vogosca desde la ma?ana del 23. "Hasta hoy no ha habido un solo incidente de importancia", asegura. Los 85 agentes a sus ¨®rdenes -30 serbios y 8 croatas entre ellos- y m¨¢s de un centenar de la fuerza de polic¨ªa internacional aseguran aqu¨ª la transici¨®n pac¨ªfica de un poder a otro. Las tropas de la OTAN, italianos con sus cascos emplumados, dan cobertura a todos en un despliegue masivo. En Vogosca y las aldeas circundantes viv¨ªan unos 10.000 serbios. "Deben quedar menos de dos mil o quiz¨¢ mil", calcula el comisario Harbinjan. "Algunos vienen aqu¨ª a entregar sus armas antes de marcharse, para que les demos un certificado. A los que decidan quedarse, la polic¨ªa les garantiza su seguridad y la de sus propiedades", recita despacio. Eso no consuela a Vukasin, un serbio vecino de Mustaf¨¢, al que ahora reconoce despu¨¦s de cuatro a?os y estrecha calurosamente la mano. Vukasin, aire triste y mirada noble, due?o de una casa se?orial de dos plantas y fachada amarillenta, se marcha con su mujer a Belgrado, con su hija. "No quiero quitar las puertas ni los marcos de mis Ventanas, me entristece". Pide a Mustaf¨¢ que diga a una mujer musulmana conocida de ambos, a la que los serbios destruyeron su casa, que se vaya a vivir a la suya y que la cuide. "He vivido aqu¨ª siempre y no he hecho otra cosa que trabajar con los 10 dedos de mis manos, nunca he tenido armas... Pero tengo 70 a?os y mi mujer y yo tendr¨ªamos miedo si llamaran a nuestra puerta por la noche". Vukasin tiene 1.500 marcos (unas 125.000 pesetas) preparados para el cami¨®n que le ha prometido venir hoy a llevarse sus enseres. "Es nuestro destino", dice a su antiguo vecino despidi¨¦ndose.
Sus 65 a?os y el ahogo del tabaco no han impedido a Mustaf¨¢ escalar a toda prisa los ¨²ltimos recodos del camino helado que lleva a Gornja Jasinica, su barrio. A medida que se asciende, las viviendas se espacian y el paisaje es m¨¢s deslumbrante. "Aqu¨ª hab¨ªa 120 casas antes de la guerra, cien eran de musulmanes y el resto de ortodoxos. Tambi¨¦n hab¨ªa un cat¨®lico, una buena persona", recuerda.
El viejo y enjuto tranviario rompe s¨²bitamente a llorar tras sus desproporcionadas gafas. Ha llegado delante de una min¨²scula casa de dos plantas, de adobe revocado y fachada agrietada. Est¨¢ rodeada de cerezos y junto a ella apunta alto un gran nogal "que tiene 25 a?os", explica atropelladamente. "Aqu¨ª falta una pileta para el agua", se?ala un chamizo. "Se han llevado mi tractor. Y la mayor¨ªa de los ladrillos que hab¨ªa amontonado ah¨ª para hacer una casa nueva". "Aqu¨ª instalaron un nido de ametralladoras".
El hielo cubre parcialmente el techo de hormig¨®n del peque?o b¨²nker. Cuando se calma, Mustaf¨¢ recorre cuatro min¨²sculas habitaciones rigurosamente esquilmadas hasta de los cables del tel¨¦fono. En las dos de arriba, los techos han sido destruidos con alguna herramienta contundente y las vigas casi tocan el suelo. Una gran pintada en caracteres cir¨ªlicos reza "?peligro de muerte!".
"La constru¨ª en 1963, cuando no hab¨ªa carretera". Le caen lagrimones. Hay 30 cent¨ªmetros de nieve en los kil¨®metros que desde aqu¨ª abarca la vista. A la derecha se alza la gran cima de Bjelasnica. "Traje todos los materiales con caballos". Todas las casas del entorno est¨¢n abandonadas. En una de ellas apenas se adivina un Seiscientos sobre tacos de madera, bajo la nieve. "Sal¨ª de aqu¨ª en agosto de 1992; viv¨ª unos meses bajo los serbios, que no se metieron conmigo". A lo lejos, el esqueleto de una mezquita de ladrillo rojo, que no lleg¨® a ser techada.
Cuando se despide en Sarajevo a la ca¨ªda de la tarde, Mustaf¨¢ murmulla: "A pesar de c¨®mo est¨¢, ahora mismo coger¨ªa un kilo de pan y me ir¨ªa a vivir a ella".
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