Las barricadas
Una de las peores lacras en que puede incurrir el ser humano es el fanatismo; nada deshumaniza tanto como cualquier suerte de fanatismo.?ste tiene, a su vez, varias especies, de las cuales las peores son las que transforman a los otros hombres en instrumento de la creencia propia con todas sus consecuencias, incluida, por ende, la eliminaci¨®n del instrumento, cuando convenga. La deshumanizaci¨®n del sujeto fanatizado es entonces m¨¢xima, pues al negar as¨ª la humanidad ajena, al minimizarla de este modo, se degrada la propia hasta el punto en que un hombre es, casi, un no hombre; acepta, aunque sea sin saberlo, que todos los seres humanos, sin excepci¨®n, tienen calidad de instrumentos de algo o alguien. ?sta es planta de floraci¨®n abundosa, lozana, y en los lugares m¨¢s ex¨®ticos. Suele estar en la ra¨ªz de terrorismos de variado signo: ¨¦tnico, nacionalista, religioso, pol¨ªtico.
Pariente pr¨®ximo de este fanatismo acabado es eso que podr¨ªamos denominar sectarismo, de lo que hay tanto. que el follaje puede ahogarnos. El sectario tiende a agrupar a la humanidad que est¨¢ a su alcance (y a otra m¨¢s lejana) en grupos exclusivos y excluyentes, donde la gente, codo con codo, se integra en una comunidad de aspiraciones, creencias, intereses, convicciones, en la que no caben las discrepancias y en cuya pr¨¢ctica vital no entra m¨¢s luz que la del sol particular que ilumina a cada grupo.
Una cosa mala del sectario es que no puede dar cabida en su mente al que no lo es, tiene la convicci¨®n de que todos son tan sectarios como ¨¦l, pero de otra u otra secta, de tal modo que la vida social acaba siendo un espacio donde las sectas se ubican, realmente, detr¨¢s de sus barricadas, de. modo que no hay m¨¢s que relaciones inter-sectas, tensas, agazapadas en una violencia m¨¢s o menos contenida en el cultivo excitante de la propia singularidad frente a la ajena, siempre mala, o, al menos, siempre peor que la propia. Lo cual introduce unos modos en los que el razonamiento se sustituye por el latiguillo y el respeto de los dem¨¢s por el desprecio. Amar lo propio, adorarlo, y despreciar lo ajeno, sin dejar resquicio para luz alguna que resquebraje el muro. Ser miembro coherente de una secta tiene sus ventajas: no hay que esforzarse en pensar, pues, o ya est¨¢ todo pensado, o dictar¨¢ el or¨¢culo; se encuentra calor humano, se sabe lo que hay que combatir, lo que est¨¢ bien (lo que conviene a la secta) y lo que est¨¢ mal (todo lo dem¨¢s), qui¨¦n es el amigo (el miembro de la secta) y el enemigo (todos los dem¨¢s, demonios o, al menos, idiotas).
Y todo esto viene a prop¨®sito de que uno se siente cada vez m¨¢s en un mundo sectarizado; y as¨ª, si sobre algo no te pronuncias eres un enemigo; y, si te pronuncias en alg¨²n sentido, ah¨ª te pill¨¦, has hecho la definici¨®n de toda tu persona y existencia. Porque el ideal del sectario es un mundo de sectarios y cuando consiguen arrinconar a alguien en posiciones sectarias, han logrado un buen triunfo estrat¨¦gico: ya no vale lo que se dice o se hace, sino lo que se es.
Y lo que se es se ve enseguida, de modo inapelable, por cualquier indicio: basta con que opines, por ejemplo, sobre la procedencia o improcedencia de que se emitan partidos de f¨²tbol en abierto o en cerrado para que quede establecido, sin lugar a dudas, el clan al que perteneces, si eres de derechas o de izquierdas, liberal o autoritario, ladr¨®n o polic¨ªa, progresista o. retr¨®grado, cabrito o cordero. Algo maravilloso como operaci¨®n l¨®gica, casi tanto, para m¨ª, como esas reconstrucciones de un animal del terciario de 20 metros de envergadura, partiendo de un diente fosilizado. Y no te digo si opinas sobre algunos jueces, o fiscales, o contratos de dep¨®sito en garant¨ªa, o los entresijos de un auto judicial, o las expresiones de un secretario de Estado.
Me resisto a dos cosas: a dejar de ser amigo de mis amigos, y a dejar de pensar como me parezca y opinar. Pero esta resistencia no es razonable; lo conveniente es apuntarse a una secta y descansar; o dedicarse a la egiptolog¨ªa u otra pretendida torre de marfil; aunque, qui¨¦n sabe, quiz¨¢ en la egiptolog¨ªa los sectarios encuentren irrefutables pruebas de adscripci¨®n sectaria.
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