La pen¨²ltima
Busc¨¢bamos unos amigos y yo, el viernes de madrugada, un lugar donde tomar la pen¨²ltima. Avanz¨¢bamos en animada charla por la calle de Alcal¨¢, cuando de pronto, en la lejan¨ªa, una potente luz que proven¨ªa de la fachada, nos sugiri¨® la posibilidad de haber encontrado el lugar adecuado para nuestros intereses. A medida que avanz¨¢bamos se advert¨ªa una silueta humana que, l¨®gicamente, aumentaba de tama?o. Cuando la distancia y la miop¨ªa me lo permiti¨®, observ¨¦ de qu¨¦ se trataba. Un se?or de color... negro -como a?adir¨ªan Les Luthiers-, vestido con traje de sirviente ingl¨¦s de la ¨¦poca colonial y con un salacot, hac¨ªa las veces de portero.
Supongo que este se?or estar¨¢ feliz con su trabajo, se plantear¨¢ que siempre es mejor hacer eso que volver a su lugar- de origen.
Sin embargo, nosotros no entramos' alguno se asom¨®, por curiosidad, pero la indignaci¨®n fue general.
Yo s¨¦ que no entrar¨¦ nunca, aunque estar¨ªa dispuesto a hacerlo cuando el o los due?os me recibieran en la puerta vestidos de sargentos bengal¨ªes; entonces y s¨®lo entonces pasar¨ªa a tomar algo.-
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