Un profesor diferente
De entre todos los profesionales que hoy nos dedicamos a la filosof¨ªa moral soy quiz¨¢ uno de los que menos vinculaci¨®n filos¨®fica tuvo con Aranguren, pues parto de presupuestos no s¨®lo alejados, sino parcialmente opuestos a la tradici¨®n cristiana. Ni siquiera goc¨¦ de la ocasi¨®n de ser, si no disc¨ªpulo, al menos alumno suyo: precisamente un a?o antes de que yo cursara ¨¦tica en la Universidad Complutense fue privado de su c¨¢tedra por la majader¨ªa autoritaria entonces infelizmente reinante. Por supuesto, la lectura de sus libros y art¨ªculos me ha enriquecido mucho a lo largo de los anos con inspiraciones afortunadas (por ejemplo, su antolog¨ªa de Unamuno para Fondo de Cultura Econ¨®mica, con una introducci¨®n muy sugestiva que inici¨® en gran medida mi apego por don Miguel), pero no es esto lo que ha constituido el n¨²cleo central del aprecio y gratitud que siento por Aranguren.Otra cosa m¨¢s bien: su talante -la palabra le pertenece- a la vez abierto y firme, sus chispas de travesura sobre el fondo de una seriedad que no necesita revestirse de repones f¨²nebres y altos coturnos para tratar los asuntos esenciales. Aranguren fue lo opuesto a tantos doctores de mi gremio, cuya irrelevancia congestionada pasea su nimiedad ahuecando el tono de falsete acad¨¦mico para que parezca que transpiran sabia dignidad por cada poro mal duchado de sus personas. Una reciente experiencia -la oposici¨®n de un amigo, maltratado por bur¨®cratas- me ha convencido de que el disco duro de nuestras humanidades universitarias sigue estando programado para la falta de imaginaci¨®n y el caciquismo, como siempre. A lo largo de los a?os, Aranguren fue para muchos de nosotros el vivo ejemplo de que es posible otra universidad, otra ense?anza y otra dignidad docente. Ahora que ya no est¨¢ le agradezco su aliento y tambi¨¦n que un d¨ªa caminase, a la cabeza de muchos de nosotros y por la avenida Complutense, hacia lo gris: contra lo gris.
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