De Lhasa a Euskadi
La visita del Dalai Lama a Catalunya y Euskadi, pr¨®logo de las que piensa realizar a Francia y EE UU, ha suscitado la habitual condena por parte de las autoridades de la Rep¨²blica Popular China. Los t¨¦rminos de la misma enlazan, en tono menor, con la pronunciada a fines de marzo con ocasi¨®n de la entrevista entre el l¨ªder tibetano y Lee Teng-hui, presidente de Taiwan. Aun cuando el viaje lo hiciera en su calidad de jefe religioso, Pek¨ªn denunciaba sus supuestas intenciones "separatistas", tendentes a dividir China, y consideraba una farsa su propuesta de aplicar a Tibet el dise?o de "un pa¨ªs, dos sistemas" ofrecido a Hong Kong. El principio de la "unidad de la patria" es intocable para Pek¨ªn, tanto en lo que concierne al rechazo de la aspiraci¨®n nacional tibetana como de cara a la futura recuperaci¨®n de Taiwan. Todo oponente (o disidente) tropezar¨¢ con la maldici¨®n de la historia".La historia, al parecer, debe permanecer muda sobre el incumplimiento por parte de China del acuerdo de 23 de mayo de 1951 "por la liberaci¨®n pac¨ªfica de Tibet", que puso fin a la independencia tibetana a cambio de un reconocimiento de autonom¨ªa y conservaci¨®n del status y poder del Dalai Lama. No es que la situaci¨®n del Estado lama¨ªsta tuviera nada de id¨ªlica: el dominio absoluto de los lamas sobre "los hombres oscuros", la masa de la poblaci¨®n, se apoyaba en unas condiciones terribles de atraso y miseria. Y hasta 1912, aunque casi siempre reducido a un plano simb¨®lico, exist¨ªa en Tibet el reconocimiento de la preeminencia del emperador chino, en cuanto patr¨®n laico (ch?y?n) del poder mon¨¢stico vigente. El acuerdo de 1951 pod¨ªa tener as¨ª el aspecto de una forzada restauraci¨®n. Pero la dictadura mao¨ªsta no estaba dispuesta a respetar equilibrio alguno y el l4? Dalai Lama tuvo que dejar Lhasa y huir a la India en 1959. Desde entonces, frente a la opresi¨®n pol¨ªtica y la sinizaci¨®n del pa¨ªs, por v¨ªa administrativa y demogr¨¢fica, el Dalai Lama no es ya el sacerdote-rey exiliado de una teocracia, sino el s¨ªmbolo de una lucha nacional no violenta por la supervivencia de Tibet. Es l¨®gico que intente aprovechar la coyuntura pol¨ªtica ligada a la vuelta de Hong Kong a China para proponer una soluci¨®n similar aplicada a Tibet, que encajar¨ªa perfectamente con lo acordado en 1951. El gran obst¨¢culo reside en el nacionalismo autoritario hoy imperante en China: conceder esa autonom¨ªa nacional s¨®lo es posible en un marco democr¨¢tico y dentro de un reconocimiento de las nacionalidades que supere el molde estalinista. Resulta m¨¢s f¨¢cil para las autoridades chinas descalificar al Dalai Lama en el exterior y borrarle dentro, como ocurre con su imagen suprimida en el sill¨®n que le est¨¢ reservado dentro del templo lama¨ªsta de Pek¨ªn, el antiguo Yonghegong.
El gesto de los Gobiernos aut¨®nomos de Catalunya y de Euskadi permite as¨ª involuntariamente cubrir un vac¨ªo dif¨ªcil de atender por el Gobierno central, dada la beligerancia china. Las relaciones exteriores no son s¨®lo una cuesti¨®n de Estado o de retratos de familia con corrientes afines. Sirva el ejemplo de la visita de la direcci¨®n de IU a Yasir Arafat, que evoca la deseable perspectiva de que los partidos de izquierda asuman una posici¨®n conjunta en defensa del pueblo palestino para los temas planteados por la actual crisis. Es positivo tambi¨¦n que los nacionalismos catal¨¢n y vasco tomen en consideraci¨®n y expongan ante la sociedad el aspecto real de otros problemas nacionales. Y en Euskadi siempre viene bien evocar el sentido pol¨ªtico de la no violencia.
Entre las declaraciones del Dalai Lama destaca la concerniente al inter¨¦s por las instituciones auton¨®micas de ambas comunidades: con toda seguridad las suscribir¨ªa de inmediato para su patria. Por eso, al valorar la situaci¨®n de las nacionalidades en Espa?a, conviene tener en cuenta no s¨®lo los casos de opresi¨®n radical, como los sufridos por los tibetanos o por los kurdos en Turqu¨ªa, sino incluso el panorama que ofrecen otras minor¨ªas europeas. Seguro que los turcos de Bulgaria, los h¨²ngaros de Transilvania, incluso los tiroleses del sur en Italia, cambiar¨ªan sus situaciones por la que ofrecen los respectivos estatutos a nuestras naciones perif¨¦ricas.
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