Aznar y el poder
A prop¨®sito de Mazzarino, el sucesor de Richelieu, Voltaire escribi¨® que era preciso haber vivido mucho tiempo con ¨¦l "para pintar su car¨¢cter, para decir qu¨¦ punto de coraje o debilidad afectaba a su esp¨ªritu, si era prudente o falso". En un curioso breviario para pol¨ªticos que se le atribuye, el cardenal que gobern¨® Francia durante la infancia de Luis XIV recomienda ocultar mucho y fijarse m¨¢s. "Que tu cara no exprese nunca nada, ni el m¨¢s nimio sentimiento, s¨®lo una afabilidad y cortes¨ªa perpetuas".No se puede predecir todav¨ªa si Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar igualar¨¢ o no a Mazzarino en cuanto a la fama de su habilidad pol¨ªtica. En todo caso, parece haberse propuesto seguir siendo un desconocido al final de su mandato, o de sus mandatos. Evacua sus intervenciones p¨²blicas con obviedad evidente, o con el retraso suficiente para tenerlo todo tan estudiado y medido que no se le escape el m¨¢s leve matiz personal, y luego anda pregonando que es un hombre corriente.Si suponemos que el hombre corriente tiende a dejarse llevar por las circunstancias antes que intentar dominarlas con su energ¨ªa personal, deberemos recordar entonces c¨®mo Aznar, abandonado el tim¨®n de la operaci¨®n centrista tras la derrota de 1993, pugnaba por mantenerse a flote en el revuelto Madrid de la crispaci¨®n. ?l era uno m¨¢s, y no el que marcaba el ritmo, entre un revoltillo de l¨ªderes morales, ideol¨®gicos, pol¨ªticos y period¨ªsticos de la oposici¨®n que se las daban de tutores del l¨ªder de la oposici¨®n.
Pero ahora, despu¨¦s de que Rodrigo Rato diera cumplimiento al prodigio de dar la vuelta al calcet¨ªn de las relaciones con los nacionalistas, Aznar vive en La Moncloa y es el jefe de un Gobierno lleno de ministros -nombrados por ¨¦l- que gobiernan un pa¨ªs complejo en circunstancias nada simples. Algunos todav¨ªa no salen de su asombro. Es m¨¢s, dejando aparte la reprobable circunstancia de ser de derechas, el Gobierno est¨¢ fuerte, tiene iniciativas, parece cohesionado -dicho sea advirtiendo que es m¨¢s arriesgado pronunciarse sobre la cohesi¨®n de un grupo pol¨ªtico que sobre la ausencia de gusanos en el coraz¨®n de una manzana-, y act¨²a con el empuje y la prudencia que se necesitan para resolver conflictos antes de que crezcan demasiado. La pol¨ªtica se ha vuelto a alejar de la justicia, como corresponde. Ret¨®rica peneuvista aparte, no hay roces de importancia con los aliados. Se ofrecen acuerdos m¨¢s o menos aceptables a los sindicatos, aunque sea para que luego, si se llega a descubrir la espeluznante severidad del ajuste y el precio a pagar por los trabajadores, protesten cuanto les venga en gana, pero sin declararse enemigos irreconciliables del Gobierno, con lo que a lo mejor se evita una conflictividad social demasiado elevada. A los m¨¦ritos propios hay que a?adir el estado de postraci¨®n socialista y, por si fuera poco, el ambiente ciudadano, de una agn¨®stica aton¨ªa desmovilizadora que la falta de alternativas ayuda a reforzar. Los profesionales del vocifer¨ªo han remitido. El paro sigue descendiendo. El consumo empieza a recuperarse -un 20% m¨¢s de ventas en las rebajas de verano seg¨²n datos de los comerciantes, por lo menos en Barcelona, un 30% m¨¢s de autom¨®viles durante el verano en toda Espa?a- Nadie est¨¢ dispuesto a creerse que la zanahoria de Maastricht sea de pl¨¢stico, con lo que resulta imposible discutir la coartada de un frenazo tan brutal del gasto p¨²blico. A la espera de que aparezcan las inevitables sombras, habr¨¢ que concluir que la suerte no s¨®lo acompa?a a los audaces.Tal vez sea Aznar un taimado calculador, a lo Mazzarino, que tras la apariencia de hombre corriente oculta un sinf¨ªn de rec¨¢maras. Algunos creen que m¨¢s se parece a uno de
sos, directores de orquesta que esgrimen la batuta ante el compact disc que se ha aprendido de memoria, en presencia de sus at¨®nitos invitados. ?Es el poder algo tan sencillo que se puede ejercer a m¨¢quina, por caminos que cualquiera sabe distinguir, con la ¨²nica condici¨®n de que est¨¦ en la cima? ?Tanto se reducen los m¨¢rgenes de error personal de quien detenta el poder en las sociedades tecnocr¨¢ticas? C¨¢balas infructuosas. "Sin querer adivinar c¨®mo era Mazzarino, nos fijaremos s¨®lo en sus obras", concluye Voltaire despu¨¦s de aseverar: "Al principio us¨® con moderaci¨®n de su poder".Un peculiar mecanismo interno, heredero exagerado del centralismo democr¨¢tico que podr¨ªamos denominar unitarismo a ultranza, rige los partidos pol¨ªticos hisp¨¢nicos. No son agrupaciones de familias con distintas sensibilidades e intereses, a menudo contrapuestos, como en el resto de democracias avanzadas. Son organizaciones donde, al mando de un ¨²nico l¨ªder, reina la m¨¢s f¨¦rrea disciplina cuartelera, que en la pr¨¢ctica anula las diferencias de criterio y ahoga sus potencialidades enriquecedoras.
La fidelidad debe de ser absoluta. La disparidad de opiniones se castiga con el ostracismo o la muerte pol¨ªtica del d¨ªscolo. V¨¦anse como ejemplos el PP, el PNV y CDC, sus aliados nacionalistas, con la larga experiencia acumulada por Pujol y Arzalluz en los menesteres de la dictadura de puertas adentro. Obs¨¦rvese el miedo de los dirigentes del PSOE a sus futuras peleas de barones, si alg¨²n d¨ªa les llega a faltar la mano de hierro de Felipe. El poder en Espa?a es cosa de uno. La capacidad de influirlo o condicionarlo, una mal vista, molesta, excepcional circunstancia.
Si tiene poco o mucho de cierta la impresi¨®n de que aqu¨ª y ahora se ejerce el poder dej¨¢ndose mecer en la cima de las circunstancias, se ver¨¢ cuando dejen de ser favorables, cuando lleguen conflictos que no se puedan resolver ni por su propio peso ni tirando por la calle del medio. Adem¨¢s, alguien tendr¨ªa que decidir durante la legislatura si el Partido Popular se sit¨²a de verdad y de manera irreversible en el centro o en la derecha. Alguien tendr¨ªa que tomar la iniciativa y avanzar, o no, por la senda de la pluralidad nacional de Espa?a como modelo de futuro. Ese alguien es un desconocido que preside el Gobierno y se llama Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. Se le juzgar¨¢ por sus obras, o por su falta de obras, y no por sus calculadas palabras. No importa que nunca llegue a saberse c¨®mo es.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.