En el desierto helado de Grbavica
La libertad de movimientos es pura ret¨®rica en la capital de Bosnia
Escena invernal de guerra fr¨ªa. Un puente por el que te¨®ricamente se puede circular libremente, pero a cuyos extremos hay instalados puestos de control de bandos enemigos que exigen identificarse previamente a los transe¨²ntes y autorizan o no el paso con criterios d¨ªscrecionales. Nada de coches. En mitad del puente, una fuerza neutral protegida con sacos terreros y veh¨ªculos blindados, encargada de prevenir incidentes. El escenario y los procedimientos son tan intimidatorios que convierten en pura ret¨®rica la afirmaci¨®n de la OTAN de que hay plena libertad de movimientos entre los barrios serbios y musulmanes de Sarajevo. S¨®lo por absoluta necesidad o curiosidad enfermiza unos y otros, que se lamen a¨²n las llagas de casi cuatro a?os de guerra, est¨¢n dispuestos a emprender la aventura de la confraternizaci¨®n.Una de las que se arriesga es F¨¢tima, una musulmana de Bjelave que ha decidido ir a ver el apartamento en que viv¨ªa en Grbavica (Sarajevo) y del que se tuvo que marchar cuando el barrio fue ocupado militarmente por los serbios. A las nueve menos cuarto de la ma?ana, a ocho grados bajo cero, ha esperado junto con otra veintena de personas a que la polic¨ªa bosnia, que supuestamente deber¨ªa haber desmontado su puesto de control en un extremo del puente, anote su filiaci¨®n y le d¨¦ el n¨²mero con el que podr¨¢ cruzar al otro lado.Los 200 metros que separan las garitas de las dos partes son un itinerario que hace conteniendo la respiraci¨®n. En el centro del peque?o puente de la Fraternidad y la Unidad, sobre el arroyuelo Miljacka, fuerzas italianas de la OTAN montan guardia. La calzada, es una pista de patinaje y la bruma hace la luz incierta. Los polic¨ªas serbios no han llegado a¨²n a su puesto. Nunca un puente fue menos fraterno.
El tr¨¢mite del lado serbobosnio es m¨¢s simple y desinteresado, el de quien cumple por pocos d¨ªas unas formalidades que ya no le van ni le vienen. El agente recoge el n¨²mero de F¨¢tima, anota sus datos y se permite bromear haciendo un gesto de deg¨¹ello. La mujer, imperturbable, arrastra su bolsa de la compra por el, hielo y se dirige al mercado de Grbavica, el ¨²nico lugar con signos de vida. Sabe que la carne es aqu¨ª mejor y m¨¢s barata que en su barrio de Sarajevo, igual que el tocino entreverado. Paga en marcos alemanes, aunque la mayor¨ªa de los empobrecidos compradores que la rodean lo hacen en dinares serbios.
Las tornas se han cambiado. Los barrios musulmanes de Sarajevo eran hasta octubre pasado un gueto cercado por morteros, ca?ones y francotiradores. La gente, con el miedo pintado en la cara, evitaba la calle. Grbavica, entretanto, bull¨ªa. Sus 8.000 habitantes serbios sufr¨ªan tambi¨¦n escasez y sobresaltos, pero pod¨ªan salir y entrar ole la ciudad y hacer una vida casi normal. En sus rostros se dibujaba la tranquilidad del vencedor. Los acuerdos que han tra¨ªdo la paz a Bosnia y la unificaci¨®n a Sarajevo les devuelven ahora a, la condici¨®n de parias, y Grbavica es en este sentido un libro abierto.
El c¨¦ntrico barrio serbio se ha convertido en un desierto helado. Abandonado en sus cuatro quintas partes, los bloques de apartamentos vac¨ªos y saqueados por los que se han ido, algunos de hasta 20 plantas, se alinean como esqueletos maltratados. Ocasionalmente pasa una patrulla de la OTAN. La falta de circulaci¨®n y de vida ha convertido las calles en alfombras de hielo a cuyos lados se alinean, para consuelo de algunos gatos y perros, contenedores desbordados de basura congelada. El trazado perpendicular del distrito hace devastadoras las desoladas perspectivas. No hay nadie en calles enteras. Las pocas que quedan son de edad avanzada y s¨®lo salen de casa lo imprescindible. Resistentes que se ocultan bajo:> llave. El barrio ser¨¢ el ¨²ltimo en pasar, antes del 20 de marzo, al control de la Federaci¨®n, de los enemigos. El aire de derrota es aplastante.
Tras una buena caminata, F¨¢tima ha llegado a un portal en una gran plaza desierta y con 20 cent¨ªmetros de nieve. Est¨¢ cerrado y el edificio de quince plantas al que pertenece parece abandonado. "?Susana!", vocea con miedo repetidamente. Al poco se oyen pasos y una llave franquea la entrada. Susana es una amiga de F¨¢tima, musulmana como ella, de 59 a?os, que ha vivido desde 1962 en Grbavica en compa?¨ªa de su marido. Los dos se cambiaron el nombre hace cuatro a?os para sobrevivir, "con la ayuda inestimable de varios vecinos serbios".. El socorro humanitario y el de unos familiares de Belgrado ha cubierto sus necesidades. Acaban de conocer a su nieto de tres anos, que vive en el otro Sarajevo. Su apartamento es pobre y confortable, y est¨¢ literalmente barricado.
"En estos d¨ªas, en que unos se han ido o se est¨¢n yendo y los otros no han llegado, por la noche merodean enmascarados que entran a robar en las casas", dice Mehmet, de 70 a?os. Han hecho una puerta met¨¢lica que adosan por la noche a la de entrada. Unos gruesos listones de madera encastrados en el suelo la apuntalan y fortifican. Ellos y un vecino serbio son los ¨²nicos habitantes del bloque.
Aqu¨ª, dos plantas m¨¢s arriba, est¨¢ el piso de F¨¢tima, el que va a recuperar y ha venido a ver. Es luminoso y amplio y, de sus tres habitaciones, apenas quedan las paredes y los techos. No hay puertas ni ventanas, ni rastro de muebles o instalaciones sanitarias, el¨¦ctricas o de cocina. Los radiadores han sido arrancados -"s¨®lo un elemento cuesta 30 marcos en Serbia", informa Susana-. Los suelos, que fueron de baldosas y parquet, est¨¢n levantados y cubiertos por un colch¨®n de basura en la que se mezclan viejos libros infantiles y de propaganda titista, comida, botellas, casquillos, trapos, le?a... F¨¢tima no parece sorprendida ni arredrada. Una excursi¨®n por los pisos vecinos revela el mismo espect¨¢culo. "?sta era l¨ªnea del frente", se?ala Melimet, "y el edificio un emplazamiento de francotiradores".
Algunas calles de Grbavica mantienen todav¨ªa colgados entre los ¨¢rboles los toldos y mantas que ocultaban a sus habitantes de las vecinas l¨ªneas de tiro bosnias. En muchos de sus bloques, el ej¨¦rcito serbobosnio abri¨® boquetes al nivel de la calle para ser utilizados como pasadizo al interior o permitirles en todo momento el acceso a los emplazamientos de los francotiradores. Por su situaci¨®n c¨¦ntrica, Grabavica ha sido hasta hace unos d¨ªas el para¨ªso de los asesinos emboscados.
Cumplido su tr¨¢mite agridulce, F¨¢tima inicia un silencioso regreso al puente de la Fraternidad. El polic¨ªa serbio tacha su nombre de la lista. Un soldado italiano la saluda. El agente bosnio la obliga a esperar un buen rato, por alg¨²n motivo misterioso, antes de autorizarla a entrar en su Sarajevo. Dice que ven¨ªa d¨¢ndole vueltas a una reciente frase de su amiga Susana, queje ha impresionado. Es ¨¦sta: "Ahora esperamos tiempos mejores. Hemos dado todo lo que ten¨ªamos para sobrevivir. Pero mi esp¨ªritu no est¨¢ intoxicado. Y todav¨ªa creo no en musulmanes, serbios o croatas, sino en buenas o malas personas".
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