Sobre la lectura
Inculcar en el sistema educativo el h¨¢bito de leer es la ¨²nica forma de erradicar la falta de inter¨¦s por los libros que arrastra nuestro pa¨ªs
Los espa?oles leemos poco. Por supuesto, hay grandes diferencias; algunos leen mucho, pero la media es baj¨ªsima. No vamos a entrar en estad¨ªsticas, frecuentemente publicadas; baste decir que los espa?oles leen mucho menos de lo que corresponder¨ªa a su ¨ªndice de renta; que esto se aplica tanto a libros como a peri¨®dicos, y que, en Europa, s¨®lo Portugal y Grecia nos superan en aversi¨®n a la letra. Se trata de un hecho colectivamente embarazoso, al cual nuestros pol¨ªticos se refieren espor¨¢dicamente (el caso m¨¢s reciente ha sido el del se?or ?lvarez Cascos en la inauguraci¨®n del Liber 96), casi siempre recomendando que reparemos nuestros malos h¨¢bitos y dando a entender que ellos son grandes lectores, pero nunca plante¨¢ndose seriamente los dos problemas pr¨¢cticos que el bajo ¨ªndice de lectura ofrece: en primer lugar, qu¨¦ tiene de malo el leer poco; y en segundo lugar, y suponiendo que el no leer sea se corrige eso.Se acostumbra a dar por sentado que se debe leer, pero casi nunca se explica por qu¨¦. Y a uno le queda la duda: los espa?oles no son tontos. Si no leen, sus razones tendr¨¢n. Vivimos en un mundo en el que las alternativas a leer son cada vez m¨¢s numerosas y tentadoras: la electr¨®nica y la inform¨¢tica nos ponen al alcance de la mano medios de comunicaci¨®n, modernos y eficientes. La lectura parece una actividad anticuada; los libros son objetos arcaicos; escritos a mano los conocemos desde la m¨¢s remota antig¨¹edad. Incluso la letra impresa es anterior al descubrimiento de Am¨¦rica. Por si fuera poco, a la vetustez se a?ade la incorrecci¨®n ecol¨®gica, por cuanto la fabricaci¨®n del papel amenaza las reservas forestales. Adem¨¢s, el papel es un soporte ef¨ªmero, que en el peor de los casos se degrada en un par de generaciones. Todas estas consideraciones militan seriamente contra el h¨¢bito de la lectura, al menos como lo conocemos hoy.
Como suele decirse, una imagen vale mil palabras. ?No ser¨¢ mejor aprender historia viendo pel¨ªculas hist¨®ricas, o ciencias viendo documentales o haciendo trabajos de campo, que desoj¨¢ndose en miles de ¨¢ridas p¨¢ginas? ?Por qu¨¦ leer una novela cuando puede verse, frecuentemente en menos tiempo, una pel¨ªcula? ?Por qu¨¦ leer un peri¨®dico cuando se pueden ver las noticias televisadas? Por a?adidura, vivimos en una sociedad en la que el trabajo est¨¢ dividido y simplificado: se aprende mirando, como se orienta uno en las calles sin letreros. Al fin y al cabo, Espa?a ha crecido mucho en las ¨²ltimas d¨¦cadas sin cambiar sus h¨¢bitos iletrados. ?No ser¨¢ que estas pr¨¦dicas en favor de la lectura son monsergas de pol¨ªticos nost¨¢lgicos y eruditos a la violeta, que miran al pasado en lugar de al futuro?
Es posible, se dir¨¢ el lector, pero esta diatriba contra las letras por parte de unos tipos que han perpetrado varios libros y docenas de art¨ªculos suena algo c¨ªnica. M¨¢s que c¨ªnica es ret¨®rica. La verdad es que, prima facie, hay argumentos en favor de ese rechazo hisp¨¢nico a la letra escrita. Estamos convencidos de que la mayor parte de los espa?oles que no leen comparten, de modo m¨¢s o menos consciente, los argumentos que acabamos de ofrecer. Hay que ahondar un poco m¨¢s para ver las cosas de otro modo.
Lo primero que parece sospechoso es que los pa¨ªses m¨¢s adelantados tengan los m¨¢s altos ¨ªndices de lectura: Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia, los pa¨ªses escandinavos, Jap¨®n... Puede pensarse que no es que sean ricos porque leen, sino que leen porque son ricos, porque tienen altos niveles de escolarizaci¨®n, buenas bibliotecas, etc¨¦tera. Mucho hay de cierto en ello: leer es un placer que requiere un nivel de bienestar previo. Pero no es s¨®lo eso; desde un punto de vista pr¨¢ctico, leer tiene dos vertientes: la l¨²dica y la productiva.
En t¨¦rminos econ¨®micos, es un acto de Consumo, pero tambi¨¦n de inversi¨®n. Cuando leemos una buena novela predomina el primer aspecto; cuando leemos un libro de texto, puede ser que no haya m¨¢s que inversi¨®n y el placer sea cero. Lo importante aqu¨ª es que leyendo, incluso cuando nos divertimos, aprendemos. Dec¨ªa Marshall McLuhan, el profeta de la televisi¨®n, que "el medio es el mensaje"; nada m¨¢s cierto en cuanto a la lectura. Leer es como cartearse con las mejores mentes del presente y del pasado; leer, incluso la literatura m¨¢s de evasi¨®n, es hacer un esfuerzo de imaginaci¨®n, es el placer solitario de conversar mentalmente. Leyendo una novela, una palabra vale m¨¢s que mil im¨¢genes, porque el texto del libro es como el armaz¨®n al que nuestra imaginaci¨®n da vida: imaginamos el aspecto f¨ªsico de los protagonistas, el timbre de sus voces y acentos, los edificios, los paisajes. En una pel¨ªcula todo eso viene impuesto: nada queda a la imaginaci¨®n. Por eso nos desilusiona tan a menudo la pel¨ªcula de nuestra novela favorita: no nos la imagin¨¢bamos as¨ª. Comparado con la pantalla, el libro requiere un esfuerzo intelectual que pocos est¨¢n dispuestos a hacer, sobre todo en Espa?a; pero un esfuerzo tremendamente formativo, sobre todo en la infancia y la adolescencia, porque la lectura nos hace reflexivos y racionales, nos ense?a a escribir, y adem¨¢s es un h¨¢bito que se adquiere entonces. En cuanto al estudio, la lectura exclusivamente productiva tiene dif¨ªcil sustituci¨®n por los medios audiovisuales. Cierto es que hay infinidad de fen¨®menos dif¨ªciles de contar y caros de reproducir en vivo, cuyo entendimiento se ve tremendamente facilitado gracias a las im¨¢genes grabadas. Pero en raras ocasiones nos permiten esas im¨¢genes adentrarnos en la complejidad del fen¨®meno que queremos entender. Para esto hace falta recurrir al texto escrito, que nos permite exponer, transmitir y recibir este tipo de razonamientos. Ciertos argumentos requieren incluso de un lenguaje distinto al que manejamos a diario, el lenguaje matem¨¢tico, cuya transmisi¨®n oral o visual es poco afectiva frente a la escrita. Es posible que en el futuro leamos m¨¢s en pantallas que en hojas de papel: que, como en las novelas de Asimov, el libro del porvenir sea una especie de v¨ªdeo-lector port¨¢til. Pero es dif¨ªcil imaginar un mundo en el que la mayor parte del conocimiento no se transmita por la lectura. Las alternativas son malas y caras. En el mundo en el que vivimos hoy, y m¨¢s a¨²n en el mundo hacia el que caminamos, pese al auge de les medios audiovisuales, el dominio y comprensi¨®n de la palabra escrita y del lenguaje matem¨¢tico distinguir¨¢ a aquellos pa¨ªses capaces de mantener el liderazgo econ¨®mico, y de mejorar el nivel de vida des sus habitantes, de aquellos que ir¨¢n a remolque de los dem¨¢s, incapaces de controlar su futuro o mejorar su situaci¨®n.
Lamentablemente, la lectura, en nuestra lengua materna y m¨¢s a¨²n en ese lenguaje matem¨¢tico tan temido por muchos, es un h¨¢bito poco frecuente en Espa?a, en gran parte porque el sistema educativo no lo inculca en los j¨®venes y porque se da un c¨ªrculo vicioso familiar. Si los padres no leen, los hijos tampoco. Se necesita una ruptura. Hasta ahora, en lugar de utilizar las aulas para alterar y mejorar los h¨¢bitos de lectura de nuestros estudiantes y darles la formaci¨®n adecuada que les permita en el futuro disfrutar y aprender por s¨ª mismos leyendo, hemos llevado a ¨¦stas los rasgos que dominan nuestra cultura: la oralidad, la superficialidad y el conformismo intelectual, propios de la charla de caf¨¦ y de los ejercicios espirituales. ?Qu¨¦ se debe hacer para estimular el h¨¢bito de leer? Algo muy sencillo en teor¨ªa: mejorar el nivel educativo en las escuelas y universidades, inculcando seriamente el h¨¢bito de estudio y la formaci¨®n de criterio independiente. Se requerir¨¢n muchos a?os de esfuerzo para aplicar un programa tan simple capaz de erradicar el h¨¢bito de no leer. A ver cu¨¢ndo empezamos. Entre tanto, por m¨¢s que exhorten los pol¨ªticos los lectores seguir¨¢n siendo minor¨ªa.
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