Silencios
Ha pasado una semana desde la irrupci¨®n de la guapa Dolly, y me asombra advertir que, entre el ingente aluvi¨®n de comentarios cient¨ªficos, gracietas de columnistas, sesudos art¨ªculos moralistas y dem¨¢s hiperproducci¨®n escribidora (a cuyo desparrame me sumo yo hoy), casi nadie resalte uno de los datos m¨¢s espectaculares de la noticia: el hecho de que Dolly es el primer mam¨ªfero de la historia creado sin necesidad de un padre.Desde que el mundo es mundo, es la primera vez que un animal de esta complejidad ha llegado a la vida nacido de un ¨²tero, como siempre, pero sin que intervenga un macho en el proceso. Una inmensa y estremecedora novedad de la que, sin embargo, nadie habla: yo s¨®lo he le¨ªdo un art¨ªculo sobre el tema. Es un silencio raro, un silencio estruendoso, como si el asunto fuera tan enorme que resultara indecible e inadmisible. Pero esa realidad cargada de simbolismo est¨¢ ah¨ª, y aunque no la delimitemos con palabras va creando, en el inconsciente de todos nosotros, su propio universo de emociones.
Siempre he sospechado que, en el inicio del machismo, subyace el miedo del hombre a la capacidad procreadora de la mujer, un poder femenino que en eras remotas debi¨® de parecer fabuloso y m¨¢gico. Y esta obviedad (la fascinaci¨®n y la envidia del macho por la facultad gestante de la hembra) ha sido otro gran silencio milenario: tampoco se menciona. Ahora el hombre pierde emblem¨¢ticamente el ¨²ltimo reducto de su paternidad. Ni me alegra ni me entristece: las cosas son as¨ª. Pero me temo que, en estos momentos en los que el hombre se siente amedrentado por el avance social de la mujer, esta enorme p¨¦rdida metaf¨®rica puede incrementar, siquiera de forma pasajera, la agresividad de ellos frente a ellas. Incluso lo comprendo, pero me preocupa.
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