Rapi?a y ca¨ªda del imperio
Los poderosos abandonan el r¨¦gimenen desorden, pero con las maletas llenas
![Ram¨®n Lobo](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F12940c80-6f03-48a7-bb70-f642eaefea15.png?auth=5044ccb4584723a2e07d68faf216fe275ff200fb9ea8f4bc60b49349b3964acf&width=100&height=100&smart=true)
Hubo carreras. Maletas con el buche lleno. Con las hebillas a punto de reventar. Repletas del bot¨ªn amasado durante a?os de poder colonial. Se ve¨ªan militares nerviosos. Con el uniforme impoluto. Mujeres tristes, gordas, enfundadas en enormes vestidos multicolores. Hubo alguna l¨¢grima. Abrazos de despedida, de tragedia. La familia del general Likulia Bolongo, el ya ex primer ministro, el que hered¨® el viernes los inexistentes poderes de Mobutu Sese Seko, lleg¨® al hotel Intercontinental con el rostro demudado, acompa?ada de una ringlera de porteadores. Arribaban con la casa a cuestas y el rostro gris. Con los ojos perplejos. Sin comprender que lo que hace poco tildaban de invenci¨®n de la prensa extranjera era un runr¨²n victorioso que descend¨ªa desde el aeropuerto. Los ascensores sub¨ªan y bajaban con cajas y ni?os que buscaban una mano adulta.La noche previa a la ca¨ªda de Kinshasa fue una noche de brujas y fantasmas. Unidades enloquecidas de la Divisi¨®n Especial Presidencial (DSP) rondaban la ciudad en pos de enemigos del presidente, de los traidores que le abandonaron y le forzaron al exilio. Primero a su Gbadolite, donde se yergue su versi¨®n de Versalles en la selva, el mejor de sus palacios, y despu¨¦s, Marruecos.
A las dos de la madrugada, un grupo de estos soldados se present¨® en el vest¨ªbulo del Intercontinental con el objetivo de asesinar a Likulia. Eran los mismos que horas antes hab¨ªan matado a tiros al popular general Mahele, el ministro de Defensa. Los guardas de seguridad y las otras tropas que defend¨ªan el hotel les hicieron frente. Incluso cortaron la luz, inutilizando los ascensores. Estos soldados de la DSP ni siquiera encontraron las escaleras que conduc¨ªan al s¨¦ptimo piso, donde se escond¨ªa asustada la familia del ya ex primer, ministro. El odio les ceg¨®.
Por la ma?ana, se o¨ªan tiros lejanos y disparos bien pr¨®ximos. El palacio del coronel Thsatshi, la pen¨²ltima residencia de Mobutu, aparec¨ªa entre las brumas de la ma?ana como una mole crema, tostada por el sol. Luego, era saqueado por sus soldados.
Los mercenarios surafricanos que estaban en el bar del hotel, alternando charlas optimistas con cervezas negras de importaci¨®n, se hab¨ªan esfumado. Quedaban s¨®lo sus amigas, unas pocas prostitutas asustadas que buscaban cobijo en habitaciones cerradas.
A las ocho, una caravana desmesurada de todo terrenos lleg¨® a las puertas del edificio. Un carro de combate aparc¨® enfrente, en el mismo lugar donde hasta hace unos d¨ªas un grupo de chiquillos con hambre de d¨®lar voceaban los titulares de los peri¨®dicos. El carro juguete¨® con la torreta, como intentando asustar. La caravana era del general Lilculia Bolongo.
Este grupo de militares armados y nerviosos que proteg¨ªan a su jefe recogieron a una cohorte fara¨®nica de mujeres y ni?os, primos y t¨ªas, que enfilaron en direcci¨®n al puerto. All¨ª, otros soldados daban protecci¨®n a las lanchas del r¨¦gimen, en las que cruzaron el r¨ªo Zaire en direcci¨®n al exilio.
Al otro lado, las autoridades de Congo hac¨ªan selecci¨®n. Los depauperados eran devueltos y los generalotes aceptados. El r¨¦gimen no present¨® resistencia. Los que se pudieron ir a contar sus millones, marcharon r¨¢pido. Los que no, rompieron s¨¢banas blancas para bendecir su rendici¨®n y esperar un sitio al sol en este nuevo Zaire, que de puro nuevo que es ya tiene incluso otro nombre: el de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo.
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