Cabezas turcas
1. En una galer¨ªa descubierta de Estambul, entre el museo de mosaicos y los dos ¨²ltimos minaretes de la Mezquita Azul, una tienda de alfombras tiene un anzuelo para el turista espa?ol, "bueno, bonito y barato", pero al lado, en el escaparate, entre pipas de espuma de mar y cuencos de cobre, se ve el ejemplar de La pasi¨®n turca de Antonio Gala, octava edici¨®n, 170.000 ejemplares, con la imagen que ilustraba la cubierta: una mujer desnuda pintada por Tamara de Lempicka, manos esposadas, labios de un profundo carmes¨ª, ojos perdidos en una altura de ¨¦xtasis. Como creo que la ficci¨®n siempre llama dos veces a la puerta de la realidad, decid¨ª asomarme por si en, la trastienda, apoyada en el monte de venus de unas alfombras de nudos, estaba siendo disfrutada la Desideria de Gala o cualquier otra mujer espa?ola con ganas de hacer turquoseries. Un holand¨¦s de gafas regateaba en ingl¨¦s el precio de un kilim anatolio, pero al fondo de la tienda, ?una ilusi¨®n ¨®ptica?,vi los ojos de Ana Bel¨¦n mirando, desde una foto de la pel¨ªcula, la escena memorable que quiz¨¢ nunca ocurri¨® mas que en la imaginaci¨®n de su creador.
2. Uno de los viajeros que en el siglo pasado llegaron a la antigua Constantinopla, el escritor italiano Edmundo de Amicis quiso visitar la bas¨ªlica de Justiniano convertida en mezquita por el sult¨¢n Melimet, Santa Sof¨ªa, en una compa?¨ªa peculiar: "Con la esperaza de escuchar el desacuerdo de, dos religiones, dos historias y dos leyendas, elegimos a un ordenanza turco de la embajada y a un traductor griego, y no nos desilusionamos. Uno, escogi¨® la iglesia y el otro la mezquita, y cada uno nos mostr¨® Santa Sof¨ªa desde un punto de vista distinto". Para ¨¦l visitante de hoy, el desacuerdo en la bas¨ªlica produce un tranquilizador efecto est¨¦tico, pues los antiguos conquistadores musulmanes se limitaron a tapar con yeso los famosos mosaicos bizantinos, que hoy admiramos en la galer¨ªa alta, entre s¨ªmbolos cor¨¢nicos. S¨®lo la ocultaci¨®n -por medio de unos medallones- del rostro de los ¨¢ngeles con voluta de alas que est¨¢n pintados en las pechinas de la c¨²pula central indican el recelo isl¨¢mico ante unos ojos no-divinos que desaf¨ªan al Profeta.
3. El rostro humano ha sido siempre la estrella de gu¨ªa del arte y un motivo de perdici¨®n en el hombre. Los perfiles inescrutables de los fariones, los ojos glaucos de atletas y patricias, la piedad almendrada de las v¨ªrgenes medievales, el orgullo moderno de los retratos militares o de sal¨®n. Y las p¨¢ginas que se han escrito; las guerras que se han perdido, los muertos por deseo, y amor deso¨ªdo que un rostro ¨¦squivo ha provocado. Pero si en Santa Sof¨ªa las dos culturas y las dos religiones no necesitaron destruirse mutuamente, en las bell¨ªsimas iglesias de roca de Capadocia, la furia de los Iconoclastas y los Mongoles dej¨® al descubierto los mosaicos y frescos de esas paredes pero rasp¨® con sa?a los ojos d¨¦ los santos. El espect¨¢culo es t¨¦trico y comnovedor, pues pudiendo nosotros hoy contemplar esa sobras de color y expresi¨®n sublime, no pueden ellas devolvemos la nadal, en ese gesto rec¨ªproco entre artista y observador activo que es la base del mejor arte.
4. En los ¨²ltitnos brotes de integrismo vuelven a estar en peligro los rostros, los ojos. Talibanes y fundamentalistas argelinos no quieren que a sus mujeres las vea el mundo de los otros, ni que aprendan o se acostumbren ellas a ver m¨¢s all¨¢ del velo de un credo. Pero el arte, que en estos casos tr¨¢gicos quiere decir la vida real, siempre acaba venciendo a los dogmas, porque no aspira a convencer sino a mostrar, a ensenar a mirar dentro y fuera de nuestro propio templo, -que es el rostro.
5. La Mezquita y el Alc¨¢zar de los Reyes Cristianos de C¨®rdoba son, entre nosotros, ejemplos de buena fusi¨®n de arquitecturas y creencias. El otro d¨ªa, un bello rostro femenino y otro ce?udo de hombre se ofrecieron en esa ciudad a la curiosidad de los ojos y el flash. Los comunistas dicen que all¨ª hubo demasiado gasto, los obispos que no hubo boda, y arte desde luego hubo poco. ?Qu¨¦ hubo entonces? Una exhibici¨®n social de dudoso gusto que los mismos peri¨®dicos y ciudadanos que se han alimentado golosamente de ella tratan ahora de convertir eri cabeza de turco de una mala conciencia propia exhibicionista, cotilla, moralmente -doble y, sobre todo, banal.
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