Merecumb¨¦ del aleph
Al menos todos los lectores de Borges saben que, al final de uno de los m¨¢s c¨¦lebres cuentos de este siglo, qued¨® esto escrito para ni llegar a mentir: "Por incre¨ªble que parezca, yo creo que hay (o que hubo) otro aleph, yo creo que el aleph de la calle Garay era un falso aleph". Y se dan pistas finas con largueza, de manera que all¨ª cabe de todo, desde la copa s¨¦ptuple de Kai Josr¨², ?salud!, al espejo universal de Merl¨ªn, si bien, y as¨ª se reconoce de palabra, ese todo tiene el defecto de no existir, pues, bajo la apariencia del anhelado aleph, se esconden, meros instrumentos de ¨®ptica. El ¨²nico plausible (y es aqu¨ª el adjetivo un puro gui?o al ascendente Aranguren) permanecer¨ªa escondido en el interior de una hermosa columna de la mezquita de Amr, en el Cairo. Aunque un aleph invisible, ?o no?, no es propiamente un aleph.Sin embargo, ah¨ª quedaba el suspiro del tigre: "yo creo que hay (o que hubo) otro aleph". Con fervor borgiano, astucia guatemalteca y fortuna de exiliado, Augusto Monterroso busc¨® y busc¨® hasta conseguir dar con ¨¦l por medio de una figura que, de tratarse de Hugo S¨¢nchez, la llamar¨ªamos chilena. Porque resulta que el otro aleph se hallaba generosamente descrito en el Canto XXVII de La Araucana, que es cuando Ercilla mira y ve, "dentro de la gran poma l¨²cida", todo cuanto es posible mirar y ver del ancho mundo y de sus desbordadas circunstancias. Hace poco, en la Biblioteca Nacional de Madrid, Monterroso trazaba un escalofriante paralelismo entre la enumeraci¨®n ca¨®tica (no tan ca¨®tica: "vi mi dormitorio sin nadie") de aquello inacabable que Borges iba viendo en la canica fulgurante de la calle Garay y el ¨¦pico desfile de don Alonso de Ercilla, cachondo por las muchas y atrevidas im¨¢genes salidas de la gran poma cristalina: "Vees la Hircania, Tartaria y los albanos,/ hacia la Trapisonda dilatados,/ y otros reinos peque?os comarcanos/ tributarios de Persia y aliados".
Mientras la bola (multum in parvo) ten¨ªa el epicentro situado entre Chile y Espa?a, varios especialistas en Borges se desplazaron a cavar a destajo en lugares remotos y rarillos yendo incluso m¨¢s lejos de lo que el escritor insinuaba en las p¨¢ginas de El aleph (1949). De pasada, y con la mirada puesta en esa legi¨®n de int¨¦rpretes, Monterroso distingu¨ªa entre el hallazgo razonado (el mejor puesto a salvo por el autor), la ocurrencia ingeniosa que segregan bastantes analog¨ªas y, en fin, la simple coincidencia, propensa a ver prop¨®sito hasta en tener dos manos lo mismo el amo que el esclavo. A esta ¨²ltima vamos, como cuando por ser pecado haber tenido malos pensamientos, uno pod¨ªa confesarse, al t¨¦rmino, capaz de un pensamiento bueno o malo. Pero desahogarse es cobrar. Y aqu¨ª lo ¨²nico que cobra cuerpo es la inquietud que experiment¨¦ cuando ca¨ª en la cuenta de que el posesor del aleph de la calle Garay se llamaba igualito que un cantante de boleros, guarachas, polcas, merengues y, sobre todo, merecumb¨¦s (?Ay cosita linda, mam¨¢!) retomados por Nat King Cole.Empez¨® por llamarse, seg¨²n figura en la partida de bautismo, Israel Vitensztein. Despu¨¦s, al atreverse a cantar, tuvo el capricho de pasar a ser Carlos Torres. Hasta que el 23 de junio de 1929, fecha hist¨®rica si seguimos la nota biogr¨¢fica de Hern¨¢n Restrepo, "dej¨® de llamarse as¨ª para denominarse Carlos Argentino Torres primero, y luego, ya famoso, como Carlos Argentino simplemente". Acaso contagiado de simpleza, me imagin¨¦ a Borges, devoto de milongas y tangos, d¨¢ndole el nombre del cantante al propietario del aleph de la calle Garay, poeta cursi pese a ello. Pero otras biograf¨ªas del afamado y sabros¨®n int¨¦rprete, jaleado por la Sonora Matancera, aseguran que a ¨¦ste no se le ocurri¨® nacer hasta 1936. Con lo que es m¨¢s f¨¢cil suponer que fue el cantante el que por fin hall¨® su nombre art¨ªstico cuando se identific¨® con el personaje de El aleph. Pero tambi¨¦n perturba lo suyo que el popular int¨¦rprete utilizara por un momento el mismo apellido que el de un personaje de Augusto Monterroso, Eduardo Torres, protagonista de Lo dem¨¢s es silencio y autor de este: aforismo: "La nostalgia est¨¢ a la vuelta de la esquina".
Babelia
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