El deber de la esperanza
En Tiempo nublado, una admirable colecci¨®n de ensayos, Octavio Paz ha dejado retratado el impacto profundo que le caus¨®, en tiempos en que era embajador de su pa¨ªs en la India, el espect¨¢culo de la multitud, pobre y analfabeta, haciendo cola ante las urnas. Ese pueblo que ha legado al acervo com¨²n de la Humanidad la figura de Buda, la no violencia como m¨¦todo pol¨ªtico y el cero en matem¨¢ticas, era capaz de redescubrir, acudiendo a m¨¦todos tan ajenos a su propia tradici¨®n, el sentido profundo que tiene este acto, elemental y en apariencia prosaico, que consiste en depositar un modesto trozo de papel en una urna de cristal. Esa escena tuvo el m¨¦rito de devolverle al intelectual mexicano la esperanza en los hombres.Nuestro Ortega, al describir los votos recibidos por Pablo Iglesias como otros tantos "actos de virtud",, ven¨ªa a hacer una afirmaci¨®n muy parecida que nada ten¨ªa que ver con la significaci¨®n pol¨ªtica precisa de quien los recib¨ªa. El d¨ªa de emisi¨®n del voto -y el anterior, de reflexi¨®n para decidir en qu¨¦ sentido- no constituye s¨®lo una liturgia, ni siquiera un s¨ªmbolo. Ese acto quiz¨¢, en las democracias actuales, aparece desligado de la vida cotidiana que no abunda en motivos ni en alicientes para la participaci¨®n. El ciudadano, casi siempre demasiado inerte, puede sentirse incluso acosado por las previsiones acerca de lo que va a ser su comportamiento. Pero el acto de votar encierra toda la grandeza moral de la democracia. Ante la urna vac¨ªa todos somos iguales, con nuestras dudas y fragilidades, nuestros deseos y frustraciones. Todos coincidimos en aceptar lo que imponga el recuento y nos une en una cordial hermandad, el hecho mismo, de discrepar en nuestro interior de aqu¨¦l que nos precede y nos sigue en la cola.Conviene no olvidar esta realidad, aun que parezca expresada de forma en exceso fervorosa. La campa?a de 1996 ha estado a algunos a?os luz de resultar ejemplar. Espa?a tiene graves problemas de futuro y resulta triste que, en d¨ªas pasados, no hayan sido m¨¢s que rozados por los candi datos. Hemos o¨ªdo frases, salidas de sus labios, que anonadan, como asombrarse de que se haya reabierto el caso GAL a los trece a?os y compararlo con la liquidaci¨®n negociada de los poli-milis, o mezquinas, como atribuir a una manifestaci¨®n de todos la carga de la prueba contra el adversario. Pero debi¨¦ramos disculpar aquellas insuficiencias en el debate y estas salidas de tono. Nuestra misma sociedad parece eludir el enfrentamiento con sus m¨¢s graves problemas. La denigraci¨®n sistem¨¢tica, personal e incluso sobre el aspecto f¨ªsico, de los candidatos o la atribuci¨®n a quienes les apoyan de todo tipo de intereses bastardos no han salido de filas de partido, sino de la pluma de periodistas y analistas. Padecemos de un d¨¦ficit de debate colectivo y de un abuso de exasperaci¨®n. Lo malo de la crispaci¨®n es que causa inmediata adicci¨®n. Debi¨¦ramos apartar la vista de quienes se alimentan de ella.
Tenemos no s¨®lo el derecho, sino tambi¨¦n el deber de la esperanza. Lo reconfortante de la democracia es esta especie de justicia hist¨®rica -a veces, en apariencia, ciega, pero siempre, en el fondo, muy sabia- que reparte peri¨®dicamente. Esta elecci¨®n, sea cual sea el resultado, cierra un per¨ªodo. Lo que durante ¨¦l hemos presenciado ha tenido ribetes en ocasiones inconcebibles, pero eso mismo hace pensar que, tras esta prueba, no volver¨¢n a repetirse. No se entiende el regocijo de quienes encuentran en ese pasado tan s¨®lo motivos de satisfacci¨®n porque arman de argumentos contra el adversario. Se comprende, en cambio, el deseo de pasar la p¨¢gina porque es la reacci¨®n honesta y espont¨¢nea de quien desear¨ªa que no se hubiera escrito jam¨¢s.
Lo ¨®ptimo de la democracia no es s¨®lo que con ella se puede sustituir a los Gobiernos, sino que tambi¨¦n se puede aprender de sus errores. El que se forme despu¨¦s de las elecciones tiene sobrada materia para el aprendizaje, afirmaci¨®n que vale tanto para quienes han ejercido el poder como para los que han aspirado a ¨¦l. El ciudadano no debe sentir s¨®lo curiosidad acerca de si lo lograr¨¢, sino el cordial y sincero deseo de que lo consiga.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.