Venganza con castore?o
El picador tom¨® cumplida venganza del sexto toro y le dio para ir pasando. Y cuando se marchaba, jinete del cansino percher¨®n, castore?o vencido a la pedrada, puya en ristre, el p¨²blico, que deb¨ªa de estar de acuerdo, le despidi¨® con una gran ovaci¨®n.El toro se qued¨® viendo visiones. El toro se qued¨® arrepentido de haber nacido. Luis Miguel Encabo, que lo hab¨ªa recibido mediante valerosa larga cambiada, lo banderille¨® con lucimiento y en el turno de muleta pretendi¨® lucirse tambi¨¦n, pero el toro no estaba para galas. El toro -manso de natural- hab¨ªa rendido su recia arboladura y s¨®lo quer¨ªa retirarse a un convento. No pudo: Encabo lo mat¨®, bien que a la ¨²ltima.
A veces no da gusto ser toro, ?verdad usted? A veces ser toro no tiene ninguna compensaci¨®n. Uno, resignado a ser toro, a lo mejor abriga la remota esperanza de que, picado y banderilleado, le llamen bravo, que es el m¨¢ximo galard¨®n al que puede aspirar el toro de lidia. Y, sin embargo, tal cual pican los individuos del castore?o, no hay manera.
Ib¨¢n / Caballero, V¨¢zquez, Encabo
Toros de Baltasar Ib¨¢n, con trap¨ªo y romana, varios con poder, otros flojos; mansos; manejables en general. Manuel Caballero: media perpendicular atravesada y dos descabellos (silencio); pinchazo y estocada corta ladeada (silencio). Javier V¨¢zquez: estocada corta y rueda de peones (aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda); media perdiendo la muleta (silencio). Luis Miguel Encabo: estocada baja, ruedas de peones y dos descabellos (oreja con protestas); tres pinchazos -aviso- y pinchazo hondo (silencio). Los espadas brindaron a la infanta Elena sus primeros toros.Plaza de Las Ventas, 28 de mayo. 22? corrida de abono. Lleno.
Los individuos del castore?o no pican sino que meten ca?a y no es lo mismo. Los individuos del castore?o, en cuanto clavan hierro se ponen a dar vueltas alrededor del toro y es imposible deducir de su pelea -si es que le dan opci¨®n a pelear- la calidad y la intensidad de su bravura.
Cierto que si los toros llevan en la sangre una mansedumbre cabal, el problema ni se plantea pues la evidencian huyendo despavoridos. De esta condici¨®n salieron varios toros de Ib¨¢n. Uno de ellos, que hac¨ªa tercero, escap¨® del castigo tan enloquecido que arroll¨® al subalterno Vicente Montes y al apercibirlo entre las astas le peg¨® una espeluznante cornada.
Parad¨®jicamente ese toro manso acab¨® recrecido y noble -ten¨ªa casta- y Luis Miguel Encabo le construy¨® una faena de impecable sentido lidiador. De entrada, lo citaba de largo, aguantaba valiente la embestida. Despu¨¦s los pases ya pose¨ªan distinto fuste pues ni cargaba la suerte, ni los instrumentaba reunido. Tres tandas de derechazos peg¨® -que eran demasiados- mientras con la izquierda s¨®lo intent¨® una, al final, como de compromiso, breve, movida y destemplada. Mat¨® regular y fue el presidente y le dio una oreja. El presidente, que ya dio seis a los rejoneadores en su anterior comparecencia, es un orejista vocacional.
La t¨¦cnica de tomar a los toros de largo se ech¨® de menos en las actuaciones de Manuel Caballero Javier V¨¢zquez, que proced¨ªan al rev¨¦s: citar en corto, incluso ahogando las embestidas. El voluntarioso faenar de ambos diestros no podr¨ªa ponerse en duda mas las ganas de ejecutar el toreo s¨ª, ya que en otro caso se les habr¨ªa visto ceder distancias, adelantar el enga?o, parar, templar, mandar... Una inquietante situaci¨®n la que se plantea -justo es reconocerlo- pero nadie ha dicho que el toreo carezca de incertidumbre y de riesgo.
Luis Miguel Encabo, independientemente de las deficiencias apuntadas, dio ejemplo de torer¨ªa a sus compa?eros entrando a los quites, instrument¨® variados lances -uno por faroles rematado de serpentina le sali¨® perfecto-, y breg¨® en los primeros tercios,
En el primer tercio del sexto se le acumul¨® el trabajo: el toro derrib¨® con estr¨¦pito y organiz¨® tremendo zafarrancho tirando fieras cornadas al enguatado peto del jamelgo ca¨ªdo en tanto el picador, que hab¨ªa quedado debajo, pugnaba por zafarse y, al asomar, le quedaba la cabeza bajo la barriga del toro con los enormes atributos que por all¨ª bamboleaban.
Se llevaron maltrecho al picador, irrumpi¨® entonces el m¨ªlite sustituto llamado Pimpi hijo y le meti¨® al toro tres puyazos traseros con tanto botar en la silla y tanto zangoloteo apalancado en la vara, que de poco se la hunde hasta las entra?as. Consumada la venganza, moribundo el toro y entusiasmado el p¨²blico, Pimpi hijo se retir¨® a sus cuarteles con aires de emperador. Debajo del castore?o parec¨ªa Marco Aurelio un d¨ªa de farra
Babelia
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