Tiempos de Baroja
Poco a poco vuelve a llegar el tiempo de P¨ªo Baroja. As¨ª le llegan o le vuelven a uno sus libros comprados muchas veces, b¨¢rojianamente en librer¨ªasde lance, buscados por la Cuesta de Moyano o en los cajones de novelas baratas de la feria oto?al del paseo de Recoletos, con la misma paciencia y curiosidad con que buscaba ¨¦l libros y estampas en los tenderetes de los muelles del Sena. A m¨ª me gusta ir de vez en cuando a mi librer¨ªa de siempre y aprovisionarme de algunos vol¨²menes de la edici¨®n de Caro Raggio, pero me gusta m¨¢s el azar de la b¨²squeda y el hallazgo entre los libros usados, y cada vez que encuentro un tomo azul de Austral me lo llevo a casa guardado en un bolsillo como un valioso y modesto trofeo barojiano y comprendo que yo mismo, en mi trashumancia de buscar, en mi caviloso paseo solitario con el libro reci¨¦n adquirido estoy practicando un barojismo involuntario, recibiendo o reviviendo un influjo que no es exactamente el de la lectura pero que tambi¨¦n pertenece a ella.Cuado no los leemos, los escritores que m¨¢s nos gustan tambi¨¦n nos influyen, tal vez m¨¢s hondamente: no en la manera de escribir, sino en la de mirar, en nuestra actitud en el mundo. Para un aficionado a la m¨²sica, la actitud de Thelonious Monk delante del piano, o el modo extra?o en que sosten¨ªa Lester Young el saxo cuando tocaba sentado, o ese gesto con que un cantaor flamenco se mueve en la silla como queriendo levantarse de ¨¦lla o resisti¨¦ndose a ser arrancado por el vendaval invisible de lo que est¨¢ cantando importan y significan tanto como la maestr¨ªa del instrumento y de la voz que forman parte de ella. As¨ª tambi¨¦n se puede recibir la influencia de P¨ªo Baroja no cuando se escribe, sino cuando se permanece en un ocio gandul de lecturas y paseos, o cuando se apartan los ojos de la pantalla del ordenador y se ve en el balc¨®n una ma?ana indecisa de finales de octubre que tal vez tenga una luz parecida a la de una ¨²ltima ma?ana que vieron sus ojos.
Hace 40 a?os justos, los mismos que yo tengo, muri¨® P¨ªo Baroja en un oto?o remoto de grisuras franquistas. Resultan tentadoras las simetr¨ªas y las coincidencias de los aniversarios. Baroja es uno de los grandes nombres de la cultura en espa?ol, pero yo me temo que el cuadrag¨¦simo aniversario de su muerte va a ser bastante menos celebrado que el de la llegada de la televisi¨®n a Espa?a: casi en los mismos d¨ªas en que se extingue una memoria en la que estaba guardado el testimonio de la vida espa?ola y europea del tr¨¢nsito al siglo XX, desde el desastre de Cuba y las pesadeces ret¨®ricas del novecientos hasta los cataclismos tr¨¢gicos de la guerra espa?ola y de la II Guerra Mundial, aparece la invernci¨®n suprema de una edad nueva, la m¨¢quina incesante de la presencia y el olvido, la difusora y trituradora universal de todas las palabras, de todas las cara y paisajes, de todos los hechos, la enciclopedia instant¨¢nea en la que todas las cosas surgen y se borran, a la misma velocidad, dejando, si acaso, una escoria de aturdida indiferencia. Es muy com¨²n afirmar que la era de la televisi¨®n ha sucedido a la era del libro. Si eso fuera cierto, la simultaneidad del entierro de P¨ªo Baroja y del comienzo paleol¨ªtico de las emisiones en blanco y negro designar¨ªa las fechas exactas del cambio de los tiempos, con la misma claridad simb¨®lica con que la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 se?ala el principio del fin del a?tiguo r¨¦gimen. Pero la tel¨¦visi¨®n cada di¨¢ est¨¢ m¨¢s conmemorativa y m¨¢ antigua, m¨¢s burda, m¨¢s plagiaria de lo peor de s¨ª misma, y a los libros de Baroja les ocurre justo lo contrario, que ganan en modernidad y juventud cada a?o que pasa. A la televisi¨®n le han bastado 40 a?os de vida para hundirse en la m¨¢s s¨®rdida decrepitud. Ve uno im¨¢g¨¦nes del a?o pasado, de la semana pasada, y ya son de un anacronismo lamentable. A Baroja sus 40 a?os de muerte le rejuvenecen tanto como a Valle-Incl¨¢n los 60 de la suya, y Scott Fitzgerald, que acaba de cumplir en este 1996, es m¨¢s audaz y futurista en la velocidad narrativa de El Gran Gatsby que un v¨ªdeo musical de la MTV.
"EI porvenir de usted es el areoplano", cuanta Baroja que le dijo una vez el caricaturista Bagaria. "Tendr¨¢ usted que andar por el aire pregunt¨¢ndose para bajar a tierra: ?d¨®nde habr¨¢ un sitio por ah¨ª del que yo no haya hablado mal?" Cada d¨ªa es m¨¢s moderna, y m¨¢s necesaria, la acidez de Baroja, su irrelevancia intelectual, su recelo haci¨¢ la tonter¨ªa aceptada y las may¨²sculas obligatorias. Tambi¨¦n se va notando que hay un regreso a Baroja despu¨¦s de la fatiga, en la prosa espa?ola, de tantos a?os de estilismo a toda costa, de mandarinismo exacerbado por miedo a ser acusados de costumrismo, los escritores han huido de la aproximaci¨®n a lo real, y en el camino han ido perdiendo destreza en la mirada y agudeza en el o¨ªdo. Pero no me es l¨ªcito hablar en tercera persona: nos hace falta leer a Baroja porque apenas sabemos contar la cotidianidad de las vidas normales y porque parece que en la prosa narrativa espa?ola los personajes s¨®lo pueden ser intelectuales neurol¨®gicos o caricaturas extremas de marginalidad.
Quienes lo desprecian sin haberlo le¨ªdo (en Espa?a, la afici¨®n a despreciar es casi tan intensa como la afici¨®n a no leer) lo presentan como a una especie de paleto aut¨¢rquico con boina. Pero en muy pocos escritores espa?oles se encuentran tan presentes las ciudades y los paisajes de Europa o es tan acusada la vocaci¨®n de comprender y descubrir lo lejano. lo ajeno a la literatura: la ciencia, la filosof¨ªa, la m¨²sica. En un pa¨ªs de literatos con las orejas de madera, el o¨ªdo e¨¦ Baroja es tan certero para la m¨²sica como para el habla. Le gustaban las canciones populares y las zarxuelas de Chueca y amaba a Mozart tan de coraz¨®n como detestaba las tempestuosidades de Wagner. Ley¨¦ndolo, yo tengo a veces la misma sensaci¨®n de divagadora y pudorosa poes¨ªa que cuando escucho el piano de Satie o de Thelonius Monk. En l9l7, escribi¨®: "Yo supongo que se puede ser sencillo y sincero, sin afectaci¨®n y sin chabacaner¨ªa, un poco gris, para que se destaquen los matices tenues; que se puede emplear un ritmo que vaya en consonancia con la vida actual, ligera y varia, y sin aspiraci¨®n de solemnidad". Cuarenta a?os despu¨¦s de su muerte, d¨ªa por d¨ªa, en esas palabras encuentro el resumen de la literatura que me gustar¨ªa aprender a escribir.
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