Horror: la reforma de la sanidad
Para conservar el Estado de bienestar hay que reformarlo. ?sta es una opini¨®n un¨¢nimemente aceptada en Europa, y buena parte de, los movimientos presupuestarios en curso (otros no; otros quieren sencillamente liquidarlo) tienen que ver con ello. Una porci¨®n principal de esta reforma la protagoniza la sanidad, elemento central del welfare.
Los datos son avasalladores: el gasto en sanidad se ha duplicado como porcentaje del PIB en los ¨²ltimos 30 a?os en los pa¨ªses industrializados de la OCDE; Espa?a dedicaba en 1982 a gasto sanitario menos del 5% del PIB (la media de la Comunidad Europea superaba entonces el 6%), mientras que 10 a?os despu¨¦s nuestro pa¨ªs hab¨ªa subido m¨¢s de un punto porcentual y estaba cerca de la media europea (6,70% en la UE, en 1993). En los ¨²ltimos a?os, el gasto sanitario en Espa?a se incrementa a ritmos cercanos al 10%. Adem¨¢s, la tendencia durante los ¨²ltimos tres lustros ha sido la de universalizar todo tipo de tratamientos para todo el mundo. Por razones demogr¨¢ficas y financieras, esta exigencia gen¨¦rica de las opiniones p¨²blicas no la puede soportar ning¨²n pa¨ªs de la Tierra.
Cuando los pol¨ªticos tienen la mala suerte de enfrentarse a la necesidad de una reforma de la sanidad se llenan de p¨¢nico, pues saben que es, junto a la de las pensiones, el mayor foco de conflicto que pueda darse. No en vano los ciudadanos buscamos la mayor protecci¨®n para los momentos de debilidad: desempleo, enfermedad y vejez. Fue la reforma de la sanidad la que atrajo las mayores preocupaciones de Clinton en la primera parte de su mandato y la que lleva con la lengua fuera a algunos Gobiernos que se han sumergido en su superaci¨®n (Holanda o Nueva Zelanda). Tras la concienciaci¨®n de su urgencia en Espa?a -labor que corresponde a ?ngeles Amador, una ministra a la que va revalorizando el tiempo-, el Partido Popular se ha topado con la perentoriedad de limitar los gastos de la sanidad si quiere cumplir las obligaciones europeas, y racionalizar su futuro si aspira a mantener un sistema p¨²blico de sanidad, como ha prometido solemnemente.Despu¨¦s de haber hecho toda la demagogia posible con el asunto en los tiempos de la oposici¨®n (cada d¨ªa que pasa resulta m¨¢s enternecedor contrastar los discursos de algunos candidatos con los que ahora ejercen desde el poder), el PP demanda ahora al resto de los grupos parlamentarios un gran consenso (una especie de "Pactos de Toledo de la sanidad", en expresi¨®n de Aznar) para la reforma de la misma; ello conllevar¨ªa una mayor legitimidad de los sacrificios que tendremos que hacer los ciudadanos.
La idea es buena, pero tiene dos grandes limitaciones: en primer lugar, saber qu¨¦ tipo de reforma se quiere hacer, aspecto in¨¦dito, ya que las declaraciones han sido contradictorias y conducido al desconcierto, y s¨®lo abordan el adelgazamiento de lo que existe, sin modelo alternativo. La segunda restricci¨®n es metodol¨®gica: no se puede pasar de gobernar por decreto ley en lo agradecido (por ejemplo, rebajar los impuestos a las rentas de capital) a intentar ' pactarlo todo en los sacrificios; acordar las estrategias a largo plazo no exime de tener que afrontar las consecuencias impopulares de administrar en el corto. El Ejecutivo debe elegir con premura las prioridades entre el medicamentazo, el recetazo, la limitaci¨®n del negocio de las industrias farmac¨¦uticas o de las farmacias (precios o cantidades), o lo que sea, si pretende que el recorte de los gastos estructurales del sector no se quede en un mero maquillaje de las cuentas para el examen de entrada de Maastricht.
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