Noticia de un reportero
En el curso de su estancia en Espa?a, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se ha reunido con algunos de sus cada vez m¨¢s abundantes amigos y admiradores. He tenido el privilegio de asistir a una de estas reuniones. No hay que mitificar a nadie, y nadie menos mitol¨®gico que Garc¨ªa M¨¢rquez, tan cordial, tan cotidiana, tan terrestre, tan nulamente enf¨¢tico; pero es, sin duda, un privilegio disfrutar de la compa?¨ªa del maestro de maestros. Y lo es porque conversar con el autor de Cien a?os de soledad es hacerlo con alguien que ironiza cuando siente la amenaza de lo solemne y que sufre todav¨ªa si alg¨²n joven impertinente es capaz de aducirle alguna leve discordancia o alg¨²n posible lapsus. A Garc¨ªa M¨¢rquez entonces se le cambia el rostro y se le ve flaquear juanramonianamente hablando de la imposible perfecci¨®n.Como un aprendiz de escritor, el que es para muchos el m¨¢s grande de los narradores vivos de todo el mundo -as¨ª lo proclamaba hace unas semanas una encuesta del semanario suizo L'Hebdo- se queja, se conduele, recuerda la cantidad de veces que corrigi¨® aquellos pasajes en los que el impertinente de turno ha cre¨ªdo descubrir alg¨²n chirrido. Aureolado por todas las traducciones, todas las ediciones, todas las recensiones, todas las historias de la literatura, todos los especialistas, todos los eruditos, todos los elogios, Garc¨ªa M¨¢rquez se comporta entonces como si tuviera 18 a?os y fuera todav¨ªa el hijo del telegrafista de Aracataca. A lo mejor por eso tambi¨¦n ha podido escribir tantas y tantas p¨¢ginas memorables. Por esa caudalosa humildad ante los poderes ubicuos de la escritura, por esa consciencia de que el lenguaje es el m¨¢s delicado y el m¨¢s complejo de los ¨²tiles de que el hombre dispone y que, por lo mismo, est¨¢ lleno de trampas sutiles y laberintos inesperados que pueden perder al escritor.
Oyendo y viendo a Garc¨ªa M¨¢rquez, uno se imagina c¨®mo pod¨ªa ser Cervantes, al que yo conjeturo parco y secreto y siempre permanente de afluida energ¨ªa interior. El rostro p¨¢lido y la mirada viva, sabia y cansada del maestro son elocuentes sobre la torrentera interior que lo habita. Aquella que un d¨ªa le hizo alumbrar a los Buend¨ªa y, a la vez, lo hac¨ªa re¨ªrse, mientras escrib¨ªa sus aventuras, con lo bien que se lo pasaba aquella gente. La verba caribe?a no es la que brota de su idioma conciso y ajustado. Garc¨ªa M¨¢rquez da la impresi¨®n de que ha hecho muchos viajes que no figuran en ninguna ruta oficial y que sigue dispuesto a contarlos, como el Alighieri hizo aquel viaje que nadie vio hasta que todos pudieron leerlo.
Ahora, el escritor descansa en Espa?a y se repone de la fatiga que le caus¨® la elaboraci¨®n y revisi¨®n de su libro m¨¢s amargo, m¨¢s duro, esa magistral Noticia de un secuestro en la que se asiste a uno de los espect¨¢culos m¨¢s soberbios que cabe presenciar en literatura: el de un escritor renunciando a sus mejores recursos. Lo hizo Proust en las p¨¢ginas iniciales de Albertina desaparecida pautadas por el terror del amor huido y muerto; lo hizo Lope de Vega al escribir La Dorotea, reverso de las comedias de capa y espada que le hab¨ªan dado la gloria; lo hizo Cervantes en el Persiles, tan adensado de grisuras metaf¨ªsicas. Garc¨ªa M¨¢rquez casi dice adi¨®s en este libro a las imaginer¨ªas fastuosas y a las ep¨ªtesis celestiales para centrarse, lac¨®nico, asc¨¦tico, escueto, exento, despojado, en la cr¨®nica detallada, estricta, implacable del horror que segrega el narcoterrorismo.
Un amigo le ha dicho al magn¨ªfico Gabo que lo ¨²nico que le falta a su reportaje para ser absolutamente periodismo es que no ha sido elaborado bajo la presi¨®n del cierre. Es verdad, pero tambi¨¦n lo es que al mismo tiempo ha elevado el reportaje a su supremo estado art¨ªstico borrando las fronteras entre el periodismo y la literatura. Tanto, que dentro de unos a?os, cuando los narcos sean s¨®lo memoria de la ceniza, este reportaje se leer¨¢ como una novela, como hoy leemos los anales de T¨¢cito y las cr¨®nicas de Suetonio o de Tito Livio. Hay algo definitivamente cl¨¢sico, marm¨®reo y sucinto en estas p¨¢ginas talladas con el cincel de las verdades m¨¢s atroces. El gran se?or de la imaginaci¨®n ha bajado al infierno, que no es otra cosa que el terror . El infierno del hombre, siempre peor que el infierno de Dios.
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