Cl¨¢sico, entusiasta y cordial
Ahora que John Elliott recibe el merecido galard¨®n por su ingente obra como historiador recuerdo una conversaci¨®n que tuvimos en la Universidad Men¨¦ndez Pelayo. Tanto ¨¦l como su mujer estaban maltrechos por una experiencia inmediata: nada menos que recorrer las Alpujarras a lomo de mulas para revivir la sublevaci¨®n morisca. En todas las intervenciones que, en ¨¦pocas posteriores, le he o¨ªdo, ante auditorios especializados o eruditos, siempre me ha llamado la atenci¨®n esta especie de entusiasmo emprendedor suyo tan lejano de la engolada impostaci¨®n de tantas estrellas del mundo acad¨¦mico espa?ol. S¨ª existe un rasgo caracter¨ªstico de los verdaderos sabios es ¨¦se; suelen, adem¨¢s, ser capaces de trasladarlo a sus interlocutores mediante el ejercicio de una cordialidad espont¨¢nea.Elliott es el ejemplo m¨¢s eminente de la historiograf¨ªa anglosajona sobre la Edad Moderna espa?ola en la que figuran tambi¨¦n John Lynch, Richard Herr, Jonathan Brown, Richard Kagan o Geoffrey Parker, por citar tan s¨®lo algunos ejemplos. Todos ellos han contribuido de una manera decisiva a la renovaci¨®n de nuestros conocimientos sobre el periodo con estudios monogr¨¢ficos que han supuesto un. avance important¨ªsimo en parcelas concretas. La historiograf¨ªa anglosajona supo en un momento determinado abrir el campo de los estudios hist¨®ricos de la contemporaneidad espa?ola, pero quiz¨¢ su labor m¨¢s trascendente en ¨¦pocas recientes haya sido la realizada en esa otra etapa.
La historia que hace Elliott tiene todos los rasgos cl¨¢sicos de la mejor tradici¨®n anglosajona. El centro de gravedad en la explicaci¨®n es el factor pol¨ªtico, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que tienda a una explicaci¨®n monocausal. No es extra?o que en su trayectoria como historiador haya acabado recalando en la biograf¨ªa -El conde duque de Olivares, cuya distancia con el de Mara?¨®n revela, sin desdoro para ¨¦ste, la magnitud de la contribuci¨®n de esta historiograf¨ªa- porque eso era previsible en un historiador brit¨¢nico. En el pr¨®logo parece pedir disculpas por emprender esa tarea biogr¨¢fica, pero lo cierto es que hoy figura en la vanguardia de la ciencia hist¨®rica. Tampoco puede extra?ar que haya rozado la historia del arte o de la cultura (Un palacio para el rey, por ejemplo), pues tambi¨¦n ¨¦sa es una tradici¨®n de la historia brit¨¢nica, al margen de que lo imponga el esplendor mismo de esa etapa espa?ola.
Todo gran historiador suele hacer aportaciones monogr¨¢ficas sobre un periodo muy concreto, pero su obra se proyecta sobre etapas m¨¢s amplias. Desde La revuelta de los catalanes, Elliott ha investigado principalmente el siglo XVII y ha proseguido animosamente hasta el momento actual. Pero un gran historiador tiene tambi¨¦n la obligaci¨®n de llevar a cabo interpretaciones globales. Las que ha realizado Elliott, a partir de su tantas veces reeditada Espa?a imperial, que ya en los sesenta era libro de texto en las universidades espa?olas, tiene el m¨¦rito de una estructura narrativa muy eficaz, una capacidad de s¨ªntesis considerable y una visi¨®n de Espa?a como realidad plural que la seguir¨¢n manteniendo tambi¨¦n como un cl¨¢sico para este periodo temporal.
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