Dustin Hoffman se apodera del certamen
Turturro y Malkovich prestan sus rostros a la mascarada
D¨ªas de mucho, v¨ªsperas de nada. Tanto la arnericana Box of Moonlight como la alemana El ogro quisieron subirnos a las nubes, pero nos dejaron atascados en el tedioso solar del querer y no poder. Sus respectivos protagonistas, John Turturro y John Malkovich, ponen sus conocidas caras al servicio de la mascarada y sostienen con m¨¢s pena que gloria el vac¨ªo de la pantalla. Por suerte, Dustin Hoffman se col¨® inesperadamente en la programaci¨®n colateral con American Buffalo.
Para mayor inri y con el pretexto de que se hab¨ªan a?adido a su metraje comercial unos minutos in¨¦ditos, Gillo Pontecorvo reestren¨® Ag¨¢chate maldito, una de las pel¨ªculas m¨¢s desmelenadas del difunto Sergio Leone, que apoyado esta vez en James Coburn sigue demostrando que las cosas le sal¨ªan bastante mejor cuando con menos vuelos ret¨®ricos se apoyaba en la impavidez de Clint Eastwood para hacer cine de g¨¦nero y, con menos pretensiones autorales, llegaba mucho m¨¢s lejos.El joven norteamericano Tom DiCillo, del que en Espa?a conocemos el -audaz y arriesgado, pero frustrado- experimento titulado Vivir rodando, trajo a concurso a la Mostra su segundo largometraje, Box of Moonlight, que funciona a ratos pero que en conjunto no es convincente porque DiCillo hincha un argumento de mediometraje a casi dos horas, una de las cuales obviamente sobra.
John Turturro, como de costumbre, hace muy bien su composici¨®n, pero no est¨¢ en su mano -o en su rostro- evitar esta ca¨ªda en el exceso de metraje que es una peste del cine actual, pues quita comprensi¨®n e intensidad al desarrollo de buenas tramas argum¨¦ntales sobre la pantalla. Y, una vez m¨¢s, un asunto original, gracioso, agradable y que pod¨ªa haber desembocado en una comedia surreal, divertida, un poco deudora del estilo impertinente de los hermanos Coen, transcurre a saltos, llena de huecos, que DiCillo llena con petulantes ejercicios de "aqu¨ª estoy yo y mi estilo".
El otras veces muy convincente -recordemos- El joven Torless y El tambor de hojalata- Volker Schl?ndorff se pone pedante en El ogro y aburre a los muertos. Para colmo, John Malkovich y sus muecas -en rigor, su mueca: s¨®lo tiene una- invaden la pantalla y l¨®gicamente el buen oficio del alem¨¢n bordea un desastre que no llega a causa de la honda, precisa e imaginativa hilaz¨®n de la grave historia narrada, que procede de un relato del escritor franc¨¦s Michel Tournier, bien adaptado por su compatriota Jean-Claude Carri¨¨re.
Pero el excelente asunto argumental est¨¢ visualizado con tan excesivo ¨¦nfasis que en ocasiones anda cerca de la megaloman¨ªa wagneriana y el guiso, pese a sus buen¨ªsimos ingredientes, se pudre. Narrar el ocaso del Tercer Reich a trav¨¦s de los ojos de un idiota es sin duda un enfoque literario poderoso y original, pero peligros¨ªsimo cinematogr¨¢ficamente.
Volker SchI?ndorff quiere esquivar tal peligro acudiendo a lo campanudo y Hitler sale vivo y coleando de este honorable y frustrado intento de acabar otra vez con ¨¦l y su basura.
El que de verdad est¨¢ vivo, y cada vez m¨¢s, es Dustin Hoffman, que si dio un recital de oficio en la pel¨ªcula inaugural, Sleepers, vuelve a mostrar su momento dulce en, American Buffalo, una obra teatral de David Mamet llevada a la pantalla por Michael Corrente y producida por el propio Hoffman, que se ha tra¨ªdo bajo el brazo a Venecia las latas de la cinta y lo ha colado sin aviso, sin informaci¨®n previa y sin subtitulaci¨®n, a pelo, en la programaci¨®n marginal.
Un aut¨¦ntico golpe de mano, incluso una indecente argucia promocional, que se perdona por ser de alguien como Dustin Hoffman, convertido en los ¨²ltimos anos, a golpe de talento, en uno de los rostros creadores e identificadores del escaso cine norte y americano de ahora que merece la pe?a.
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