Contra el muro
El episodio se repiti¨® frecuentemente en la Alemania de los a?os treinta. Al producirse las agresiones nazis, muchos buenos ciudadanos -y por supuesto las autoridades conservadoras- elud¨ªan todo apoyo a las v¨ªctimas y buscaban cualquier pretexto para permanecer neutrales. Y nada de reclamar a los poderes p¨²blicos. Cosa de rojos, o por lo menos de quienes quer¨ªan perturbar el orden de los buenos alemanes (o italianos, porque la inhibici¨®n estatal ante la violencia fascista fue un invento de la Italia giolittiana).As¨ª que m¨¢s val¨ªa aguantarse, para no sufrir males mayores. Los amigos de la librer¨ªa Lagun -s¨ª, los amigos de la librer¨ªa Lagun, s¨ªmbolo desde hace un tercio de siglo de la lucha por la democracia en Donostia-, por encima de cualquier diferencia pol¨ªtica, pensaron equivocadamente que el asalto y la pira de libros hac¨ªa imprescindible un llamamiento que no podr¨ªa ser deso¨ªdo. Creyeron (cre¨ªmos) que el destinatario l¨®gico era el presidente de la Comunidad Aut¨®noma, Jos¨¦ Antonio Ardanza, y, por supuesto, la opini¨®n p¨²blica; doble proyecci¨®n que no ofrec¨ªa inconveniente alguno, ya que el texto carec¨ªa del m¨¢s m¨ªnimo matiz agresivo, cualquiera que fuese la opini¨®n de cada cual sobre la actuaci¨®n de la Ertzaintza en el caso. Un grupo de intelectuales suscribi¨® la Carta, que en su redacci¨®n conjugaba la denuncia de un evidente acto de barbarie, un llamamiento a la protecci¨®n de los derechos individuales e, impl¨ªcitamente, para quien supiera leer el texto, un respaldo a la autoridad del Gobierno Vasco para abordar el problema.
A la vista de lo ocurrido, ni el lehendakari Ardanza ni la direcci¨®n del PNV han sabido hacer esa lectura, prefiriendo volver una vez m¨¢s a la actitud que adoptaran frente a la dictadura de Primo de Rivera, tan pr¨®ximo por lo dem¨¢s en lo que concierne a la descalificaci¨®n primaria de los intelectuales: "Darle la espalda a la tempestad". Ni uno ni otra se detienen a examinar el fondo de la cuesti¨®n. Se preocupan, eso s¨ª, de desautorizar con la m¨¢xima dureza a quienes se limitan a se?alar que la tempestad est¨¢ ah¨ª. Los firmantes son "autodenominados" intelectuales y universitarios (como si un rector o un catedr¨¢tico pudieran escapar de tal condici¨®n), vienen de Madrid (como si Venezuela fuera Euskadi), son gentes cercanas al PSOE (ejemplo, el que esto escribe) y, sobre todo, en buena proporci¨®n, son publicistas vinculados a Prisa. En unas declaraciones a Radio Nacional, Anasagasti desarroll¨® este argumento, insistiendo en que EL PA?S ven¨ªa desarrollando una continua campana contra el PNV.
De modo que en vez de hallar socorro, nos vemos encausados. Ello prueba, desgraciadamente, que el PNV, como otros partidos pol¨ªticos espa?oles, es incapaz de asumir la m¨¢s m¨ªnima cr¨ªtica y recurre sin sonrojo a la teor¨ªa de la conjura. En este caso, adem¨¢s, con un grado de falsificaci¨®n que roza lo grotesco y que es s¨®lo propio de aquel que quiere aprovechar la ocasi¨®n ejerciendo de grupo censurante, para impedir o descalificar el discurso del otro. Nadie obliga a Ardanza, ni a Arzalluz, ni a Anasagasti, a leer EL PAIS, pero antes de decir que los firmantes escribimos al un¨ªsono o que rehu¨ªmos la condena de la mara?a del Gal, o que no defendemos el Estado de derecho, hay que pasar por esa lectura. Lo otro es, triste resulta decirlo, lenguaje de la violencia. El que todos, y en primer t¨¦rmino el PNV, deber¨ªamos desterrar en el tratamiento de la cuesti¨®n vasca.
Tambi¨¦n prueba este episodio lo que viene justificando tantas censuras que recibe el PNV; el desajuste entre su pol¨ªtica democr¨¢tica y una acci¨®n nacional que no ha sabido liberarse totalmente de la l¨®gica de rechazo visceral del otro, inscrita en el movimiento abertzale desde sus or¨ªgenes. Claro que no se trataba por nuestra parte de hacer experimentos propios de "intelectuales", sino simplemente de buscar el afianzamiento de la libertad. As¨ª nos ha ido.
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