'La Celestina'
Representar a los cl¨¢sicos es dif¨ªcil; llevarlos al cine es m¨¢s dif¨ªcil a¨²n. Las escuelas de teatro y cine que en otros pa¨ªses han existido no han arraigado aqu¨ª de manera suficiente. En el caso de las adaptaciones cinematogr¨¢ficas, los ingleses han sentado tambi¨¦n su magisterio ejemplar. Ejemplar pero con poco ejemplo para nosotros.En mi memoria anida una espantosa Fuenteovejuna que me hizo salirme de la sala hace ya algunos a?os; no me pas¨® lo mismo el otro d¨ªa viendo la nueva versi¨®n f¨ªlmica de La Celestina qu¨¦ ha dirigido Gerardo Vera, pero sent¨ª una renovada frustraci¨®n ante nuestra incapacidad para hacer lo que los ingleses vienen haciendo con tanta maestr¨ªa.
Y es una l¨¢stima, porque nuestro cine tiene actores excelentes (qu¨¦ espl¨¦ndida Terele P¨¢vez en el papel de Celestina), la inmensa mayor¨ªa de sus directores dominan todos los recursos del lenguaje cinematogr¨¢fico y Gerardo Vera no es una excepci¨®n. Pero seguimos empe?ados en el respeto reverencial al texto del cl¨¢sico, a sus. arca¨ªsmos l¨¦xicos y sint¨¢cticos y, lo que es m¨¢s grave, nos obstinamos en profesar una fidelidad perruna a las historias. El espectador de cine no est¨¢ para que se le endosen los presto, harto o fuere, ni para que Calixto declare su pasi¨®n por Melibea reproduciendo al pie de la letra la fraseolog¨ªa cortesana, ni para que todo o casi todo, en fin, sea m¨¢s rancio que renacentista. Aunque eso no haya impedido echar mano en la banda sonora del Concierto de Aranjuez, del maestro Rodrigo, para as¨ª ambientar los amores de Calixto y Melibea en el peculiar huerto de ¨¦sta, tan boscoso ¨¦l.
La Celestina, obra extensa, basada en los moldes de la comedia human¨ªstica y, por tanto, teatro para ser le¨ªdo, necesitaba, en primer lugar, de un gui¨®n adecuado que comprimiera su historia en sus puntos neur¨¢lgicos y en el que se dialogara, como se dialoga en el mejor teatro contempor¨¢neo castellano, un di¨¢logo en el que hubiera algunos elementos, y s¨®lo algunos elementos, de la lengua cl¨¢sica: alg¨²n leve giro, alg¨²n refr¨¢n, alguna imagen. Un poco lo que hace Valle-Incl¨¢n con los arca¨ªsmos de los campesinos gallegos en las Comedias b¨¢rbaras. La fidelidad de una adaptaci¨®n f¨ªlmica ha de consistir mucho m¨¢s en el esp¨ªritu que en la letra: no hacer La Celestina en cine, sino una versi¨®n en cine de La Celestina. Pero aqu¨ª se ha optado por la arqueolog¨ªa, y me temo que lo ¨²nico que se va a conseguir es distanciar a¨²n m¨¢s a la gente de la literatura cl¨¢sica, que ya est¨¢ bastante distanciada.
Una historia de pasi¨®n, muerte y desesperaci¨®n ha quedado aqu¨ª reducida a un cuento en el que un guapo, mozo se prenda de una moza de buen ver y donde ¨¦l, una ma?ana, alabandonar los brazos de la moza (se utiliza mucho esto de mozo en el di¨¢logo) tiene la mala suerte de caerse al bajar la tapia y desnucarse.
Abundan en el cuento las raciones de joven carne fresca, aunque curiosamente la de los protagonistas se escamotea hasta el absurdo y, as¨ª, despu¨¦s de una que se supone agitada noche de pasi¨®n, Melibea aparece, eso s¨ª, por los suelos de su huerto-bosque pero bien puestecita con su saya y su camisa bordada.
La Celestina, repito, es bastante m¨¢s que este cuentecito: es una historia de desesperados, de honras puestas en la picota y de terribles soledades. Es, por ejemplo, el lamento de Calixto despu¨¦s de su primera noche de amor al saber del ajusticiamiento de sus criados; es el terrible mon¨®logo de Pleberio al conocer el suicidio de su hija. P¨¢lido, espectral,arruinado Pleberio, personaje tr¨¢gico donde los haya, el que nos ofrece Gerardo Vera. Dos episodios claves que se hurtan al espectador mientras se muestran otros bastante m¨¢s innecesarios. Lo que es en el original una inmensa eleg¨ªa por los desastres del mundo, que el converso Fernando de Rojas, que se sent¨ªa maldito, como toda su raza, por la persecuci¨®n a que era sometido, ve¨ªa como un infinito laberinto de errores, no pasa de ser aqu¨ª una confusa historia de ambiciones y amores mal medidos.
Como pretendamos as¨ª acercar los cl¨¢sicos a la gente aviados vamos. Los cl¨¢sicos de esta manera no es que sean aburridos, es que resultan insoportables y uno entiende al espectador que prefiere ver una pel¨ªcula de acci¨®n americana y olvidarse del mundo un par de horitas, sin tener que aguantar la mala fiesta culturalista de los lenguajes enf¨¢ticos y pe?azos. Y no, los cl¨¢sicos no son as¨ª. Y si no, ah¨ª est¨¢n las espl¨¦ndidas versiones anglosajonas de Shakespeare. La ¨²ltima, la de Al Pacino. El mismo de El Padrino. Qu¨¦ casualidad.
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