De hacerla, hacerla gorda
En Horror vacui, farsa moral e irreverente del inspirado autor Romero Esteo, un personaje lo proclama a voces, espoleado tanto por la lascivia como por el sagrado deber prof¨¦tico: "El futuro de Espa?a lo veo muy gordo". Verdad debe de ser, si Aznar no me desmiente (?eh?), dado que, en el transcurso de la semana ¨²ltima, recib¨ª tres mensajes acerca de lo mismo. El primero, de Valent¨ªn Dom¨ªnguez, me lleg¨® desde Orense: "Hablaba el otro viernes de esa mariconada de la melancol¨ªa, pero no dijo nada de la morri?a. No hay derecho". Y, desde Hospitalet, Dolores Borafull me mandaba el segundo, un tanto retorcido: "Por si no fuera suficiente con lo que est¨¢ pasando en el Zaire, ahora a usted se le ocurre hablar de depresiones". Fechado en la ciudad de C¨®rdoba, mas con firma ilegible, el tercero ca¨ªa por su peso al par que por la extra?a coincidencia: "Aqu¨ª sigue lloviendo que se las pela, as¨ª que ?¨¢nimo! Como dec¨ªa mi abuela: de hacerla, hacerla gorda. Yo reconozco que me ponen cachondo, sobre todo en esta ¨¦poca del a?o, todas esas poes¨ªas que cuentan cosas tristes. Si sabe alguna m¨¢s, no deje de dec¨ªrmela". (Acabo de acordarme de un maestro surrealista, a?os cincuenta, en la glacial. escuela de un pueblo castellano, tent¨¢ndonos: "?Qu¨¦ es el verbo?". Y todos los rapaces, a coro y ca?o: "El verbo es la parte m¨¢s gorda del rabo del cerdo"). ?Seguimos?Pues bien, aunque sensible a los dos primeros reproches, tampoco me parece caritativo dejar ahora a una vela a ese otro lector que nos reclama un poco m¨¢s de desconsuelo en crudo, tal vez porque no supo contentarse, en su d¨ªa, con los sabios consejos de S¨¦neca. Bajo el signo plomizo de Saturno, que acogota m¨¢s que consuela, reconoce Rub¨¦n Dar¨ªo que no existe "major pesadumbre que la vida consciente". Pero luego resulta que so?ar, en lugar de evasi¨®n, ser¨¢ ahondar en la misma herida: "?se es mi mal. So?ar. La poes¨ªa/ es la camisa f¨¦rrea de mil puntas cruentas / que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas dejan caer las gotas de mi melancol¨ªa". Antes del litio en p¨ªldoras, ya lo dijimos, al absorto le aplicaban sangr¨ªas. Pero hubo remedios por la libre, como el utilizado por Noem¨ª, p¨¢lida pecadora, para curarse de una neurosis anclada en el hast¨ªo ( "el peor de los chacales", a juicio de Baudelaire), seg¨²n dejar¨¢ escrito a mano el cubano Juli¨¢n del Casal: "?Ay! es que en horas de desvar¨ªo, / para consuelo del regio hast¨ªo / que en su alma esparce quietud mortal, / un sue?o antiguo le ha aconsejado / beber en copa de ¨®nix labrado / la roja sangre de un tigre real". (Borges habr¨ªa brindado por la fiera; Villamediana, por ser real).En el zool¨®gico del dolor, no es nada manco Juan Ram¨®n Jim¨¦nez: "El amor, un le¨®n / que come coraz¨®n". Y Federico Garc¨ªa Lorca entona esta plegaria a la divina fiereza: "Mi coraz¨®n est¨¢ aqu¨ª, / Dios m¨ªo. / Hunde tu centro en ¨¦l, Se?or". Del lado de la vida inconsciente, un cerdo, un tigre real y un le¨®n han ido apareciendo por estas l¨ªneas, sin orden ni concierto, para poblar alg¨²n jard¨ªn de oto?o. A su lado, para diferenciarse, el hombre rumia a¨²n la superclara conclusi¨®n de Lope: "Viviendo, todo falta; / muriendo, todo sobra". Lo curioso es que ha habido escritores que no han tenido escr¨²pulos en echarle la culpa a otros colegas por haberse quedado envenenados. El caso m¨¢s notorio lo tenemos quiz¨¢ en Amado Nervo, que acus¨® a Kempis (Imitaci¨®n de Cristo) de su definitiva y enfermiza tristeza: "Ha muchos a?os que busco el yermo, / ha muchos a?os que vivo triste,/ ha muchos a?os que estoy enfermo, / ?y es por el libro que t¨² escribiste!". M¨¢s astuto, nuestro Ricardo Le¨®n, abuelo putativo de la experiencia a morro, se aplic¨® de antemano el consejo: "Huye del triste, ap¨¢rtate del sabio, / de aqu¨¦l que estruja la raz¨®n y el seso; / no se hizo la miel para su labio / ni su labio se hizo para el beso". Pues eso, que, se rumie lo que se rumie, tendr¨¢ Espa?a un futuro muy gordo.
Babelia
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