La soledad del zurdo
Nunca hab¨ªa dise?ado un cartel de toros. Y he descubierto que hay, en la gr¨¢fica taurina, un territorio maltratado e ins¨®lito. Apasionante en sus aspectos t¨¦cnicos, extraordinariamente ejemplar como proyecto gr¨¢fico, y sorprendente en la estela de prejuicios que le rodea.El cartel de toros es, con seguridad, el producto m¨¢s original que ha creado la tipograf¨ªa espa?ola. El cartel, tal como lo conocemos, nace con la impresi¨®n litogr¨¢fica, es decir, a mediados del siglo XIX. Aquella nueva t¨¦cnica posibilitaba la impresi¨®n en cuatro colores b¨¢sicos, el dibujo directo y la utilizaci¨®n de papeles de grandes dimensiones. El cartel encuentra en los muros de la ciudad su soporte natural, y para una sociedad preindustrial como la Espa?a decimon¨®nica el cartel convoca no al consumo, sino al espect¨¢culo. La "fiesta" encuentra en la litograf¨ªa tipogr¨¢fica el color, la brillantez y la alegr¨ªa que necesitan para remontar el dram¨¢tico claroscuro goyesco. Y se aplica a ello con energ¨ªa. Los textos se hacen ret¨®ricos y exhaustivos (con el paradigma del "seis toros seis"), los repertorios tipogr¨¢ficos en un alarde de inventiva (cada l¨ªnea es diferente de la anterior y la siguiente) y las ilustraciones en prodigios de ajuste con tan s¨®lo cuatro colores. Un despliegue tal de recursos no est¨¢ al alcance de todos y obliga a especializar los talleres gr¨¢ficos: nace la "imprenta de torer¨ªas".
El impreso taurino nace, crece, se desarrolla con vigor inventando una original tecnolog¨ªa... y languidece en estos momentos. Todos sabemos que la languidez es tanto la demostraci¨®n de una falta de energ¨ªa como la reclamaci¨®n de afecto. Es un extra?o s¨ªndrome: para una corrida de toros se produce una cantidad realmente notable de papeles impresos, muchos m¨¢s de los que cabr¨ªa esperar de una actividad similar, como por ejemplo la del f¨²tbol. Y, frente a esa cantidad, me cuesta decirlo, la calidad es en estos momentos verdaderamente detestable.
Un simple vistazo a los programas de todo tipo, las gamas de carteles en diferentes formatos y materiales, banderines, entradas, anuncios, etc¨¦tera, que producen los concesionarios de la plaza de Las Ventas, por ejemplo, en una temporada (los he puesto todos juntos en una pared) es realmente un delirio de languidez; ninguna energ¨ªa, ning¨²n afecto y un asombroso barullo de toros, gorras, claveles, monosabios, peinetas, caballos, banderillas... ?Por qu¨¦ todo es "ruido iconogr¨¢fico" cuando la esencia de la "fies-ta" tiende al ritual, a la elegancia sobria, al color simb¨®lico y al gesto equilibrado?
El cartel, que el aficionado tanto aprecia, deber¨ªa ser la se?ala de esa ceremonia que es torear y lo que lo rodea deber¨ªa reflejar la radical diferencia entre el toreo y el circo. Y, sin embargo, los carteles que he visto est¨¢n mucho m¨¢s cerca de esto ¨²ltimo.
No me refiero, claro est¨¢, a los carteles de la Beneficencia en los que se sigue la generosa tradici¨®n de encargarlos a un gran artista. Este encargo es el que me ha permitido adentrarme en unos terrenos que no hab¨ªa frecuentado y descubrir la paradoja de un escenario est¨¦tico maltratado por los t¨®picos que ocultan su asombrosa riqueza.
Trajes, adornos, utillajes, marcas, gestos, signos... en pocos espacios se da tal concentraci¨®n de im¨¢genes con tanto poder simb¨®lico. He hecho este cartel bajo la fascinaci¨®n de esos recursos. Los que ofrecen una tradici¨®n, que no debe perderse en las artes gr¨¢ficas, y una realidad est¨¦tica que necesita encontrar su lenguaje a finales del siglo XX.
Que el varilarguero zurdo recupere el silencio expectante de su dignidad. Y que nosotros lo veamos con alegr¨ªa.
?
es pintor, autor del cartel de la Corrida de Beneficencia.
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