?Qu¨¦ significa el euro?
I. El n¨²cleo central del Tratado de la Uni¨®n fue la uni¨®n monetaria, y supondr¨¢ un paso decisivo hacia la uni¨®n pol¨ªtica, en mi opini¨®n irreversible, dentro del relativismo de este concepto en pol¨ªtica. El euro supone la base imprescindible para poder hablar con rigor de una soberan¨ªa compartida, sin la cual la uni¨®n pol¨ªtica es literatura. El mercado unificado exig¨ªa una moneda com¨²n con el fin de evitar distorsiones y especulaciones insoportables, y el euro, a su vez, empujar¨¢ con creciente fuerza hacia una gesti¨®n compartida de la econom¨ªa, lo que debiera significar unas pol¨ªticas fiscales y presupuestarias armonizadas, en sus grandes rasgos. En el campo estricto de la pol¨ªtica, impulsar¨¢ el avance hacia un espacio real de pol¨ªtica exterior y de seguridad com¨²n y a un fortalecimiento y democratizaci¨®n de las instituciones de la Uni¨®n, empezando por el Parlamento Europeo. En una palabra, no hay uni¨®n pol¨ªtica sin moneda ¨²nica. No es condici¨®n suficiente, pero s¨ª necesaria y previa. Por lo tanto, si deseamos la construcci¨®n pol¨ªtica de Europa y queremos jugar un papel en ella, debemos esforzamos por cumplir los criterios de convergencia y adoptar el euro en las mejores condiciones posibles. ?ste es el inter¨¦s de Espa?a y de Europa, y no deber¨ªamos vacilar al respecto. Quedarse fuera -inimaginable- o retrasar nuestro ingreso -forzados por las circunstancias- no reportar¨ªa ning¨²n beneficio, sino todo lo contrario. Llegar tarde a donde inevitablemente hay que arribar nunca es buena cosa.II. Pero ?de qui¨¦nes han surgido las cr¨ªticas en el proceso hacia la moneda ¨²nica?
a) Por parte de aquellos que ven en el euro una amenaza a la soberan¨ªa de su pa¨ªs, pues entienden que perder su moneda y su pol¨ªtica monetaria significa una reducci¨®n intolerable de soberan¨ªa nacional. La se?ora Thatcher, por ejemplo, en sus memorias, dice que la moneda ¨²nica supone un paso irreversible y el fin de la soberan¨ªa del Reino Unido. Lo anterior, unido al temor al creciente poder de Bruselas o de Francfort, ser¨ªa la explicaci¨®n aparente del rechazo. La realidad es que la moneda ¨²nica significar¨¢, eso s¨ª, la imposibilidad de medidas devaluatorias unilaterales con fines competitivo-exportadores; rigurosas restricciones a pol¨ªticas inflacionarias de expansi¨®n del gasto p¨²blico -d¨¦ficit, deuda-; limitaciones cada vez m¨¢s serias a la evasi¨®n fiscal generalizada; afloramiento de masas de dinero negro, salvo que se prefiera perderlo; obst¨¢culos a la especulaci¨®n con las monedas. Es cierto, pues, que la moneda ¨²nica amenaza intereses y dificulta ligerezas y chapuzas, pero no veo que suponga peligro alguno para la defensa de intereses honestos y para el necesario rigor en la marcha de la econom¨ªa.
b) Otra cr¨ªtica, en mi opini¨®n m¨¢s razonable, procede de aquellos que consideran que los criterios de convergencia contenidos en el art¨ªculo 109 J del tratado son demasiado r¨ªgidos y est¨¢n ocasionando desempleo creciente, aton¨ªa en el consumo y a la postre malestar social. Si bien lo,, hechos parecen darles la raz¨®n, un examen m¨¢s atento de las cosas permitir¨ªa matizar le cuesti¨®n.
Lo primero que conviene aclarar es que para implantar una moneda ¨²nica no es necesario que las econom¨ªas reales converjan desde el principio. No ha sucedido as¨ª en ninguna parte. Cuando a mediados del siglo XIX la peseta se transform¨® en la moneda ¨²nica de Espa?a, las diferencias entre sus regiones eran an grandes como las actuales entre las naciones de Europa. Tampoco es imprescindible que sus constantes monetarias sean las mismas, como ha recordado en reciente carta el ex canciller Schmidt al presidente del Bundesbank. Otra cosa es que sea conveniente que las econom¨ªas converjan, en t¨¦rminos reales; idea que comparto y deseo, pero esto es otra cuesti¨®n. Me encantar¨ªa que la renta per c¨¢pita extreme?a fuese como la de Mallorca o Madrid, y la de Espa?a como la alemana. Pero esto no es un problema de moneda ¨²nica, aunque puede facilitarlo. La cuesti¨®n radica, en mi opini¨®n, en que si se desea una moneda -el euro- estable y s¨®lida, con el fin de medirse con monedas como el d¨®lar o el yen, las constantes monetarias -inflaci¨®n, d¨¦ficit, deuda, tipo de inter¨¦s y cambio, etc¨¦tera- de cada pa¨ªs tienen que ser similares. La, obsesi¨®n alemana por la estabilidad monetaria puede resultar excesiva y hasta dogm¨¢tica, pero comprensible cuando se analiza lo sucedido durante la Rep¨²blica de Weimar, cuando un d¨®lar lleg¨® a valer miles de millones de marcos. Lo que Alemania no puede olvidar, tampoco, es que Weimar se hundi¨® no s¨®lo por la inflaci¨®n, sino tambi¨¦n por el paro creciente. El resultado de todo ello fue el fascismo.
Los criterios no son, por lo tanto, arbitrarios, y responden a un planteamiento coherente con la anterior exigencia. Otra cuesti¨®n es c¨®mo se interpreten los anteriores criterios. En ese punto, la rigidez alemana es improcedente, no responde a la l¨®gica y no respetar¨ªa, de aplicarse, la letra y el esp¨ªritu del tratado. Ya se han alzado voces -Giscard, Schmidt, Delors- se?alando que el art¨ªculo 104 C expone claramente que "la valoraci¨®n que lleve a cabo el Consejo Europeo debe tener en cuenta la din¨¢mica de la econom¨ªa y su evoluci¨®n previsible". Es l¨®gica la preocupaci¨®n alemana en el sentido de que al d¨ªa siguiente de establecida la moneda ¨²nica algunos Estados pudiesen incurrir en d¨¦ficit excesivos que afectasen al conjunto. Era absurdo pensar que Alemania iba a aceptar "perder" el marco sin un pacto de estabilidad. Pero tampoco es sensato pretender que el d¨¦ficit sea igual para un pa¨ªs con el 5% de parados que para otro con el 22%. As¨ª pues, el desempleo debiera ser un factor a tener en cuenta para modular los otros.
Las dificultades de las econom¨ªas europeas no proceden de los criterios de convergencia, aunque los Gobiernos, demag¨®gicamente, as¨ª lo presentan ante los ciudadanos con el fin de justificar sus pol¨ªticas antisociales o sus ligerezas pasadas. El desempleo no aumenta porque disminuya la inflaci¨®n, sino porque la econom¨ªa no crece suficientemente y est¨¢ mal repartido el trabajo. El Tratado de la Uni¨®n se?ala que el d¨¦ficit no debe superar el 3% del PIB, pero no dice para nada que haya de congelarse los sueldos de los funcionarios o que haya que recortarse el gasto social. Se cumplir¨¢ igual con Maastricht haciendo lo anterior que aumentando los impuestos a los ricos. Es, pues, pura demagogia echar las culpas al tratado de las dificultades econ¨®micas o sociales de las naciones europeas.
III. Ahora bien, no parece sensato que una vez en circulaci¨®n el euro y aplic¨¢ndose el pacto de estabilidad, cada pa¨ªs tuviese que hacer frente en solitario a su desempleo sin una pol¨ªtica del conjunto de la Uni¨®n. La realidad es que, con el euro, los Estados dejan de decidir, unilateralmente, sobre la pol¨ªtica monetaria y tambi¨¦n, en lo esencial, sobre la fiscal y presupuestaria. En consecuencia, el desempleo no puede seguir siendo una pol¨ªtica exclusivamente "nacional", puesto que el Estado-naci¨®n ya no tiene en su mano todos los resortes para hacerle frente. Es como si en Espa?a la pol¨ªtica de empleo fuese de competencia
exclusiva de las comunidades aut¨®nomas. Es cierto que, como se?alan algunos, los costes productivos son un factor que sigue teniendo, en lo esencial, un ¨¢mbito nacional, pero. se olvida que no es el ¨²nico factor que influye en el desempleo. Y no debemos olvidar que el paro es la amenaza que puede hacer naufragar toda la operaci¨®n europea. En consecuencia, lo mismo que funciona el comit¨¦ monetario, debiera constituirse el comit¨¦ del empleo, que vigilase la evoluci¨®n del mismo y propusiese medidas para reducirlo. Y el Banco Central Europeo (BCE) tendr¨ªa que tener en cuenta dicho factor a la hora de establecer la pol¨ªtica monetaria, al igual que hace la Reserva Federal de Estados Unidos.IV. Se ha se?alado con raz¨®n que el euro ser¨¢ el aut¨¦ntico contenido federal de la Uni¨®n, y el Banco Central Europeo, la ¨²nica instituci¨®n federal de Europa. Banco Central que no responde a criterios democr¨¢ticos en su elecci¨®n y que carece de un control democr¨¢tico adecuado. Todo esto es cierto, pero conviene matizarlo. De entrada, los gobernadores de los bancos centrales nacionales son nombrados por los Gobiernos respectivos, que surgen de las urnas. Luego, el presidente del BCE es designado por el Consejo Europeo, y existen mecanismos por los cuales el banco est¨¢ controlado de alguna manera por ese Consejo. No creo que pol¨ªticamente sea viable un CE con criterios y decisiones contrarios al Consejo Europeo. No creo que el problema radique en el BCE. La cuesti¨®n consiste en que la Uni¨®n no tiene un Gobierno que responda ante un Parlamento, y Europa necesitar¨ªa ya un aut¨¦ntico Gobierno de las cuestiones comunes. Hay quien ha se?alado que la moneda ¨²nica exige un "Gobierno de la econom¨ªa", pues de lo contrario el ¨²nico Gobierno de la econom¨ªa ser¨¢ el BCE. Es cierto, pero lo que ocurre es que no existen Gobiernos de la econom¨ªa al margen de los Gobiernos a secas, y ¨¦ste es el toro que no se quiere lidiar, por lo menos todav¨ªa.
El euro es, sobre todo, una gran operaci¨®n pol¨ªtica que tiene m¨¢s ventajas que inconvenientes en sus consecuencias econ¨®micas. Los peligros de su retraso son evidentes. Hoy proceden de Alemania; ma?ana qui¨¦n sabe. Si de m¨ª dependiera, se implantar¨ªa antes de la fecha prevista. Creo que la gente no es consciente de las consecuencias de su retraso y/o fracaso. Recemos para que esto no ocurra.
Nicol¨¢s Sartorius es abogado.
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