Mis compatriotas
El Congreso de los Diputados aprob¨® el a?o pasado que los supervivientes de las Brigadas Internacionales pudieran tener la nacionalidad espa?ola, pero ahora, cuando algunos de aquellos legendarios ancianos han venido a Madrid, el presidente del Congreso de los Diputados no tiene tiempo para recibirlos, ni tampoco el presidente del Gobierno, hombre agobiado de tareas, ni por supuesto el Rey, cuyo incesante ejercicio de responsabilidades hist¨®ricas no le deja ni unos minutos para estrechar la mano de algunos de aquellos viejos que vinieron a defender aqu¨ª una cosa tan antigua y remota como las libertades civiles agredidas por la m¨¢quina militar del fascismo. Gente ocupada. Nadie tiene el tiempo suficiente como ara permitirse el lujo de perderlo con octogenarios, que suelen ser personas premiosas de movimiento y de palabra, adictas a devanar recuerdos de cosas olvidadas que no los importan m¨¢s que a ellos y que desaparecer¨¢n del todo cuando ellos mueran..A diferencia del presidente del Congreso, del presidente del Gobierno y del Rey de Espa?a, los brigadistas debieron de andar muy sobrados de tiempo hace 60 a?os, pues viajaron a un pa¨ªs que no conoc¨ªan dispuestos a perder no s¨®lo su juventud, silo tambi¨¦n, si era preciso, la vida, las vidas generosas que tantos de ellos dejaron en el largo noviembre de Madrid y en los paisajes ingratos de una guerra poco a poco perdida; perdida, en gran parte, por que los dirigentes de las democracias europeas, como nuestras autoridades actuales, no ten¨ªan tiempo para perderlo haciendo caso a las reivindicaciones leg¨ªtimas de un Estado democr¨¢tico asaltado por la sublevaci¨®n de una parte de su Ej¨¦rcito con la bendici¨®n de la Iglesia cat¨®lica y el apoyo incondicional de dos reg¨ªmenes totalitarios e internacionalmente delictivos, la Italia fascista y la Alemania de Hitler.
Los ministros de Exteriores y los diplom¨¢ticos de la Rep¨²blica peregrinaban por las capitales europeas y por los pasillos de la Sociedad de Naciones y nadie ten¨ªa tiempo de escucharlos. No ped¨ªan ning¨²n favor: tan s¨®lo que se le reconociera a la Espa?a leal el derecho a defenderse militarmente de una agresi¨®n militar, a que no se le ataran las manos a un Gobierno leg¨ªtimo mientras que sus agresores, gozaban de impunidad absoluta. Pero los gobernantes europeos, sobre todo franceses y brit¨¢nicos, tambi¨¦n eran gente muy ocupada. El destino de la democracia espa?ola les importaba aproximadamente lo mismo que les importa, 60 a?os despu¨¦s, el lejano apocalipsis del Zaire.
No hay tiempo para nada, sobre todo para lo que est¨¢ lejos. El presidente del Congreso y el del Gobierno tendr¨¢n que asistir a alguna boda o que chalanear con alg¨²n dirigente nacionalista la entrega de unos cuantos miles de millones. que jam¨¢s sacian el perpetuo agravio, el met¨®dico chantajismo de estas. v¨ªctimas profesionales de la opresi¨®n espa?ola. El Rey estar¨¢ ocupado participando en alg¨²n campeonato de vela o de esqu¨ª. Los brigadistas son como esos abuelos- que llegan a visitar a la familia despu¨¦s de una ausencia largu¨ªsima y descubren que no son del todo bienvenidos, que incomodan un poco, que los nietos no saben qui¨¦nes son y nadie en la casa tiene tiempo ni paciencia para atenderlos ni para apreciar siquiera- la emoci¨®n que a ellos les despierta el regreso.
Al final de Campo abierto, el segundo volumen de 'El laberinto m¨¢gico', Max Aub cuenta, en una p¨¢gina que no es posible leer, sin una ¨ªntima conmoci¨®n de melancol¨ªa y gratitud, la aparici¨®n, en noviembre de 1936, en la carretera de Valencia, de los primeros camiones en que viajan, hacia el Madrid asediado los voluntarios internacionales: "De pronto, el autom¨®vil se detiene: llega una enorme fila de camiones. En ellos, apretujados, hombres y hombres uniformados. Las caras brillantes al ¨²ltimo sol de la tarde, cantando. ?En qu¨¦ idioma cantan? No, son espa?oles. ?No son espa?oles! ?De d¨®nde vienen?"
La misma pregunta deben de hacerse ahora con fastidio algunas autoridades espa?olas. ?De d¨®nde vienen esos 350 viejos que hablan espa?ol con un acento que es m¨¢s extranjero todav¨ªa porque fue aprendido hace 60 a?os y se obstinan en visitar escenarios de batallas y en recordar, con la precisi¨®n enfadosa de los octogenarios, fechas, nombres y canciones que s¨®lo ellos conservan, y que en pocos a?os, seg¨²n vayan muriendo, se habr¨¢n borrado por completo? Ahora que nadie quiere ser espa?ol, a estos hombres los emociona que les entreguen pasaportes espa?oles. Ahora que un pa¨ªs entero parece resuelto a desbaratarse en la demencia de los balcanismos comarcales, ellos recuerdan que hubo un tiempo en que no exist¨ªan fronteras para quienes amaban la libertad, de modo que la mejor manera de defender los intereses de un trabajador ingl¨¦s o canadiense o cubano era batirse por la democracia espa?ola.
Yo me acuerdo estos d¨ªas de alguien a quien s¨ª habr¨ªa alegrado la llegada de los brigadistas. Har¨¢ un a?o, por ahora, escrib¨ª un art¨ªculo sobre ellos, y sobre la nacionalidad del infortunio que ha agrupado durante siglos a los jud¨ªos y herejes y a los desterrados de la intolerancia espa?ola, y recib¨ª poco despu¨¦s una carta de un hombre eminente a quien yo no conoc¨ªa, pero que me invitaba con generosidad y afecto a encontrarnos alguna vez para hablar de esas cosas, de los brigadistas internacionales y de los sefard¨ªes, de los infortunios espa?oles de la libertad. Era Francisco Tom¨¢s y Valiente, y la cita nunca tuvo lugar. Un pistolero etarra lo mat¨® poco despu¨¦s de un tiro en la cara. Hay ciudadanos, dirigentes pol¨ªticos, sacerdotes, incluso bondadosos obispos, dispuestos a acoger en su patriotismo tribal a ese verdugo impune. Ya da algo de asco tanto orgullo cerril de ser de donde se es, tanta obsesi¨®n racista por la genealog¨ªa y el origen. Mi compatriota ahora es Francisco Tom¨¢s y Valiente, a quien nunca llegu¨¦ a conocer. El y los 350 es pa?oles voluntarios a los que ninguna alta autoridad de su nuevo pa¨ªs tienen tiempo de recibir estos d¨ªas.
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