Carta a Andreotti
Querido senador Andreotti, desde hace muchos a?os, y al margen de sus compromisos pol¨ªticos, usted dedica cierto tiempo a escribir. Libros para recordar sus encuentros con personajes famosos, notas y art¨ªculos en la prensa. Durante a?os, los premios literarios se han disputado su participaci¨®n como presidente o miembro del jurado y sus libros han sido galardonados con ellos. Siempre ha demostrado su agrado por estos reconocimientos, aun sabiendo que se trataba de meras adulaciones. Por ello, en nombre de su ambici¨®n y falta de prejuicios, me permito darle un consejo literario o, mejor dicho, pol¨ªtico-editorial. Se halla usted en un momento propicio para escribir un gran libro y obtener as¨ª no tanto discutibles reconocimientos literarios como el aplauso de los italianos pol¨ªticamente m¨¢s conscientes, que ven cada d¨ªa con inquietud c¨®mo afloran en los peri¨®dicos los misterios del ¨²ltimo medio siglo de historia.Le aseguro, se?or Andreotti, que no se trata de provocar a un hombre que se encuentra en dificultades, sino de una sugerencia sincera y apasionada. Y no tan ingenua como podr¨ªa parecer. Usted es un hombre desgastado por el poder, pero, tras las infamantes acusaciones de que ha sido objeto, digno del respeto debido a todos los ciudadanos seg¨²n la presunci¨®n de inocencia sancionada por la ley. Le dir¨¦ que nunca he compartido ni su pol¨ªtica ni su conducta, ni siquiera cuando usted se beneficiaba de la aprobaci¨®n de toda la clase pol¨ªtica, y que hace algunos a?os, en un d¨ªa de malhumor, escrib¨ª en La Repubblica la conveniencia de que, en el caso de ciertos pol¨ªticos, se adoptara la presunci¨®n de culpabilidad y se exigiera una justificaci¨®n para cada uno de sus actos: al proponer esta paradoja negativa pensaba sobre todo en usted.
Pero despu¨¦s, cuando empez¨® su declive, me ha disgustado la arrogancia agresiva de que ha sido v¨ªctima en m¨¢s de una ocasi¨®n.
Hablemos con sinceridad. ?Qu¨¦ m¨¢s puede perder escribiendo el libro de la verdad? Su carrera como pol¨ªtico no ha terminado de forma muy edificante y las acusaciones que le dirigen los magistrados de m¨¢s autoridad son tales que, aunque le absolvieran, dejar¨ªan una sombra perversa sobre su imagen de hombre p¨²blico.
Los agujeros negros sobre los que podr¨ªa arrojar alguna luz, est¨¦ o no est¨¦ implicado, van mucho m¨¢s all¨¢ de las acusaciones que le han llevado a los tribunales.
Estoy convencido de que podr¨ªa revelamos muchos secretos sobre las tramas negras, funestas para nuestro pa¨ªs a lo largo de un decenio; sobre las desviaciones de informaci¨®n de los servicios secretos; sobre el esc¨¢ndalo de Italcasse y sobre el del petr¨®leo; sobre el mort¨ªfero caf¨¦ que bebi¨® Sindona y sobre el caso Ambrosoli; sobre el caso Calvi bajo el puente londinense Blackfriars; sobre los trapicheos del cardenal Marcinkus; sobre las Brigadas Rojas y el secuestro y muerte de Aldo Moro; sobre la desaparici¨®n de su dossier; sobre el asesinato del general Dalla Chiesa y la sustracci¨®n del ya citado dossier de su caja fuerte; sobre el asesinato del periodista Pecorelli; sobre los ama?os de los juicios de la Mafia por parte del juez Carnevale; sobre el asesinato de los jueces Falcone y Borsellino; sobre el asesinato de Salvo Lima y sobre otras muchas cosas.
No soy el ¨²nico que cree que usted podr¨ªa damos informaci¨®n de primera mano sobre estos acontecimientos. Algunos est¨¢n incluso convencidos, y sus dos juicios lo demuestran, de que detr¨¢s de algunos de ellos est¨¢ la despiadada mano de Andreotti, mal¨¦volamente denominado Belceb¨². Son rumores que yo acojo con cautela. Pero, por favor, no diga que no sabe nada.
Hubo un momento en el que usted compet¨ªa por el Quirinal contra un adversario tan peligroso como Aldo Moro, que fue brutalmente eliminado por las Brigadas Rojas. Quiz¨¢ entonces, con la nada puesta en el Quirinal, quiso usted librarse de las perversas relaciones que le hab¨ªan llevado al ¨¦xito y a mantenerse en el poder, pero era demasiado tarde. Y recuerdo un art¨ªculo de alarma e inquietud, cu¨¢ndo usted firm¨® un acuerdo con Bettino Craxi, una uni¨®n que hizo temblar a Italia, escrito por un hombre que ha sido siempre capaz de racionalizar incluso sus pasiones m¨¢s fuertes: me refiero a Eugenio Scalfari, el entonces director de La Repubblica.
Usted ha sido durante d¨¦cadas el hombre m¨¢s poderoso de Italia, pero es sabido que el poder exige un camino libre de obst¨¢culos. Se encontraba en esa temible situaci¨®n en la que la simple expresi¨®n de un deseo suyo encontraba siempre hombres sin escr¨²pulos dispuestos a hacerlo realidad. ?Cu¨¢ntas cosas podr¨ªa contarnos, senador Andreotti!
?Qu¨¦ libro tan extraordinario podr¨ªa usted escribir!
Hay, por ejemplo, un aspecto que siempre ha permanecido en la sombra: su poder financiero. Usted ha vivido siempre modestamente, como los verdaderos ricos, que ocultan sabiamente su riqueza. Pero el poder, hasta las piedras lo saben, necesita de un fuerte soporte econ¨®mico. Se rumorea que buena parte de las millonarias ganancias del saqueo de Palermo en la ¨¦poca de Lima y Ciancimino terminaron en la profundidad de sus bolsillos. Tambi¨¦n se ha hablado de sus fuertes inversiones financieras en Canad¨¢, y m¨¢s concretamente en Vancouver, adonde parece ser que se trasladar¨¢n las grandes finanzas de Hong Kong cuando la administraci¨®n de esta colonia brit¨¢nica pase a manos de la Rep¨²blica Popular China. Todos los a?os, un delegado suyo iba precisamente a esa ciudad canadiense a llevar un ¨®bolo, dos millones de liras, a la Universidad de Nueva Inglaterra, aunque parece ser que el aut¨¦ntico fin de su Viaje era controlar las inversiones de sumas ingentes. ?Son todo cuentos? ?O las investigaciones llegar¨¢n hasta ese lejano pa¨ªs?
Estas y otras cosas las he escrito ya en una novela publicada en 1986, cuando usted era todav¨ªa muy poderoso. En el protagonista, llamado el Profesor, se percib¨ªan muchas de las acusaciones que m¨¢s tarde se le imputaron. Por ejemplo, que el verdadero jefe de la P2 era usted. Y lo ha dicho tambi¨¦n muy claramente la viuda de Roberto Calvi. Y que Gelli, nombrado como titiritero, era en realidad, y quiz¨¢ lo siga siendo, un t¨ªtere movido por usted. ?Son todo cuentos? Comprendo que puedan irritarle los "se dice", pero ?c¨®mo es que estos a?os la voz del pueblo ha invocado siempre a pol¨ªticos, huelga nombrarlos, que han acabado en los tribunales?
Usted siempre ha sabido callar frente a los ataques de la prensa, siempre ha evitado la pol¨¦mica y ha usado el silencio como arma defensiva. Le aclaro inmediatamente que no es una respuesta a esta carta lo que deseo, sino un libro en el que usted tenga el valor de contarnos la verdad, toda la verdad y nada m¨¢s que la verdad. Escriba, senador, escriba todas las cosas que Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior ha visto de cerca y tendr¨¢ una amplia recompensa hist¨®rica.
Usted es cat¨®lico practicante; por tanto, conoce el poder liberador de la confesi¨®n. No s¨¦ lo que le cuenta a su confesor, pero cualquier verdad que le diga permanecer¨¢ encerrada en el secreto del confesonario. Yo, en cambio, le pido que haga una confesi¨®n en p¨²blico, porque s¨®lo con la confesi¨®n pol¨ªtica se puede obtener el perd¨®n pol¨ªtico. Por desgracia s¨¦ que usted no tendr¨¢ en cuenta esta sugerencia, sobre todo cuando tiene un proceso abierto que le inducir¨ªa a contar mentiras por su propio bien. Pero hay dos modos de evitar este inconveniente.
El primero es escribir el libro y dejarlo como herencia el d¨ªa, y le deseo que sea lo m¨¢s tarde posible, en que tambi¨¦n usted deba abandonar este valle de l¨¢grimas y de sangre. Ser¨¢ un libro memorable, quiz¨¢ sobrecogedor, pero ya sabemos que la historia italiana del ¨²ltimo medio siglo est¨¢ plagada de muertos y de cr¨ªmenes atroces. No me parece que, en el terreno pol¨ªtico, usted haya construido gran cosa, si exceptuamos su suerte y desgracia personal. Este libro le dar¨ªa una dimensi¨®n grandiosa y podr¨ªa hacer de usted despu¨¦s de muerto, ese punto de referencia hist¨®rica, en positivo y en negativo, que no ha logrado ser en vida.
El otro consiste en escribir las verdades, pero present¨¢ndolas bajo forma de novela (no hay por qu¨¦ asombrarse, porque muchos de nuestros pol¨ªticos se han consolidado escribiendo novelas), una forma que relega inmediatamente los hechos, y las fechor¨ªas al ¨¢rea de la imaginaci¨®n. Estoy seguro de que su novela tendr¨¢ un sabor a verdad como pocas y seguramente ser¨¢ un gran ¨¦xito. Incluso podr¨ªa firmarla con un seud¨®nimo, Belceb¨², por ejemplo.
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