El art¨ªculo de Savater
Si alguien ha sido paciente con el insulto, y valiente ante ¨¦l, ¨¦se es Fernando Savater. Lo que no se entiende es c¨®mo ha podido conservar el sentido del humor, e incluso el silencio, en medio de esa caterva de improperios que le han lanzado desde todas partes simplemente porque ha unido la brillantez de su pensamiento con el ejercicio sensato de la tolerancia.Para ¨¦l, la tolerancia significa conservar adversarios e ignorar enemigos, y ¨¦stos, quiz¨¢ hartos de no existir para ¨¦l, le han llamado de todo. El otro d¨ªa, adem¨¢s, le quisieron leer las manos con un desprecio verdaderamente abyecto, y eso debi¨®, sin duda, colmar el vaso de la infinita paciencia del fil¨®sofo, porque salt¨® herido, rabioso, pero siempre lleno de sentido com¨²n y de sentido del humor, con un art¨ªculo que public¨® este peri¨®dico el ¨²ltimo martes y que titul¨® Perfil de un chantajista.
Lo bueno de los art¨ªculos de Savater, muchos de los cuales circulan en libros y pueden ser un hermoso breviario para entender la vida, es que siempre traducen lo que uno est¨¢ pensando de las cosas, aunque se discrepe de ellos. Tiene la fuerza y el vigor de lo que ha sido pensado y vivido y, como la buena poes¨ªa, siempre se parece bastante a lo que entendemos por la verdad profunda de las cosas.
Este pa¨ªs ha luchado denodadamente por despreciar la sensatez, y algunos la mantienen contra viento y marea; Savater est¨¢ entre ellos, porque sus juicios sirven para aclarar nuestras propias ideas y, tantas veces, para que consideremos que gracias a lo que ¨¦l escribe nosotros no tenemos que decir nada. Art¨ªculos como los suyos -y como ¨¦se del martes- llenan el hueco del est¨®mago ante la rabia que produce cuando se siente sobre las personas la impunidad Viscosa de los insultos. Cuando gente como Savater pone las cosas en su sitio es como si hubi¨¦ramos respondido muchos.
Ahora aparece en Planeta un libro en el que Savater y Juan Arias conversan sobre "el arte de vivir". Es un nuevo ejercicio de sensatez filos¨®fica y c¨ªvica, la que le hace a Savater estar en foros distintos, atacando siempre la humillaci¨®n que sufren las buenas palabras y el miedo al que se somete la vida. Su vida es una lucha contra todas las amenazas, y como se escurre, libremente, como nadie le puede controlar, domesticar o enga?ar, tratan de untar su nombre con el desprecio. Polemiz¨® muchas veces, pero jam¨¢s se hab¨ªa indignado tanto: es que quiz¨¢ se indignaba en nombre de much¨ªsima gente, damnificados de la ignominia, del lugar com¨²n y de la falacia. No resulta extra?o, pues, que cuando uno termin¨® de leer ese texto sintiera que no hab¨ªa sido la mano -limpia, por cierto- de Savater, sino much¨ªsimas manos las que le dieron su firma.
El mismo d¨ªa en que aparec¨ªa ese art¨ªculo hablaba Antonio Mu?oz Molina en el Museo del Prado, ante cuatrocientas personas que le escuchaban reflexionar sobre un cuadro tremendo, Los fusilamientos de la Moncloa, de Francisco de Goya. Otro de los sensatos de nuestro tiempo, el escritor de ?beda habla tambi¨¦n con esa poes¨ªa esencial que tiene la experiencia de haber le¨ªdo y de haber vivido plenamente aquello sobre lo que se est¨¢ opinando. Como si quisiera comprender toda la historia en uno de los grandes fotogramas de la pintura espa?ola, hizo en realidad una descripci¨®n del turbio efecto que sobre la sociedad tiene, la sinraz¨®n. Sobre la pintura de Goya -y lo dec¨ªa el sordo- pint¨® el tiempo, y ahora sigue pintando sobre ese cuadro impresionante el tiempo que vivimos, y por eso la reflexi¨®n de Mu?oz Molina, que ten¨ªa sobrecogidos a los estudiosos de Goya que le escuchaban, no era s¨®lo sobre los fusilamientos del 2 de mayo de 1808, sino sobre esta diatriba diab¨®lica en la que se ha convertido la conversaci¨®n nacional, la necesidad del entendimiento. "No se puede mirar, dan ganas de taparse la cara, de volver la vista hacia otra parte, dec¨ªa Mu?oz Molina, rob¨¢ndole palabras a los t¨ªtulos del gran titulador de la pintura espa?ola, y conclu¨ªa los veinti¨²n folios apretados de su discurso: "Pero hay que seguir mirando siempre con los ojos de testimonio y vaticinio de Francisco de Goya".
Sobre la memoria del escritor, la terrible descripci¨®n de otro suceso ignominioso, cuando hace dos semanas "un hombre que est¨¢ sentado en su despacho, hablando por tel¨¦fono y repasando unos papeles, oye abrirse la puerta y levanta los ojos y en el ¨²ltimo instante de su vida mira la cara de quien va a asesinarle". En Madrid, en San Sebasti¨¢n, en las aceras o sobre el pavimento de cualquier ciudad, dec¨ªa Mu?oz Molina, "hay manchas de sangre que al secarse adquieren el color sucio y seco que tiene la sangre en la cabeza de uno de los muertos de Goya".
La historia est¨¢ ah¨ª para que no se repita, y hay gente que piensa sobre ella, que la tiene en la memoria para recordarla y para guardarla. A veces, en medio de la historia, surge el desprecio, y a veces se desata sobre la mesa de los peri¨®dicos la ira de los sensatos ante los que no se miran sus propias manos antes de escribir. Y la gente se indigna probablemente porque ya no se puede m¨¢s y dice basta ya y muestra sus manos blancas.
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