El ojo de Dios
Jerem¨ªas Benthan, que adem¨¢s de fil¨®sofo era un destacado jurista, construy¨® en el siglo XIX una apasionante, y a la vez conturbadora, teor¨ªa alrededor del Pan¨®ptico, t¨ªtulo que podr¨ªa ser traducido como El ojo de Dios. Dise?aba un modelo de recinto penitenciario en el que desde una posici¨®n estrat¨¦gica, perfectamente calculada, un guardi¨¢n vigilante dominaba hasta los m¨¢s rec¨®nditos lugares teniendo ante su vista todas las cosas y personas que en ¨¦l se encerraban. El mismo Benthan defini¨® el Pan¨®ptico como "un instrumento muy ¨²til y en¨¦rgico que los Gobiernos podr¨ªan aplicar a objetos de la mayor importancia". Como puede verse los utilitarios consejos de tan ilustre personaje no han ca¨ªdo en saco roto.La posibilidad de conocer, recopilar, manejar y controlar todo lo que sucede en los espacios en que el ser humano desarrolla su actividad es una vieja aspiraci¨®n que ha tentado a muchas personas y con mayor intensidad a los que ostentan el poder. Las nuevas tecnolog¨ªas se han convertido en un aliado y a la vez en instrumento propiciador de estas tendencias. El control visual ya es posible y permite escudri?ar las actitudes de las personas cuando se desenvuelven en su vida de relaci¨®n cotidiana, cuando entran en los grandes almacenes o acceden a entidades bancarias, e incluso cuando llaman a la puerta de sus vecinos. Todav¨ªa existen las barreras infranqueables que levanta el derecho a la intimidad para vetar el acceso a los espacios interiores, pero no existe una conciencia tan desarrollada cuando la grabaci¨®n se realiza en espacios abiertos al uso p¨²blico.
La cautela se impone ante las iniciativas que ofrecen la vigilancia electr¨®nica como un remedio eficaz frente a los males que suponen la existencia de focos de violencia que alteran la convivencia ciudadana.
Hay que tener cuidado con el entusiasmo desbordante por las nuevas tecnolog¨ªas no vayamos a caer en excesos que produzcan efectos negativos, contraproducentes y dif¨ªcilmente conciliables con la letra y el esp¨ªritu de nuestro texto constitucional.
La implantaci¨®n intensiva de puntos de captaci¨®n de im¨¢genes nos puede llevar a extremos ni siquiera imaginados por los promotores de la idea. Cuando veo estas iniciativas me viene a la memoria una antigua y divertida pel¨ªcula titulada El juicio final, cuyo director era el maestro Vittorio de Sica. La pel¨ªcula comienza con un barrido de la c¨¢mara por diversas calles de las principales capitales del mundo. Vali¨¦ndose de un potente y vertiginoso zoom se fija en un transe¨²nte al que Dios llama por su nombre y le anuncia que le ha llegado el d¨ªa del juicio final. La voz del m¨¢s all¨¢ le pide cuentas de su vida presente y pasada. El ciudadano, visiblemente conturbado y atemorizado, contesta con balbuceos a los apremiantes requerimientos de Dios y comienza a confesar sus muchas culpas y deficiencias.
S¨®lo una de las personas sorprendidas por el "ojo de Dios" se rebela contra el imperativo mensaje. Se trataba de un ciudadano ingl¨¦s, vecino de la City, que es interpelado por la voz suprema cuando, revestido de un impecable traje negro, malet¨ªn en la mano y cubierto por el caracter¨ªstico sombrero hongo se dirig¨ªa con paso digno hacia su puesto de trabajo. El s¨²bdito de su graciosa majestad, al o¨ªr su nombre, mira al cielo y dirige a su interlocutor una pregunta desconcertante: "Do you speak english?". La voz del Omnipotente, visiblemente confundido y perplejo, contesta negativamente. Ante tan intolerable respuesta, el caballero ingl¨¦s, con gesto entre ofendido y despectivo, exclama: "I'm sorry" y sigue su camino sin aceptar tan ins¨®lita intromisi¨®n en su vida privada y en su andadura p¨²blica.
Es de esperar que las c¨¢maras grabadoras no se combinen con elementos sonoros para no intranquilizar demasiado a los transe¨²ntes. Lo cierto es que la vigilancia electr¨®nica se ha disparado y que todas las horas son h¨¢biles. Las patrullas policiales y la seguridad privada se expanden masivamente, mientras las c¨¢maras de vigilancia anidan en los techos de las entidades bancarias y de los edificios oficiales. El invento parece sugestivo y por ello no han faltado propuestas para colgarlas de postes, farolas y fachadas con el prop¨®sito de no dejar espacio urbano que sea inmune a la curiosidad de los objetivos.
La validez de las grabaciones de v¨ªdeo como instrumento probatorio ha sido abordada por el Tribunal Supremo, que ha considerado que su utilizaci¨®n en la investigaci¨®n de un determinado delito, sustituyendo la transcripci¨®n mecanogr¨¢fica de lo que acontece por la grabaci¨®n de los movimientos y actitudes de los sospechosos, es un m¨¦todo v¨¢lido para concretar unos hechos que tienen caracteres de delito y poder sustentar, sobre ellos, una acusaci¨®n. Ahora bien, no es lo mismo emplear el v¨ªdeo para investigar un delito concreto sobre cuya posible existencia se tiene noticia, que barrer el espacio urbano para encontrar, como por azar, hipot¨¦ticas infracciones contra la convivencia y el uso pac¨ªfico de las calles y plazas de una ciudad.
Las consecuencias de este uso indiscriminado, por mucho que se pretenda controlar, pueden producir situaciones imprevisibles en las que el ciudadano vea c¨®mo se afectan derechos que configuran su personalidad y que deben ser amparados para no cercenar su libre desarrollo y entrar en insalvable contradicci¨®n con el art¨ªculo 10 de nuestra Constituci¨®n.
Los ojos mec¨¢nicos son potencialmente insaciables y lo mismo graban un hecho delictivo que a una persona indeterminada que abandona un hotel en actitud cari?osa y efusiva con su pareja. Lo mismo detecta una escena usual en el transcurso de la vida urbana que un autom¨®vil estacionado ante un inmueble que goza de dudosa reputaci¨®n.
Si uno tiene la desgracia de ser atracado en plena v¨ªa p¨²blica, no dude que seguramente saldr¨¢ en las pantallas, donde se podr¨¢ contemplar su cara compungida y aterrorizada y de qu¨¦ forma es despojado de sus pertenencias, pero todo ser¨¢ in¨²til porque, con toda seguridad, su agresor no podr¨¢ ser identificado, al ir provisto de un casco de motorista o cubrirse con un pasamonta?as.
Por otro lado, la realidad siempre tiene la tentaci¨®n de imitar al arte y no son descartables situaciones como las que se vivieron en la ciudad de Lugo hace alg¨²n tiempo, cuando se desvi¨® un v¨ªdeo callejero orient¨¢ndolo al interior de una vivienda donde se estaban desarrollando escenas que podr¨ªamos calificar como de estricta e intransferible intimidad. El celo de los controladores llev¨® a la grabaci¨®n de escenas en las que hab¨ªa sexo, hab¨ªa drogas y s¨®lo faltaba el rock and roll.
El invento, en principio, parece sugestivo, pero es peligroso dejarse deslumbrar por sus hipot¨¦ticas ventajas, minusvalorando sus contraindicaciones y efectos negativos.
Frente a los que pretenden desviar la cuesti¨®n de los v¨ªdeos Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior hacia un debate ideol¨®gico conviene afirmar que las c¨¢maras grabadoras no son de izquierdas ni de derechas, son tecnolog¨ªas que, como muchas otras, admiten un doble uso, y es el deber de todos velar porque no se desv¨ªen de su utilizaci¨®n positiva y se conviertan en m¨¦todos agresivos frente al individuo sin que ni siquiera se puedan obtener contrapartidas apreciables, en materia de seguridad. En ¨¦ste, como en muchos otros supuestos, el fin no justifica los rmedios y, por muchos controles que se quieran establecer, todos ellos act¨²an a posterior? y cuando la lesi¨®n a los bienes jur¨ªdicos de la persona ya se han. producido de manera irreparable.
En todo caso es de agradecer que los propugnadores del sistema no hayan actuado con arrogancia dogm¨¢tica y prepotencia pol¨ªtica imponiendo su instalaci¨®n por las v¨ªas de hecho. Han abierto, en mi opini¨®n, un enriquecedor debate y han sometido el proyecto a instancias consultivas recabando la mayor cantidad posible de opiniones jur¨ªdicas y de consenso pol¨ªtico. Interesado en la cuesti¨®n he intentado aportar mi opini¨®n en estas l¨ªneas, sin aferrarme a posiciones categ¨®ricas, pero s¨ª con el irrenunciable prop¨®sito de abordar la cuesti¨®n desde la ¨®ptica, y nunca mejor dicho, que nos proporcionan los principios constitucionales.
Es indudable que la violencia callejera, que constituye un mal end¨¦mico de las calles de Euskadi, desborda el marco de lo que podr¨ªa explicar un conflicto social o generacional, para integrarse plenamente en una acci¨®n calculada y perfectamente dise?ada dentro de una estrategia de la tensi¨®n.
Tratemos de erradicar la violencia, pero sin convertir la calle en un escenario controlado por los vig¨ªas electr¨®nicos en el que los ciudadanos transe¨²ntes se sienten observados y, por qu¨¦ no decirlo, desasosegados por la presencia omnisciente del "ojo de Dios".
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