Estreno europeo de 'Independence Day', delirante taquillazo del ultranacionalismo estadounidense
Noble y vigorosa reconstrucci¨®n de la legendaria figura de 'Michael Collins'
El Parque de Steven Spielberg es ya enteramente jur¨¢sico. Sus ganancias y sus efectos visuales son paleontolog¨ªa desde que el (penoso y delirante) ultranacionalismo de Independence Day se ha hecho amo de las taquillas de Estados Unidos. El monumental bodrio alcanza, como fen¨®meno social e ideol¨®gico, proporciones patol¨®gicas alarmantes y que causan verg¨¹enza ajena, lo que le convierte en una diversi¨®n repulsiva pero peligrosa, porque tal basura pol¨ªtica y moral se digiere masivamente como un suave yogur hecho con mesianismo abiertamente prefascista. Por suerte, el honor de Hollywood se salv¨® por el dinero aportado al vigoroso filme irland¨¦s de Neil Jordan Michael Collins.
Si la emocionante reconstrucci¨®n de Neil Jordan (la mejor pel¨ªcula de las hasta ahora exhib¨ªdas en la Mostra) de los or¨ªgenes de su rep¨²blica arrastrar¨¢ en Irlanda, Inglaterra y Estados Unidos ingredientes para una grave y rica pol¨¦mica, lo que Independence Day arrastra es pura y simple perplejidad.Bajo una especie de juego electr¨®nico de m¨¢quina de marcianitos, estamos ante un c¨¢lculo perfectamente meditado de mensaje pol¨ªtico por v¨ªa, audiovisual. Nada de sugerencias subliminales, a media voz o bajo cuerda, Sino total explicitud para un mensaje de alcance planetario que es, as¨ª como suena, este que sigue: "El 4 de julio no se festeja la independencia de Estados Unidos, sino a la independencia de la humanidad".
Quien tenga ojos, que vea; quien tenga o¨ªdos, que escuche; quien tenga independencia mental, que saque las conclusiones oportunas; y, sobre todo, quien tenga memoria, que recuerde: ese concepto procede literalmente (sin m¨¢s variaci¨®n que la fecha y el pa¨ªs) de los diarios de Joseph Goebbels y de varios discursos de Adolf Hitler, y es el concepto-umbral de la conversi¨®n de cualquier nacionalismo en en el m¨¢s puro fascismo.
Masiva digesti¨®n
La perplejidad, obviamente, no procede de una argucia ideol¨®gica tan tosca como esa, sino de su masiva digesti¨®n por millones de estadounidenses, sobre todo ni?os y j¨®venes, que han convertido a esta aparatosa ridiculez seudocinematogr¨¢fica en un foco de colas interminables y fascinadas, que en un par de meses han logrado situar a un filme mal construido, atestado de t¨®picos, inimaginativo, tosco, p¨¦simamente resuelto y que confunde la acci¨®n con el ajetreo, en la pel¨ªcula m¨¢s taquillera de todos los tiempos; y que, lejos de las risotadas que provoc¨® ayer en la Mostra, se ve all¨ª con seriedad e incluso con solemnidad.No repele la vulgaridad que encubre este gigantesco spot publicitario belicista de dos horas y media, sino el candor, la ingenuidad y la autocomplacencia que despierta en su recepci¨®n de origen y, de rebote, a trav¨¦s de la maquinaria de distribuci¨®n mundial de Hollywood, en millones de desprevenidos rincones de otros pa¨ªses destinados a festejar como propia una independencia ajena.
De ah¨ª que el choteo veneciano ante este opulento engendro sonase a juerga en un limbo intelectual y est¨¦tico europeo, que no se percata de que esta bober¨ªa, ciertamente risible pero no inofensiva, no es simplemente una mala pel¨ªcula, sino algo m¨¢s: un fen¨®meno de patolog¨ªa colectiva que no tiene la menor gracia.
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